LA VISIÓN
La falta de lluvia convirtió las calles en una polvareda, pero esto no era nada extraño para los habitantes de la pequeña comunidad en los llanos del nororiente de Colombia. Pronto volverían a caer las lluvias y el polvo desaparecería. Pero este día el pequeño grupo que caminaba por las calles en su mejor atuendo de domingo tuvo que soportar la brisa que estaba levantando el polvo y ensuciando sus recién pulidos zapatos mucho antes de que llegaran a su destino. Caminaban hacia una iglesia común y corriente en las afueras del pueblo; esta iglesia no aparentaba tener nada que la hiciera sobresalir, pero sí tenía un corazón grande de amor por la gente de la etnia guahiba no salva de la región.
A través de los años, este bondadoso grupo de creyentes había intentado numerosas veces compartir el mensaje del evangelio con la gente de la etnia guahiba a su alrededor, pero las barreras lingüísticas y culturales anulaban la efectividad de tales esfuerzos. El fruto de su trabajo había terminado como el polvo suspendido en el aire que se llevaba el viento de la noche a la mañana.
Mientras tanto, muy lejos de allí, Dios estaba preparando el corazón de José Arturo y su esposa Janet. Ellos habían servido fielmente al Señor por más de 15 años en su comunidad y en las otras alrededor. Habían enseñado, discipulado y entrenado nuevos líderes quienes ya estaban enseñando en otros caseríos. Los discípulos se habían convertido en discipuladores, y ahora, después de años de ministrar en su ‘Jerusalén’, Dios preparaba su corazón con el anhelo de ir y compartir el evangelio en otra región lejos de su terruño.
“En nuestro tiempo devocional, leímos en la Biblia de cristianos que viajaron a otros lugares con el fin de enseñar la Palabra, en obediencia al mandato de Dios. Esto provocó una inquietud en mi corazón y también en mi esposa”, relató José. “Oramos al Señor, diciendo: ‘Haznos saber Tu voluntad; deseamos ir. ¿Cómo podemos participar?’”
Fue en un viaje de reconocimiento a los llanos del nororiente colombiano que tanto este matrimonio guahibo y la iglesia colombiana vieron cómo Dios estaba colocando todas las piezas de este rompecabezas en su lugar. El equipo misionero guahibo, que ahora incluía a José y Janet, formó una conexión con esta congregación colombiana. El pastor de la iglesia les explicó: “Hemos orado por varios años que Dios enviara a los guahibos personas preparadas para enseñarles la Palabra de Dios en la lengua natural de ellos”.
¡Se pueden imaginar el regocijo de José y Janet cuando escucharon esas palabras! José exclamó, “Estoy viendo la respuesta de Dios a nuestras oraciones en estos días mientras viajamos para investigar la posibilidad de enseñar y establecer una iglesia”.
¿Y qué nos podría emocionar más que observar cómo Dios organizó este plan y saber que José y Janet están trabajando en el borde de la iglesia colombiana para alcanzar a un grupo de guahibos aún no alcanzados con las buenas nuevas del evangelio? Pero éste no es el fin de la historia… ¡ni tampoco fue el principio!
Éstos no fueron los primeros personajes de esta historia, ni serán los últimos.
EL COMIENZO DE LA HISTORIA
Esta historia tuvo su comienzo muchos años atrás, a finales de la década de 1950. Sofía Müller, una soltera de ojos azules, preparada en periodismo y arte, viajaba por los ríos y las selvas, deteniéndose para pasar varios días de visita en cada comunidad indígena.
En esas regiones no hubo transporte en avión, ni restaurantes donde comer, ni mucho menos hoteles donde descansar.
Viajar significaba sentarse día tras día en una canoa sobre una tabla de madera, a veces expuesta al intenso sol tropical y otras veces empapada por lluvias torrenciales. En ocasiones el viaje por el río era seguido por una ardua caminata por la tupida selva.
Para dormir, había que colgar una hamaca al lado de los habitantes en sus humildes chozas de bahareque, techadas con hoja de palma. Un mosquitero le protegía de los mosquitos, las cucarachas y otros animales más grandes.
