13 de marzo, 2018
La visión
La falta de lluvia había reducido las calles de tierra a nada más que una vega polvorienta. Pero los habitantes del pequeño pueblo de los llanos del nororiente colombiano estaban acostumbrados a eso; pronto vendrían las lluvias y el polvo desaparecería. Pero en este día, el pequeño grupo que caminaba por las calles con su ropa dominguera tendría que soportar la brisa que levantaba el polvo, ensuciando sus zapatos limpios mucho antes de llegar a su destino, una iglesia muy pequeña en las afueras del pueblo. Una iglesia pequeña con un amor muy grande por las personas no salvas del grupo étnico guahibo de su región.
A lo largo de los años, esta comunidad de creyentes de gran corazón, hizo numerosos intentos por compartir el mensaje del Evangelio con los guahibos, pero las barreras lingüísticas y culturales neutralizaban su trabajo. Sus esfuerzos parecían reducirse a nada más que polvo en el viento; en un momento está allí y al siguiente desaparece.
Mientras tanto, Dios estaba obrando en los corazones de José Arturo y su esposa Janet, creyentes guahibos. Ellos ya habían servido fielmente al Señor durante más de quince años en su aldea natal y en las cercanías; habían enseñado, impartido el discipulado y capacitado a los nuevos líderes que ahora estaban enseñando en otras aldeas. Ellos, los discípulos, se habían convertido en hacedores de discípulos. Y ahora, después de ministrar por años en su Jerusalén, Dios estaba poniendo en sus corazones el deseo de ir y compartir el Evangelio lejos de su región de origen.
“En nuestros tiempos devocionales, cuando leíamos en la Palabra que había cristianos que iban a otras partes movidos por la orden de Dios de enseñar Su Palabra, esto causaba una inquietud en mi corazón y en el de mi esposa”, comentó José. “Orábamos al Señor: ‘Muéstranos tu voluntad; queremos ir; ¿cómo podemos participar?’”
Fue durante un viaje exploratorio a los llanos del nororiente colombiano que ambas partes vieron que Dios había acoplado todo. El equipo misionero guahibo, que ahora incluía a José y a Janet, se relacionó con la iglesia colombiana. El pastor de la iglesia les dijo: “Durante años estuvimos orando para que Dios enviara personas que estuvieran preparadas para enseñar la Palabra de Dios en el idioma propio [de los guahibos]”.
¡Imaginen el gozo de José y de Janet al escuchar esas palabras! José dijo: “En esos días en que hicimos ese viaje exploratorio para ver la posibilidad de enseñar y plantar una iglesia, veo que Dios contestó nuestras oraciones”.
¿Qué puede ser más emocionante que ver a Dios formando una asociación y escuchar que José y Janet están trabajando en el borde de la iglesia colombiana para alcanzar a un grupo de guahibos que todavía no han sido alcanzados con las buenas nuevas del Evangelio? Pero este no es el final de la historia; tampoco es su comienzo.
Estos no fueron los primeros actores de la historia, ni serán los últimos.
El comienzo de la historia
Esta historia comenzó muchos años antes, a finales de la década de 1950. Sofía Muller, una mujer soltera de ojos azules, con experiencia en periodismo y arte, viajaba por ríos y selvas y pasaba varios días al mes en cada aldea.
No había aviones, no había hoteles ni restaurantes.
Viajar significaba sentarse sobre una dura tabla de madera de una canoa durante días enteros, a veces bajo el cálido sol tropical y otras veces soportando aguaceros torrenciales. En ocasiones el viaje por río era seguido por una caminata a través de la densa selva.
El orden para dormir se limitaba a colgar una hamaca en una choza con techo de palma, junto a los aldeanos. Un mosquitero libraba temporalmente de los zancudos y mantenía a raya a las cucarachas y a las criaturas más grandes.
La comida consistía en lo que la gente tuviera para comer ese día —y eso podía incluir cualquier cosa, desde pescado ahumado hasta la sabrosa carne de cerdo montés, gusanos de palma o sopa de patas de pollo. Y si no había carne, el cazabe era el alimento básico.
