11 de septiembre, 2018
Tal vez no hayan leído el libro para niños* escrito por la autora Judith Viorst acerca del personaje llamado Alexander, pero quiero compartir con ustedes sobre “mi día terrible, horrible, no bueno, y muy malo.”
[*Alexander and the Terrible, Horrible, No Good, Very Bad Day]
Estaba en un viaje [de consultoría] a Liberia hasta una aldea remota. Nos vimos obligados a montar en motocicleta hasta la aldea porque los puentes estaban averiados y [el carro de los misioneros que sirven allí] no podía salir. Había pasado tres días con ellos y era hora de comenzar mi viaje de regreso. Me desperté temprano para escuchar que la lluvia caía con fuerza y me di cuenta de que había estado lloviendo durante toda la noche. Empecé a preguntarme/preocuparme por cómo iba a salir esto ya que estábamos a punto de iniciar nuestro viaje de dos horas en moto. Dos horas más tarde llegaron los conductores de las motos y dieron una vuelta para ver si los puentes eran pasables o si estaban inundados.
[Cuando volvieron], cargamos mis cosas y partimos bajo la lluvia. Los primeros dos puentes averiados eran pasables, y comencé a sentirme animada porque pensé que esta era una buena señal, pero estaba equivocada; aún no habíamos llegado a la parte más inundada. Transitamos a través de caminos fangosos; en tres ocasiones la moto se quedó atascada y tuve que bajarme para que el conductor pudiera salir. Cuando me bajé, mis pies se hundieron en el barro y mis zapatos se atascaron; tuve que meter la mano en el barro para sacar mis zapatos y caminar descalza en el lodo profundo. También transitamos por partes inundadas de la carretera. Lo bueno de eso fue que el agua limpió un poco el barro, pero lo malo fue que me quedé completamente empapada. Cuando llegamos a la pista de aterrizaje yo era un desastre de ropa lodosa y mojada, pero habíamos llegado, y estábamos a tiempo.
Luego teníamos que dejar pasar el tiempo hasta que el vuelo llegara. Yo tenía mucho frío porque estaba empapada y era un día frío. Por primera vez en mi experiencia en África, que yo recuerde, estaba soñando con sopa y con el calor de una fogata. No veía la hora de llegar a la casa de huéspedes para tomar una ducha caliente.
Era un día nublado, pero hablamos con los hombres encargados de la pista de aterrizaje y nos informaron que el avión no debía tener problemas para aterrizar porque las nubes estaban altas. El misionero que me acompañó en el viaje [en la segunda moto] siguió su camino para conseguir suministros pues su familia estaba atrapada en la aldea y sus víveres se estaban agotando; así que me quedé allí sola, esperando pacientemente.
Una hora más tarde la avioneta se acercó y yo me preparé para salir. La avioneta dio una vuelta pero no aterrizó; el trabajador de la pista aérea trató de comunicarse por radio con el piloto para decirle dónde estaban abiertas las nubes, pero no pudo comunicarse con él. Después de hacer tres intentos, el avión se fue y yo quedé desconsolada. Sin embargo, el trabajador llamó a la siguiente pista de aterrizaje [en la ruta] y dijo que el piloto regresaría si el clima mejoraba. Me quedé esperando otra hora y empecé a orar al Señor para que el clima mejorara.
Una hora más tarde, cuando el vuelo debía llegar, el clima mejoró y recobré la esperanza, pero el avión nunca llegó. Resulta que la carga que recogió en la otra pista pesaba tanto que ya no había cupo para mí y el piloto se vio obligado a regresar a la ciudad capital, Monrovia. Mi vuelo en la aerolínea de Monrovia a Dakar (Senegal) estaba programado para el día siguiente. Me quedé sin ninguna posibilidad de llegar a Monrovia y frenéticamente tratando de averiguar qué implicaciones tenía esto ahora para mis planes.
Unas horas después, el misionero pasó por la pista de aterrizaje de nuevo para asegurarse de que ya me hubiera ido y se sorprendió de verme ahí esperando todavía. Él tampoco había tenido éxito porque en el pueblo accesible, solo había arroz, azúcar y aceite en la tienda. No tenían nada más, ni siquiera sal, pues estaban esperando un envío, que no había llegado. Empezamos a hacer llamadas por teléfono para ver qué se podía hacer para programar otro vuelo, explorando opciones, ya que una vez que regresáramos a la aldea nuestra conexión telefónica o de internet podría cortarse.
Al final no pudo venir otro avión sino hasta después de tres días. Es posible que yo haya tenido una ligera rabieta (que solo Dios pudo oír); pero no había nada que hacer, sino regresar otra vez a la aldea.
Antes de que cargáramos las cosas para irnos, fui al baño. No había agua corriente, entonces levanté la tapa para verter un baldado de agua y lavar el retrete antes de salir. Cuando levanté la tapa había una enorme tarántula peluda escondida allí, justo debajo de donde yo había estado sentada unos segundos antes. ¡La araña era tan grande como mi mano! Me quedé allí sacudiendo mi cabeza… ¡qué día!
Me subí en la moto y comenzamos el regreso –otras dos horas a través del barro y carreteras inundadas. La moto empezó a hacer ruidos y mi conductor dijo que orara a Dios para que lográramos llegar. Llegamos cerca de la aldea y el puente roto estaba tan inundado que las motos no podían pasar, así que los hombres empujaron las motos y cargaron los víveres al hombro mientras yo vadeaba el río con el agua hasta la cintura y trataba con todas mis fuerzas de no caer. Llegamos cansados, mojados, embarrados y frustrados.
Como había estado nublado todo el día no había red en la aldea y, por consiguiente, no podría informarle a mi esposo Joel que no iba a llegar a tiempo y que él debía cambiar mi vuelo. Así que nos aventuramos a deambular por el caserío con la esperanza de que pudiéramos encontrar red. La única cosa buena del día fue que pudimos encontrar señal de internet en un lugar de la aldea para enviarle un mensaje a Joel diciéndole que estaba bien.
Ahora llegaría de vuelta a Senegal tres días más tarde, lo cual significaba que llegaría justo después de que Joel se hubiera ido de viaje. También significaba dos viajes más en motocicleta a través de fango y suciedad, y que no estaría con mis hijos por más días y tendría que esperar para que me contaran la historia de sus primeros días de escuela. Pero el lado positivo de todo esto era que tendría unos días más con esta preciosa familia en la aldea y una oportunidad para participar más en su vida. Sabía que las cosas parecerían mejor en la mañana, después de dormir un poco, así que era hora de dar fin a ese día y esperar que el próximo amaneciera con un aspecto más favorable.
Fue un día terrible, horrible, no bueno, y muy malo, pero, según el libro, todos los tienen, incluso en Australia.
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