26 de julio, 2018
De la gente que me rodeaba, dos grupos se destacaban. Había personas con las que podía comunicarme y otras con las que no podía.
Si bien fue un placer poder conocer a los misioneros que sirven en África occidental, era evidente que yo nunca iría más allá de “¿Cómo estás? ¿Tuviste una buena noche?” con los africanos que hablaban francés y wolof.
La señora que barría los pisos todas las mañanas cuando el sol empezaba a elevarse, la señora que preparaba comidas increíbles, y la señora que lavaba la ropa… todas ellas estaban fuera de mi alcance por la barrera del idioma. Si quisiera aprender y verdaderamente conocerlas, me costaría antes de poder tener ese privilegio. Podría elegir aprender solamente de mis colegas misioneros y de otras personas que hablasen mi idioma, pero no podría participar en la vida de la mayoría ‘silenciada’; y nunca podría ofrecerles la vida de Jesús por medio de palabras a esas mujeres, si no pudiera hablar con ellas. — Casie
Deja un comentario