Más allá de las simples incomodidades, había un peligro real. En una aldea, el hechicero cocinó un guisado de pollo para Sofía, pero le agregó algo. Los aldeanos miraban mientras la inocente Sofía comía la sopa mezclada con el veneno más potente que se conozca en la selva, un veneno conocido por matar a una persona en un lapso de cinco minutos.
Los aldeanos observaban y esperaban lo inevitable —pero no sucedió. Aunque Sofía vomitó un poco, no murió; y eso no tenía sentido. ¿Podría haber fallado el hechicero? ¿Acaso él no había echado suficiente veneno para matar a cinco hombres? ¿O será que el veneno no estaba bueno?
Si surgieron dudas sobre la potencia del veneno, pronto se disiparon porque algunos perros de la aldea encontraron el vómito de Sofía e hicieron lo que hacen los perros, después de lo cual cayeron y murieron inmediatamente.
El poder protector de Dios se hizo evidente, y el hechicero que había preparado la sopa se convirtió de la hechicería a Dios. Sofía llegó a ser conocida como una hija de Dios y le permitían viajar con seguridad en la selva a donde quisiera.
Dios usó a esta mujer para allanar el camino para que otros siguieran.
Y más han seguido.
Recibidos con los brazos abiertos
“Cuando llegamos a trabajar con la etnia guahiba en octubre de 1976, había cuatro misioneros trabajando con ellos”, me dijeron Marcos y Juana Cain. “En ese entonces había alrededor de veinticinco mil a treinta mil guahibos; hoy hay unos cuarenta mil”.
Desde los ríos rodeados de selva de Venezuela hasta las llanuras de Colombia y Venezuela, los guahibos están dispersos en una sección muy grande de dos países, una sección tan grande como el estado de Pennsylvania.
Pero los esposos Cain reconocen que tal vez no los hubieran recibido con los brazos abiertos de no haber sido por Sofía Muller.
“Sofía nos abrió el camino para que pudiéramos entrar allí y alcanzar [a los guahibos]”, me contó Juana. “Fuimos aceptados como equipo en la tribu gracias al sello de aprobación de Sofía”.
Y no perdieron el tiempo; Marcos y Juana se trasladaron a vivir entre los guahibos y comenzaron a fomentar amistades con la gente y a aprender su cultura y su idioma. Después empezaron a enseñar la Palabra de Dios y a nutrir una pequeña iglesia en el pueblo guahibo de Raya.
“Teníamos la visión de acompañar a los creyentes del pueblo donde estábamos trabajando para salir a evangelizar otras aldeas”, informó Marcos.
Y ¿qué podría tener de malo un plan como ese? Nada.
Pero luego llegaron los guerrilleros, con la intención de secuestrar a Marcos y a Juana.
“Huimos”, añadió Juana, “dejando una iglesia pequeña con la pregunta de qué se proponía Dios”. Cierto, Marcos y Juana también se preguntaban lo mismo.
Cuando el “Plan A” se desmorona
Estoy seguro que habrá habido algún momento en tu vida en que te habrás preguntado qué se proponía Dios, ¿verdad? Un momento en el cual el Plan A —que parecía un plan piadoso y bueno— comenzó a desmoronarse ante tus ojos. Un momento en el que tuviste que afrontar lo que parecía ser —al menos hablando humanamente— una alternativa poco ideal.
A mí me ha pasado lo mismo.
Y obviamente también a Marcos y a Juana; ellos son expertos en eso. Ellos saben sobre circunstancias poco ideales; saben sobre el desmoronamiento del Plan A —y del B y del C.
“Creo que podríamos haber llegado hasta el Plan G”, me dijo Juana.
Teníamos un Plan A; era sólido y seguía el método misionero tradicional. Debería haber funcionado; y en cierto sentido lo hizo —hasta que dejó de funcionar.
Ser expulsado por la guerrilla puede arruinar tus planes y aspiraciones; esto es lo que sintieron los Cain cuando vieron evaporarse el Plan A, al no saber cuándo volverían a ver a sus preciosos hermanos y hermanas guahibos en Cristo.
