3 de enero, 2019
Hace muchas lunas un nervioso yo aterrizó en nuestra aldea selvática entre los valles y montañas de Mengen. Fue solo para hacer una breve visita, para conocer a nuestros futuros compañeros de trabajo y para conocer a los amigos de la etnia mengen entre quienes viviríamos durante los siguientes veinte años de nuestras vidas.
Durante ese tiempo conocí a Brus y a su esposa Apite, que solo tenían unos cuatro hijos en ese momento. Inmediatamente simpaticé con ellos, con Apite que tenía un gran sentido del humor, y con Brus que era un poco introvertido y serio. Ellos vivían en una aldea típica, en su propia casita selvática, cerca de los padres de Brus. Cuando entré en su casa, era evidente que esta familia, al igual que todas las demás familias mengenianas, estaba muy confundida en cuanto a Dios, el pecado y la salvación. Tenían una estatua de María, la cual consiguieron quién sabe dónde, y estaba parada justo al lado de toda la parafernalia que ellos usan para producir “sopa blanca”, una potente bebida alcohólica local. Más tarde, cuando llegué a conocer mejor la cultura, también pude distinguir todos los rasgos distintivos del animismo y la superstición. Cuando me reuní con nuestros futuros compañeros de trabajo, ellos nos dijeron que Brus era un gran alborotador que había causado muchos problemas a los misioneros que vivieron en nuestra aldea antes de nosotros. Indirectamente él fue parte de la causa por la cual una de las familias se marchó de forma permanente. Y así, cuando nos mudamos a la aldea, él demostró pronto que eso era cierto.
No obstante, sea cual fuera su situación, sentía simpatía por Brus, y desde el principio de nuestra carrera misionera lo usé como uno de mis ayudantes del idioma. Esos fueron tiempos difíciles para mí, pues a menudo me mentía y me robaba. Hubo momentos en que se enojó conmigo y amenazó con hacernos daño o con dañar nuestra propiedad. Sin embargo, por la gracia de Dios, nos hicimos muy buenos amigos y esto, por supuesto, abrió la puerta para que desarrolláramos una relación muy estrecha.
Cuando nuestros compañeros de equipo finalmente estuvieron listos, comenzaron a enseñar a nuestros amigos de la aldea la etapa de evangelización desde Génesis hasta Cristo. Nos reunimos durante cuatro meses, cuatro veces a la semana y dos veces al día. Brus y Apite asistieron a la mayoría de las sesiones e incluso venían a las lecciones de repaso en las noches. Desde el principio podía sentir que Brus estaba conmovido por lo que escuchaba, pero al estilo típico de los mengenianos, él no iba a mostrar ninguna señal de interés. Esto se debe a que la gente mengeniana es muy orgullosa y no está dispuesta a mostrar o admitir ninguna necesidad. Pero cuando nos acercábamos al final de la segunda etapa de enseñanza, Brus y Apite expresaron que habían confiado solo en Cristo como su Señor y Salvador.
Brus fue uno de los primeros graduados de los cursos de alfabetización, y también se convirtió en uno de los primeros maestros de alfabetización mengenianos, y Apite lo siguió poco después.
Desde entonces Brus y Apite siguieron creciendo en madurez a medida que les enseñábamos y les impartíamos el discipulado a través del Nuevo Testamento. Después de unos seis años de enseñanza y de discipulado, se convirtieron en nuestros primeros misioneros, a quienes enviamos a plantar una nueva iglesia.
Estamos deseosos de regresar a nuestra aldea selvática para reencontrarnos con nuestros amigos. En esta próxima temporada de ministerio nos gustaría focalizarnos en el desarrollo de liderazgo y esperamos instruir a Brus para que se convierta en un anciano de la iglesia mengeniana.
-¡Gracias por hacer posible que lleguemos a los no alcanzados! ¡No podríamos hacer una diferencia sin ustedes!
- ¿Orarías por Brus y Apite?
Bendiciones, Lourens por el pueblo mengeniano
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