Y de comer, solo había lo que los aldeanos tuvieran en la olla ese día. Eso podría ser cualquier cosa, desde pescado ahumado hasta sabrosos jabalíes, gusanos de palma o una sopa de menudencias. En el caso que no hubiera carne, nunca faltaba el casabe o mañoco (fariña).
Además de las penurias que debía soportar, también hubo verdadero peligro. En cierto pueblo, el chamán (brujo) preparó para Sofía un guisado de pollo con cierto ingrediente “especial” agregado. Los habitantes observaban mientras Sofía inocentemente se tomó el caldo adulterado con el veneno más potente que se conocía en esa selva, un tóxico con la fama de acabar con la vida de una persona dentro de cinco minutos.
La gente aguardó esperando lo inevitable –pero no sucedió lo que se anticipaba. Aunque Sofía vomitó, no murió. No se lo podían explicar. ¿Era posible que el chamán había fallado? ¿Acaso no le había agregado suficiente veneno para matar a cinco hombres? ¿Se había hecho mal el veneno?
Si hubiese cualquier duda sobre la potencia del veneno, ésta se despejó pronto cuando algunos perros del caserío, obedeciendo su naturaleza, se comieron el vómito y sin tardar cayeron muertos.
La protección y cuidado divinos se hicieron evidentes, resultando en que el chamán que había preparado la sopa dejó la hechicería para creer en Dios. Desde entonces Sofía fue conocida como ‘la hija de Dios’ y se le permitió viajar con seguridad donde quisiera en la selva.
Dios usó a esta mujer para allanar el camino para los que vendrían después.
Y efectivamente, otros siguieron sus pasos.
RECIBIDOS CON LOS BRAZOS ABIERTOS
“En octubre de 1976 cuando llegamos para trabajar con la etnia guahiba, ya había cuatro diferentes misioneros trabajando entre ellos”, me contaron Marcos y Juana Caín. “En aquel entonces se estima que había 25 o 30 mil habitantes guahibos. Hoy en día hay aproximadamente 80 mil”.
Los guahibos viven esparcidos por un territorio extenso que abarca una buena parte de dos países, desde los ríos que atraviesan la selva venezolana hasta los llanos de Colombia y Venezuela; es un territorio de tamaño equivalente al del estado de Pennsylvania en los EE UU.
Pero los Caín reconocen que no hubieran sido recibidos con los brazos abiertos de no haber sido por Sofía Müller.
“Sofía abrió el camino para que pudiéramos entrar allí para alcanzar a los guahibos”, aclaró Juana. “Nos aceptaron como equipo de misioneros en la comunidad indígena debido al visto bueno de Sofía”.
Y no perdieron tiempo. Marcos y Juana se mudaron a una comunidad guahiba, entablando amistades con la gente y aprendiendo su idioma y cultura. Luego empezaron a enseñar la Palabra de Dios, fomentando el crecimiento de una pequeña iglesia en una comunidad guahiba llamada Raya.
“Teníamos la visión de acompañar a los creyentes de la comunidad donde servíamos para que juntos lleváramos el evangelio a otras comunidades”, dijo Marcos.
¿Y qué de malo podría tener semejante plan? Nada, el plan era bastante bueno.
Pero entonces apareció la guerrilla con la intención de secuestrar a Marcos y Juana.
“Huimos”, confiesa Juana, “dejando atrás una pequeña iglesia que se preguntaba qué propósito tendría Dios en esto”. Claro que Marcos y Juana se preguntaban lo mismo.
CUANDO FALLA EL PLAN ORIGINAL
Me imagino que usted ha pasado por algún tiempo en su vida en que se ha preguntado qué está haciendo Dios, ¿verdad? Un momento en que su plan original de trabajo que parecía bueno y de acuerdo con la voluntad de Dios, se desmoronó y se vio obligado a seguir otro plan que le parecía menos ideal, hablando humanamente.
Esto lo he vivido yo en carne propia.