Si hubieran sabido que pasaría un año antes de que pudieran regresar al pueblo, podría haber sido aún más difícil; a veces es mejor no saber. ¿Y la alteración del orden público? Eso continuaría hasta 1994.
Pero había un rayo de luz en medio del trágico giro de los acontecimientos. Marcos y Juana ya dominaban el idioma; ya habían estudiado la cultura; y la obra seguía progresando.
Un plan poco ideal llega a continuación
Lo que siguió a continuación fue un ministerio de tipo itinerante poco ideal.
“Íbamos al pueblo y enseñábamos, pero tuvimos que salir muchas veces por causa de amenazas de la guerrilla y luego regresábamos dos meses más tarde y continuábamos”, dijo Marcos.
Finalmente los Cain compararon esos años de entrar y salir del pueblo a toda prisa en un momento dado con el juego infantil “El gato y el ratón”. Marcos admite que eso “lentificó el progreso, ya que el tiempo que podíamos permanecer en el pueblo era más y más corto”.
Pero era evidente que Dios no estaba limitado por las tumultuosas circunstancias de sus vidas.
“Dios tenía un plan mucho más grande. …Él usó nuestra expulsión para cambiar nuestra estrategia”, señaló Marcos. “No hay nada que pueda impedir que Dios edifique Su Iglesia”.
Y así los misioneros ajustaron sus planes para alinearse con los de Dios.
“Dios nos guió a tener un programa de discipulado fuera de la zona tribal”, me contó Marcos —y se apresuró a darle el crédito a su compañero colombiano. “Alberto [González] es un verdadero visionario; él [fue el que] comenzó a promover [la idea] de que enseñáramos fuera de la zona tribal a hombres claves en vista de que no podíamos vivir allí por causa de la guerrilla”.
“Eso comenzó en 1999”, agregó Juana. “Invitamos a líderes potenciales de los guahibos de distintas aldeas para que vinieran a la ciudad con el fin de enseñarles el plan de estudios bíblicos de Fundamentos Firmes: Desde la Creación hasta Cristo. Luego les enseñamos cómo enseñarlo. Inicialmente tuvimos alrededor de veinte, pero terminamos con doce guahibos —como los doce discípulos de Jesús.
“Hemos seguido capacitándolos; les proporcionamos las Escrituras, las lecciones bíblicas cronológicas y estudios bíblicos para todas las edades. Ellos arrancan con eso y salen a evangelizar a su gente, una tarea más fácil puesto que ellos ya conocen el idioma y la cultura”.
¡Y ha funcionado!
Los doce discípulos
“Esos doce discípulos originales han hecho discípulos que a su vez han hecho otros discípulos”, señaló Juana. “Tenemos la primera, la segunda y la tercera generación de discípulos que están difundiendo la Palabra entre el pueblo guahibo”.
Esto nos muestra que cuando se hace bien el discipulado, evoluciona a una nueva generación de discipulado —y en este caso, a algunas generaciones más.
Pero el discipulado no se limitaba a los doce; se ramificaba en las aldeas cuando era seguro enseñarlo. Marcos y Juana recuerdan un viaje en particular en el que pasaron un tiempo en dos aldeas guahibas diferentes. Las condiciones de transporte y de vida eran definitivamente rústicas. Por ejemplo, falta de privacidad, pisos de tierra, una letrina improvisada y ausencia de acueducto. ¡Pero la respuesta de los creyentes hacía que valiera la pena!
“Era un gozo enseñar a las personas que se sentaban a absorber la enseñanza de la Palabra de Dios como esponjas”, informaron Marcos y Juana. “Los conceptos de no ser conformados sino transformados eran verdades nuevas y encantadoras para ellos”.
¿Qué más se puede pedir?
Creencias guahibas versus la realidad de Dios
“Cuando preparamos lecciones para la enseñanza bíblica, siempre tenemos que tomar en cuenta lo que significa para los guahibos aplicar las verdades de la Palabra de Dios a sus vidas”, informaron los esposos Alberto y Nancy González.
