(1 Corintios 13 para plantadores de iglesias)
Autora: Katie Moore
Recientemente, mientras leía el famoso capítulo del amor en Corintios, me di cuenta de que, por estar familiarizada con las palabras, estas sólo me resbalaban sin realmente tener sentido para mí. Entonces decidí tomar cada versículo para considerar cómo sería si yo pusiera en práctica esas palabras en mi vida. Lo que sigue es el resultado de esas reflexiones. No es una paráfrasis, ni siquiera es un comentario; es más bien una reacción personal, algo acerca de lo cual Dios me ha estado desafiando. Tuve la oportunidad de compartir estos pensamientos en la ‘conferencia’ [retiro] de nuestro campo después de la cual muchos me pidieron las notas, así que decidí publicarlas en mi blog o sitio web. Espero que estas ideas desafíen al lector a considerar lo que significa amar en su propia vida.
Así de importante es el amor:
Si yo pudiera hablar perfectamente el nahuatl y recitar verbos de 24 sílabas sin equivocarme, y decir rápidamente trabalenguas como “tishkitskiliski”, y si pudiera impresionar a mi ayudante de idioma con mi agilidad mental y buen oído, pero no la amara, entonces sonaría como una persona que masca chicle con la boca abierta o como el rechinido de las uñas en un pizarrón o tablero. Tal vez lo mejor sería que me callara la boca.
Si tuviera el discernimiento que viene de Dios y pudiera entender los profundos misterios de la fe, y no tuviera amor, esa impresionante sabiduría no serviría para nada.
Si durante la peor sequía que se ha vivido en Las Moras en años, yo tuviera la fe suficiente como para decirle a la gente de la comunidad que Dios es quien envía la lluvia… Y si tuviera suficiente valor como para decirle a la mujer cuya mano está en la mía (quien con toda seguridad va a morir) que Dios es capaz de sanarla… si mi fe fuese así de impresionante, pero no amara a la persona a la que le estoy sosteniendo la mano, eso haría que mis palabras valieran cero. Eso haría que yo no fuera nadie.
Si tuviera un espíritu tan generoso como para regalarle a unos niños que han venido a visitarme un pan grande que acabo de sacar del horno, pero no los amara al servirles las rebanadas de pan, eso no tendría ningún valor. O permítanme poner un ejemplo más difícil todavía: si yo fuera lo suficientemente generosa como para regalar cinco horas de mi tiempo para ayudarle a mi vecina a enjarrar [pañetar/frisar/revocar] las paredes de su casa, pero no la amara mientras hiciera ese trabajo, sería igual a como si le hubiera cerrado la puerta en su cara o si hubiera atesorado mis bienes en graneros como el hombre rico [Lucas 12:18]; no me haría una mejor persona. Si no me preocupara por mi propia seguridad, y estuviera dispuesta a morir en un accidente en una camioneta en una carretera peligrosa de la sierra, o en una balacera provocada por el borracho que vive al lado, o por unos narcos en un negocio que salió mal… todo por causa del evangelio, pero no amara a la gente que necesita el evangelio, entonces mi muerte no tendría sentido.
Así de importante es el amor. Ahora, permítanme darles unos ejemplos de cómo es el amor[1]:
El amor está contento de ver al cuarto visitante de la mañana llegar al portón, incluso antes de la hora del café. El amor se alegra de ver al séptimo visitante llegar en medio de la comida (Colombia: ‘almuerzo’), y el décimo séptimo visitante llegar justo a la hora de la cena. El amor no hace mala cara a la persona que vuelve tres veces seguidas, porque cada vez se le olvidó pedir un favorcito. Al fin de cuentas, el amor es sufrido.
El amor no se ríe a escondidas de las personas que son socialmente torpes, ni mucho menos se burla ni hace bromas de ellas con sus amigos. El amor no es odioso, insensible o cruel. El amor es benigno.
El amor no tiene envidia cuando su compañero de equipo tiene mejor apoyo, mejores herramientas de trabajo (computadora/grabadora/auto, etc.) o iglesias que se interesan más en su ministerio. No es tan mezquino como para enojarse cuando el compañero obtiene mejores resultados en las evaluaciones de adquisición del idioma. El amor siempre se acuerda de que todos somos hermanos y de que las victorias de mi compañero son victorias para mi familia. El amor no tiene envidia.
El amor no tiene una opinión muy elevada de sí mismo, no considera ningún trabajo indigno, ni siquiera el de lavar los platos. El amor no me permite considerarme a mí misma tan indispensable para el equipo que dudo que podrían seguir adelante con éxito si yo llegara a faltar. Si pienso que soy indispensable, entonces no entiendo el fuente de mis capacidades. El amor nunca se portaría de esa manera, porque el amor no es arrogante o jactancioso y no se envanece.