Evidentemente, lo han experimentado Marcos y Juana también. Ellos saben cómo es trabajar en circunstancias no ideales, cuando no funciona el plan “A”, tampoco el plan “B” ni “C”.
“¡Creo que llegamos hasta el plan G!”, exclamó Juana.
Tuvieron un plan “A” bastante bueno y sólido, diseñado con base en una excelente estrategia misionera. Debería haber funcionado y, en parte, sí dio buenos resultados –hasta que fue interrumpido.
El ser perseguidos por la guerrilla echaría un baldado de agua fría a los planes y anhelos de cualquiera de nosotros. Esto es lo que sintieron los Caín al verse estallar su plan “A”, sin saber cuándo se encontrarían nuevamente con sus preciosos hermanos y hermanas guahibos en Cristo.
Si hubieran sabido que pasaría un año entero antes que pudieran volver a la comunidad, hubiera sido más difícil aún. (A veces es mejor no saber lo que depara el futuro). ¿Y qué de la situación civil y de la inseguridad? Continuaría hasta 1994.
Pero hubo cierto aspecto positivo a pesar del trágico y triste desarrollo de los acontecimientos. Marcos y Juana ya dominaban bien el idioma y habían estudiado la cultura, y la obra no dejó de avanzar.
SIGUE UN PLAN NO MUY IDEAL
Lo que vino después fue un ministerio menos que ideal de carácter itinerante.
“Retornamos al caserío para enseñar, pero muchas veces tuvimos que salir de repente debido a las amenazas de la guerrilla, luego volvíamos dos meses después para continuar”, explicó Marcos.
Años después, los Caín compararían esos años de entrar y salir de la aldea a “jugar al escondite” con la guerrilla. Marcos confiesa que esto “desaceleró el avance de la obra a medida que el tiempo que podíamos permanecer en la comunidad se fue reduciendo cada vez más”.
Sin embargo, fue evidente que Dios no estaba limitado por las circunstancias complicadas de sus vidas.
“Dios tenía un plan mucho más grande… Él utilizó nuestra salida obligada para cambiar nuestra estrategia”, observó Marcos. “No hay nada que pueda impedir que Dios edifique Su Iglesia”.
Entonces, los misioneros ajustaron sus planes para conformarlos al plan divino.
“Dios nos guio a formar un programa de discipulado afuera del territorio indígena”, me contó Marcos, apresurándose para reconocer el aporte de su compañero de ministerio colombiano. “Alberto González es un visionario de verdad. Fue él quien propuso y promovió la idea que debíamos enseñar a hombres claves afuera del territorio de la gente, siendo que nos era imposible vivir ahí debido a la situación de inseguridad ocasionada por la guerrilla”. “Empezamos en 1999”, añadió Juana. “Invitamos a la ciudad a hombres guahibos de diferentes caseríos con el potencial de ser líderes con el fin de enseñarles los materiales de Fundamentos Firmes. Luego los capacitamos para enseñar las lecciones bíblicas a otros. Hubo unos 20 inicialmente, pero terminamos con 12 hermanos guahibos –algo así como los 12 discípulos de Jesús”.
“Hemos seguido capacitándoles. Nosotros proporcionamos las Escrituras, las lecciones bíblicas cronológicas y estudios bíblicos adecuados para toda edad, luego ellos mismos salen para enseñar a su gente, una tarea más fácil para ellos, debido a que ya hablan el idioma y conocen la cultura”.
Y ¡ha funcionado bien!
DOCE DISCIPULOS
“Aquellos primeros doce discípulos han preparado a otros discípulos más, quienes a su vez también han hecho discípulos”, señaló Juana. “Ahora tenemos no solamente la primera generación de discípulos, sino la segunda y hasta una tercera, quienes están enseñando la Palabra de Dios entre los guahibos”.
Esto demuestra que el discipulado hecho bien produce una nueva generación de discípulos –y en este caso, se ha perpetuado por varias generaciones.
