VECINOS
29 de septiembre, 2016
Hay una señora, la he visto dos veces recientemente, sentada en frente de su edificio de apartamentos –el que está justo en frente de nosotros. La he visto cuando me dirijo a clase. Ella se sienta con un vestido en su regazo, usando hilos de colores brillantes para bordar un diseño hermoso en él.
El otro día le dije que su trabajo era hermoso, y ella sonrió, aceptando amablemente el elogio. Ella dijo algo en respuesta y me gustaría haber entendido. Íbamos saliendo, o habría sido tentada a sentarme y ver por un rato; tal vez la próxima vez.
Kelsey me susurró después que ella quería aprender a hacer eso. Le dije que quizá cuando el francés de todos sea mejor, podríamos llegar a conocerla, y tal vez con el tiempo ella estaría dispuesta a enseñarle a Kelsey lo que estaba haciendo.
Tengo la esperanza de algún día poder entender y comunicar lo suficiente para llegar a conocer mejor a mis vecinos. Algún día entenderé más plenamente la manera culturalmente correcta de conocer a las señoras de la vecindad. Ese día se acerca; mientras tanto saludaré a mis vecinos y espero que mi sonrisa transmita el interés en sus vidas que mis palabras aún no pueden transmitir.
SIEMPRE
2 de octubre, 2016
“¿Cómo está mi amiga a la que le gustan las manzanas rojas?” pregunta él cada vez que vamos a comprar frutas donde él. Él se refiere a Riley, y si ella está con nosotros, él siempre trata de arrancarle una sonrisa.
Rara vez compramos nuestra fruta en el supermercado, preferimos visitar a nuestro vendedor de frutas favorito. Su puesto está ubicado cerca de nuestra antigua casa, pero aún así conseguimos nuestras frutas allí. En parte porque no hemos encontrado otro bueno cerca de nuestra nueva casa, en parte porque todavía tenemos nuestras sesiones de aprendizaje de francés cerca de su puesto, y sobre todo porque realmente nos gusta él.
Todavía recuerdo la vez que llevé a Riley y a Brynn a conseguir frutas. La vez anterior había intentado hacer que las niñas lo saludaran, y creo que esa vez lo hicieron; él parecía muy contento. Las niñas comenzaron a hablar entre sí, mientras yo seguía haciendo mi pedido, y no pude evitar oírlas. “Me gustan las verdes”, anunció Brynn con su voz aguda. Riley respondió: “A mí me gustan las manzanas rojas”.
Ambos empezamos a reír, y cuando las niñas y yo nos preparábamos para salir, el vendedor puso una manzana roja en la mano de cada niña. “Para mi amiga a quien le gustan las manzanas rojas”, dijo él con una sonrisa juguetona; las niñas estaban encantadas.
Cada vez cuando los niños están con nosotros, y a veces incluso cuando no lo están, él se asegura de tener una manzana o una pera para ellos. Y siempre pregunta por su amiga a la que le gustan las manzanas rojas.
EL PERIÓDICO
26 de octubre, 2016
Su sonrisa iluminó su cara cuando se dio cuenta qué era lo que estaba preguntando yo.
Él no me vio acercarme ya que su ojo malo estaba dirigido hacia mí.
“¿Cuánto?” le volví a preguntar, ya que no pude entender lo que había dicho.
“Un centésimo de un franco”, respondió él, con su mano delgada sacando el periódico que había llamado mi atención. Hurgué en mi cartera en busca de la moneda; cuando la puse en su mano y vi la expresión de gratitud en su rostro, deseé haberle dado más.
Me di la vuelta y caminé, pero el anciano no se apartaba de mi mente. Él se para allí, bajo el sol caliente, durante todo el día, esperando a que alguien se detenga y le compre un diario para poder hacer otros cien francos de África occidental; eso es menos de veinte centésimos de dólar. ¿Cómo sobrevive? ¿Cómo sobrevive su familia?
Quería llorar, quería darme la vuelta, regresar corriendo y comprarle todos los periódicos que tuviera; quería hacer algo además de marcharme.
Él abrió mis ojos ese día. Cada vez que veo hombres y mujeres ahora, caminando en la carretera, llevando algo para vender, acercándose a los taxis estacionados, esperando, esperando hacer una venta, se suscita mi interés por ellos. Y no solo por sus necesidades físicas.
Muchas de las personas que veo en las calles trabajan duro, tratando de sobrevivir física y espiritualmente. Para su deidad, el valor de ellos se basa únicamente en su propio mérito. Ellos están allí todo el día bajo el sol caliente, todos los días, tratando de juntar sus $0.20 de dólar. Me pregunto, si alguien llegara precipitadamente y ofreciera cubrir todos sus gastos… ¿aceptarían la oferta? ¿Su orgullo o su temor, o la desconfianza los detendría?
Lo veo en ese mismo lugar casi cada vez que pasamos en el auto. Oro por él a menudo. La próxima vez que ande por allí pienso abastecerme de algunos periódicos. Sin embargo, sigo deseando poder hacer mucho más; afortunadamente conozco a Aquel que puede.
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