El amor no permite que uno se burle de otros con comentarios sarcásticos, no se queja con otros de sus compañeros a sus espaldas. No critica con muecas burlonas a la mamá, aun cuando uno ya sea una persona adulta e independiente. Al fin de cuentas, estas cosas no se ven bien en aquellos quienes representan el nombre de Cristo. El amor no hace nada indebido.
El amor no se vuelve ansioso ni se preocupa porque los demás miembros del equipo vayan a usar el límite diario de actividad en internet antes que uno pueda hacer todo lo que quisiera hacer. En ningún momento sería tan egoísta como para adoptar semejante actitud. No trata de impresionar a la gente (ni siquiera a los apoyadores), ni manipular las circunstancias para su provecho personal. No, el amor no busca lo suyo.
Al amor no le importa haber sacado la basura las últimas diez veces de manera consecutiva, sino que lo hace de nuevo, y de buena gana, la décima primera vez. El amor no toma en cuenta que en la amistad con un compañero, siempre es uno quien pide perdón, ni se pregunta por qué la otra persona nunca siente la necesidad de disculparse. El amor sabe que el llevar esa clase de cuentas mentales destruye la comunión. Es imposible provocar a ira al amor por que el amor no se irrita.
El amor supone lo mejor al interpretar los comentarios de los colegas. Y aunque el colega SÍ haya tenido la intención de comunicar algo negativo con sus palabras, al amor no le importa, porque el amor no lleva un registro de tales cosas. El amor no guarda rencor.
El amor no cuenta chistes verdes ni hace comentarios desagradables. No disfruta el chismear, aunque los chismes estén disfrazados de peticiones de oración. El amor no puede divertirse de escuchar tales cosas porque no se goza de la injusticia.
El amor no se enfada cuando es criticado, aprecia las heridas de un amigo, no importa cuán difícil sea recibirlas, porque el amor siempre se goza de la verdad.
El amor no se da el lujo de llevar una lista de las cosas que no soporta. Reacciona con calma cuando la ahijada le pide el quinto favor en el mismo número de días. El amor todo lo sufre.
El amor se somete calmadamente en todas las circunstancias, porque confía que todo lo que viene de la mano de Dios es bueno. El amor todo lo cree.
El amor no da por perdida ninguna causa, de hecho, tiene la confianza de que aún Pancha, la más dura, la más terca, la más manipuladora de Las Moras llegará a ser salva. Y el amor ciertamente no se olvidaría de orar por ella, con la esperanza de darle pronto la bienvenida a la familia de la fe. El amor todo lo espera.
El amor acepta el estar enfermo, aún por un tiempo prolongado. De ninguna manera hace un berrinche cuando no se siente suficientemente fuerte o con suficiente inteligencia o cuando se siente incapaz. El amor se acuerda de que el Fuente de su vida es fuerte, es completo, sabio y todopoderoso. El amor todo lo soporta.
Esto resume lo increíble del amor: Dura para siempre. Consideremos que algún día serán inútiles los otros buenos regalos que Dios nos ha dado en esta Tierra para servirle y glorificarle. No habrá necesidad de profetizar, porque el futuro se habrá cumplido; no habrá necesidad del conocimiento, o por lo menos del conocimiento que tenemos ahora, porque es sólo parcial y será reemplazado por un entendimiento más perfecto.
Recordemos cómo eran las cosas en nuestra niñez. Teníamos nuestros deseos, nuestros pensamientos, y nuestras conversaciones infantiles, pero al crecer dejamos todas esas cosas atrás. Así será cuando vivamos tiempo completo con el Padre. Las cosas que pensábamos que veíamos claramente, se verán completamente diferentes. Las cosas que pensábamos que conocíamos, ahora serán comprendidas de una manera muy diferente. De hecho, por primera vez nosotros mismos conoceremos el gozo de ser completa y perfectamente comprendidos.
Este es un ejemplo de cómo el futuro afectará tres cosas buenas: La fe, la esperanza y el amor. La fe será inútil por que las cosas en las que confiábamos sin verlas, en aquel momento serán completa e incuestionablemente evidentes ante nuestros ojos. La esperanza no será necesaria porque las cosas que anhelábamos y esperábamos que sucedieran ya se habrán convertido en realidad. Pero el amor… el amor permanecerá. Será una clase de amor diferente, un amor que nunca hemos conocido, porque no será obstruido por todos los pecados, el egoísmo y otras basuras que lo empañan en esta vida, y no tendrá fin. No fallará, no defraudará. El amor es eterno. El amor es un ingrediente esencial para el funcionamiento de cada don y talento; de hecho, es el elemento que convierte la madera, el heno y la hojarasca de nuestras “obras” en el oro de un servicio verdadero.
[1] Véase la Nueva Traducción Viviente https://www.biblegateway.com/passage/?search=1+Co+13&version=NTV
[1] O “el retiro”.
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