Pero el discipulado no se limitó a los 12, también se extendió a otras comunidades cuando lo permitían las condiciones de seguridad. Marcos y Juana recuerdan un viaje en particular cuando pasaron tiempo en dos pueblos guahibos diferentes. Las condiciones de viaje y de vida eran rústicas –poca privacidad, pisos de tierra, letrinas y nada de agua corriente. Sin embargo, ¡valió la pena al ver la manera en que respondieron los creyentes!
“¡Qué gozo enseñar a estas personas que asimilaban la enseñanza de la Palabra de Dios como esponjas!”, escribieron Marcos y Juana. “Las enseñanzas sobre cómo debemos ser transformados en lugar de ser conformados fueron novedosas y muy agradables para ellos”.
¿Qué más podría desear un maestro de la Palabra?
LAS CREENCIAS GUAHIBAS VS. LA REALIDAD DE DIOS
“Mientras preparamos las lecciones para la enseñanza bíblica, tenemos siempre presente la realidad de lo que significa para los guahibos aplicar las verdades de la Palabra de Dios a sus vidas”, escribieron Alberto y Nancy González.
“Jhon Jorge y yo, Alberto, hemos estado preparando lecciones bíblicas sobre el libro de los Hechos. Jhon Jorge es un hermano en Cristo guahibo y mi asistente en la elaboración de estas lecciones. Mientras trabajábamos en las lecciones leímos de como Dios obró en las vidas de los creyentes de Éfeso. También leímos en un comentario bíblico que hubo judíos en Éfeso que intentaron invocar el nombre de Jesús como palabra mágica para hacer milagros y que estos judíos eran muy admirados por otros místicos. Jhon se asombró al escuchar esto…
“Cuando Jhon se dio cuenta que esto había sido un problema aún para los creyentes en Éfeso, él empezó a revelar con transparencia cómo los guahibos todavía usaban rezos mágicos… Explicó que su gente todavía creía erróneamente en el poder y la eficacia de sus rezos. Luego compartió su testimonio conmigo, que me dejó ver cómo Dios estaba obrando en su vida.…
Antes del nacimiento de mi hija, quien ahora tiene 7 meses de edad, yo buscaba un nombre para ella. Me gustaba el nombre Eunice. Así que, cuando nació, le di este nombre que significa “Gran Victoria”.
Una semana después de su nacimiento, en los días en que todo buen guahibo debería permanecer en casa, tuve que asistir a un seminario bíblico en otra comunidad. Debido a nuestras costumbres tribales, ninguno de nuestros parientes quería que yo viajara. Constantemente me recordaban de las creencias de nuestra gente que nos enseñan que mientras el bebé sea pequeño, ni el padre ni la madre debe viajar a otro sitio, ni debe tomar agua de ninguna otra fuente que no sea de los caños o arroyos cercanos al caserío de los padres, porque de otra forma el bebé puede morir.
Cuando mis familiares nos expresaban sus preocupaciones, recordándonos de nuestras costumbres, lo hacían porque nos aman y deseaban proteger a mi hija de peligro. Estaban convencidos de que si obedecía nuestras creencias tradicionales, mi hija estaría a salvo.
Faltando dos días para la fecha en que debía partir, mi hija se enfermó. Y con eso, mi familia me presionó aún más. Yo también comencé a sentir temor de lo que podría pasar si viajara en un momento como este. Sin embargo, aún tenía planes de ir al taller bíblico.
El temor más grande que sentía no era por la salud de mi hija sino por la reacción de mi padre. Él sabe muchos rezos porque es uno de los brujos o chamanes del pueblo. Temía que mi padre rezara sobre mi hija, invocando el poder de Satanás. …¡De ninguna manera quería que hiciera eso! Por lo tanto, estaba clamando al Señor de todo corazón pidiéndole que mi hija mejorara antes de mi salida para que pudiera ir confiadamente al taller, y le pedí al Señor que no dejara a mi padre hacer brujería en mi hija.
No podía exigirle a mi esposa que no permitiera a mi padre rezar sobre nuestra hija porque en nuestra cultura el abuelo tiene la autoridad sobre la vida y salud de su nieta. Amaneció el día de mi salida y la salud de mi hija no había mejorado. Entonces oré de todo corazón al Señor y le animé a mi esposa a descansar en el cuidado de Dios para nuestra niña.
