Aunque las nubes colgaban como una pesada manta sobre el valle de la montaña esa mañana, los corazones de los misioneros estaban llenos de esperanza. Esta esperanza no dependía de cosas temporales, como el cambio del clima. Su esperanza estaba puesta en el Señor de la cosecha, porque sabían que Su luz era poderosa para penetrar las tinieblas que mantenían a la gente de la etnia menya en la oscuridad.
Durante demasiado tiempo, una espesa niebla de malentendidos, falsa doctrina y fe en cualquier otro dios menos en el Dios verdadero, había entenebrecido los corazones del pueblo menyano. Pero durante estas últimas semanas, a medida que los misioneros enseñaban lecciones bíblicas cronológicas fundamentales, notaron que la neblina espiritual que bloqueaba la verdadera luz del evangelio comenzaba a disiparse.
Este era el día tan esperado. En la sexta semana de enseñanza, habían avanzado hasta la enseñanza sobre la Cruz. Iban a explicar el significado de la muerte, sepultura y resurrección gloriosa de Jesús. En este mismo día anticipaban presentar en esta pequeña aldea de Papúa Nueva Guinea la verdad con total claridad, y aguardaban el nacimiento de la iglesia menyana.
DESPUÉS DE AÑOS DE PREPARATIVOS
Este momento había tardado mucho en llegar. Fue precedido por años de preparación. Dos parejas misioneras, Wesley y Penny Chappell y Joseph (José) y Elizabeth Osborn, perseveraron a través de las pruebas y los momentos de gozo que acompañan el aprendizaje de un idioma y cultura nuevos. Organizaron un programa de alfabetización y enseñaron a la gente a leer y escribir en su propio idioma. Diligentemente tradujeron porciones de las Escrituras al idioma menyano y pasaron meses revisando minuciosamente la redacción de las lecciones bíblicas cronológicas fundamentales que iban a enseñar. Querían hacer las cosas bien, para comunicar el mensaje de Dios a los menyanos con claridad en su lengua vernácula, el idioma de su corazón.
El COMIENZO DE LA ENSEÑANZA
Por fin había llegado el día esperado. La gente menyana se acercaba a la sala de reuniones. Sabían que llegarían las respuestas esperadas, y algunos estaban bastante seguros de que ya las habían resuelto.
Entre estos “algunos” estaban Francisco y Rita. José recuerda una conversación que tuvo anteriormente con esta pareja.
“Antes, no habíamos escuchado el mensaje de Dios. Ni siquiera pensábamos en Él”, le dijo Francisco. “Nuestro concepto era: ‘No hay Dios. Él no existe…’. No temíamos a Dios. Estábamos dominados por nuestros propios deseos. Pero ahora han llegado ustedes. Tú y Wes vinieron y nos están enseñando, ahora entendemos que Dios existe ¡y le tememos!”
Francisco le relató a José la historia de la creación paso a paso. Le contó cómo Dios creó a Adán y Eva y, que los puso en el huerto de Edén. Pero entonces Adán y Eva decidieron hacerle caso a Satanás y sus mentiras, y así entró el pecado en el mundo.
Luego Francisco dijo: “Debido a esto [el pecado de Adán y Eva], se corrompió nuestra naturaleza y ahora no vivimos justamente. Esa naturaleza corrompida aún permanece en nosotros y aunque hagamos actos religiosos o cualquier otra cosa, eso no nos hace justos. La razón es que se ha corrompido nuestra propia naturaleza”.
No había duda de que él entendía la conexión entre su pecado y el de Adán y Eva. Y era evidente que reconocía cómo el pecado afectaba su vida. Él no fue el único en comprender esto, también su esposa Rita estaba asimilando las verdades de las lecciones.
“Mi estilo de vida es igual al de Adán y Eva”, explicó Rita. A Dios no le agrada… no podemos eludir esto. Nuestra naturaleza sigue siendo parte de nosotros. La pecaminosidad de Adán y Eva permanece en nosotros. No nos podemos escapar de ella.
Pero aun así, aunque se veían atrapados en su pecado, era evidente que entendían que había esperanza de que venía una solución.
José recuerda haberles preguntado, “¿Somos capaces de arreglar esta naturaleza corrompida que tenemos”?
Y le encantó la respuesta de Rita: “Dios mismo tendrá que arreglar nuestra naturaleza. Solo Él puede hacerlo.
LOS FUNDAMENTOS ESTABLECIDOS
Los cimientos habían sido puestos y hoy era el día señalado. Mientras la gente llegaba para escuchar la lección, los misioneros salieron para saludarles y pidieron a cada uno tomarse un tiempo para llenar un “Certificado de defunción” y llevarlo a la reunión.
A cada persona le preguntaron: “¿Eres descendiente de Adán?”
El consenso general fue “¡por supuesto!” Ellos habían presenciado todas las lecciones. Habían escuchado que Dios creó el mundo, y que creó también a Adán y Eva. Sabían que todos éramos descendientes de Adán y Eva.
A cada uno le preguntaron: “¿Tú pecas?”
La respuesta fue un “¡sí!” contundente. ¿No había comenzado el pecado con Adán y Eva? ¿Acaso los menyanos no eran descendientes de Adán y Eva? Es más: ¿No era evidente que sus vidas no podían cumplir con los estándares de Dios presentados a lo largo de las Escrituras? No había duda en sus mentes. Estaban convencidos que eran pecadores.
Como los menyanos respondieron afirmativamente a ambas preguntas, reconociendo su culpabilidad, era necesario, por consiguiente, emitir un fallo. Para indicar la sentencia de Dios, los misioneros marcaron la casilla de la muerte en sus certificados. Luego les dijeron que tuvieran sus certificados a la mano mientras escuchaban la lección bíblica de ese día.
Luego empezó la sesión de enseñanza. El salón de reuniones estaba lleno de hombres y mujeres con sus hijos sentados a su lado o tendidos en sus regazos mientras les enseñaban Wesley y José.
OJOS ESPIRITUALES ABIERTOS
Cuando Wesley explicó lo que Jesús había logrado en la cruz, cómo Él tomó el castigo por el pecado que ellos se merecían, las lágrimas brotaron de los ojos de algunos de los oyentes. Y luego, cuando Wesley leyó Colosenses 2:13-14, todo quedó claro.
“Antes de recibir esa circuncisión, ustedes estaban muertos en sus pecados. Sin embargo, Dios nos dio vida en unión con Cristo, al perdonarnos todos los pecados y anular la deuda que teníamos pendiente por los requisitos de la ley. Él anuló esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz”. (NVI)
Jesús había anulado el certificado de deuda y muerte que había en contra de ellos. Solo por fe, por creer en la obra terminada de Jesús en la cruz, podían ser salvos.
“Si creen que Jesús ha pagado por completo su deuda, pueden manifestarlo pegando su ‘Certificado de defunción’ en la cruz en cuanto terminemos”, les dijo José, señalando la rústica cruz apoyada en la pared al frente de la sala de reuniones.
Cuando Wesley empezó a resumir para dar conclusión a la lección, Rita no podía esperar más. Esta era la buena noticia que había estado esperando escuchar. Mientras Wesley seguía hablando, Rita se dirigió directamente a la cruz con paso decidido. No fue necesario explicarle qué debía hacer dos veces. Ella colgó su “Certificado de defunción” en uno de los clavos en la cruz. Dios había anulado su deuda y ella sabía que tenía vida en Él.
Por cierto, un hito importante tuvo lugar ese día. Una iglesia nació entre el pueblo menyano.
https://ethnos360.org/magazine/stories/god-himself-must-fix-our-nature
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