9 de abril, 2018
Una de las cosas que he aprendido al trabajar con gente de muchas y variadas culturas es que los elogios, la crítica, las opiniones, el aliento, los insultos y muchas cosas más están todos ligados a la cultura. Muchas veces escucho palabras que me caen mal, y entonces me toca decidir qué voy a escuchar de esas palabras, el significado deseado o la forma en que las comprendo.
Hace poco, mientras visitaba una aldea y saludaba a algunas personas, una de ellas trató de elogiarme.
“El otro día te vi y casi no te reconozco porque has ganado algo de peso. Has aumentado por lo menos siete kilos y eso te hace lucir”.
Mi peso es el mismo que la última vez que esa persona me vio. Entonces no se trataba de lo que él veía sino más bien de un intento de elogiarme. Entonces, la pregunta es ¿cómo respondo… con la verdad: “No he ganado peso”; con una sonrisa: “no se debe elogiar a un occidental de esa manera”, o con gratitud: “gracias”?
Comparto esto ya que es probablemente uno de los ejemplos más obvios de significado deseado y significado percibido. Sin embargo, la verdad es que esto ocurre todo el tiempo, incluso en nuestra propia cultura, ya que las personas difieren drásticamente en su forma de comunicarse. Basta con mirar a una pareja casada o a los hermanos de una familia.
La experiencia de trabajar con otra cultura me ha ayudado a ver que el significado y la intención son mucho más profundos que las palabras que usamos para expresarlos. El problema está ahí y siempre está presente cuando trabajamos con gente. ¿Con qué frecuencia me dejo abatir o frustrar por las palabras que escucho de la gente?, en lugar de discernir el significado deseado detrás de sus palabras.
Honestamente yo lucho mucho con esto; Santiago dice que todos deberíamos ser “prontos para oír, tardos para hablar, tardos para airarse”. ¿Cuánta desunión, altercados y conflictos se iniciaron simplemente por no vivir esta verdad? Sin embargo, en realidad vivir esa verdad es prácticamente imposible sin un corazón que se apoye en el Espíritu Santo.
A medida que viajamos, estoy aprendiendo lo importante que es la unidad en un equipo y lo imposible que parece a veces, ya que todas las personas con las que hablamos tienen luchas en esta área del ministerio. Así que supongo que he vuelto a la simple verdad de cuán dependientes debemos ser del Señor. Somos muy egoístas de corazón, por lo tanto, a menos que dependamos del Señor, no podremos vivir y trabajar en unidad con otros creyentes. Esta es una verdad con la que he estado luchando recientemente pues me he dado cuenta de lo difícil que es escuchar el corazón de la gente y no sus palabras, y lo difícil que es luchar por la unidad.
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