Tan pronto volví del seminario y vi a mi hija sana y salva, me regocijé. Mi familia me contó que el día después de mi salida, mi padre estuvo desanimado y no quiso hablar con nadie. Estaba muy pensativo y le contó a mi madre un sueño que había tenido. En el sueño o visión escuchó una voz fuerte que le dijo que si rezara sobre su nieta, él moriría. Entonces debido al sueño no rezó sobre su nieta como había planeado. Quedé maravillado de lo que había sucedido en mi ausencia. Cuando me enteré de lo sucedido, solo me quedaba darle gracias a Dios. Fue una afirmación de que habíamos escogido un buen nombre para mi hija, “Gran Victoria”.
Resumiendo todo, Alberto dijo: “Como pueden ver, creer en el Señor Jesucristo trae verdaderos retos a la vida del creyente guahibo. Desde la perspectiva guahiba, Jhon se había portado de una manera muy irresponsable al viajar, poniendo así en peligro la vida de su hija. Pero para Jhon, fue una oportunidad para aumentar y fortalecer su fe”.
LOS DISCÍPULOS SE CONVIERTEN EN DISCIPULADORES
Recordando los primeros días en la aldea de Raya, Marcos y Juana reconocen que habían dirigido su atención principalmente hacia los adultos. Estaban convencidos que serían ellos los que se convertirían en la próxima generación de misioneros. Sin embargo, los planes de Dios eran otros, y Sus planes siempre son los mejores.
“Es interesante que después que tuvimos que salir del lugar debido a la actividad guerrillera”, comentó Juana, “el Señor trabajó en el corazón de la generación juvenil y levantó traductores, evangelistas, y discipuladores entre ellos”. Y esto continúa hasta el presente.
“La verdad”, reconoció ella, “es que fueron los jóvenes de aquella pequeña iglesia que llegaron a ser los misioneros de hoy”.
“Dios nos dio la oportunidad de acompañar a ‘nuestros’ discípulos guahibos cuando bautizaron a los primeros que creyeron por su testimonio. El Señor ha abierto un nuevo campo entre los guahibos que viven en los llanos donde nuestro compañero Alberto Gonzáles y el misionero guahibo Jhon Jorge han empezado a evangelizar”. “No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad”. (3 Juan 1:4) Esto es lo que sentían Marcos y Juana cuando Virgilio y Alexander, dos de los misioneros guahibos, bautizaron sus primeros convertidos.
¡EL GOZO NO PARA!
Como los guahibos están esparcidos por una amplia región, el diverso equipo misionero que sirve a los guahibos se encuentra esparcido también por la región nororiental del país con responsabilidades diferentes.
Marcos y Juana se han dedicado a la traducción de las Escrituras, y están viendo el fruto de trabajar en la traducción hombro a hombro con creyentes guahibos maduros. Juntos han pulido y refinado el vocabulario espiritual para producir una traducción mas fiel y clara.
Alberto y Nancy González con los compañeros misioneros guahibos, Jhon Jorge, Virgilio Perez y su esposa Elsa, están evangelizando a los pueblos guahibos aún no alcanzados en los llanos. Alberto también encabeza el trabajo de la revisión de las lecciones bíblicas para que reflejen el vocabulario espiritual que se ha aclarado y refinado por medio del proceso de traducción.
Y ellos no son los únicos misioneros guahibos. José y Janet están colaborando con la iglesia colombiana en los llanos del nororiente colombiano y otros más hacen viajes misioneros por su propia cuenta, muchos de los cuales son discípulos de José.
El discipulado hecho bien ha progresado a una nueva generación de discípulos –y más allá. “Al retirarnos después de 45 años de ministerio en Colombia, nos trae gozo ver que Dios ha levantado más misioneros guahibos y nos está permitiendo ver la expansión y extensión de la iglesia guahiba que se está movilizando para evangelizar a su propia gente. Nos regocijamos de corazón y podemos decir con toda confianza, ‘¡Valió la pena!’”.
Deja un comentario