“Jhon Jorge y yo (Alberto) hemos estado desarrollando lecciones bíblicas del libro de Hechos. Jhon Jorge es un hermano guahibo en Cristo y mi ayudante en la preparación de estas lecciones. Mientras trabajábamos en las lecciones, leímos acerca de cómo Dios obró en las vidas de los creyentes de Éfeso. También leímos en un comentario bíblico que hubo judíos en Éfeso que trataron de usar el nombre de Jesús para realizar milagros y que dichos judíos eran muy respetados en el mundo de los místicos; Jhon estaba asombrado.
“Cuando Jhon se dio cuenta de que incluso esta era un área de lucha para los creyentes de Éfeso, abrió su corazón y comenzó a compartir acerca de las cosas por las que los guahibos hacen cánticos mágicos. …Compartió que su gente todavía cree erróneamente en el poder y la eficacia de sus cánticos. Luego compartió su testimonio conmigo, lo cual me mostró que Dios está obrando en su vida.
Antes del nacimiento de mi hija, que ahora tiene siete meses de nacida, yo estaba buscando un nombre para ella; me gustó el nombre Eunice. Así que cuando nació, le di ese nombre, que significa “Gran victoria”.
Una semana después de su nacimiento, cuando como buen guahibo debía permanecer en casa, tenía que asistir a un seminario bíblico en [otro] pueblo. Por causa de nuestras creencias tribales, ningún miembro de nuestras familias quería que yo viajara. Continuamente me recordaban nuestras creencias tribales, las cuales enseñan que el padre o la madre no deben viajar a otros lugares mientras su bebé es pequeño, ni beber ninguna agua que no sea de los arroyos cercanos a la aldea de los padres, para que el bebé no muera.
Cuando mi familia expresaba sus preocupaciones y me recordaba nuestras costumbres tribales, lo hacían porque me aman y querían proteger a mi hija de algún daño. Sabían que si seguía nuestras creencias tribales, mi hija estaría a salvo.
Dos días antes de partir, mi hija se enfermó. Entonces mi familia en verdad empezó a presionarme. Incluso yo comencé a temer lo que pasaría si viajaba en un momento como este; sin embargo, todavía pensaba ir al seminario bíblico.
Mi mayor temor no era por la salud de mi hija, sino que tenía miedo de lo que mi propio padre haría. Mi padre sabe muchos cánticos, pues él es uno de los brujos de la aldea. Temía que mi padre cantara sobre mi hija, invocando el poder de Satanás. …¡De ninguna manera quería que esto sucediera! Por lo tanto, estaba orando intensamente al Señor con todo mi corazón, pidiéndole que mi hija se recuperara antes de mi partida, para poder asistir al seminario con confianza, también le pedía al Señor que no permitiera que mi padre cantara sobre mi hija.
No podía decirle a mi esposa que no dejara que mi padre cantara sobre nuestra hija porque él es el abuelo, y como tal tiene autoridad sobre la vida y la salud de su nieta. Llegó el día de mi partida y mi hija todavía estaba enferma. Entonces oré al Señor con todo mi corazón y animé a mi esposa a descansar en el cuidado de Dios para nuestra hija.
En cuanto regresé del seminario y vi que mi hija estaba bien, me regocijé. Mi familia me contó que al día siguiente de haberme ido, mi padre se deprimió mucho y no quería hablar con nadie. Estaba sumido en sus pensamientos y le contó a mi madre un sueño que había tenido. En el sueño escuchó una voz fuerte que le decía que si cantaba sobre su nieta, moriría. A causa de ese sueño, no había cantado sobre su nieta como había pensado hacer. Me maravillé de lo que había sucedido en mi ausencia; al escuchar esto, solo pude darle gracias a Dios. Fue una confirmación real de que habíamos nombrado correctamente a nuestra hija: “Gran Victoria”.
Alberto lo resumió así: “Como pueden ver, la confianza en el Señor Jesucristo le trae verdaderos desafíos a la vida de un creyente guahibo. Desde el punto de vista guahibo, Jhon se estaba comportando de una manera muy irresponsable al poner en peligro la vida de su hija con su viaje. Sin embargo, para Jhon fue una oportunidad para ensanchar y fortalecer su fe”.
Los discípulos se convierten en hacedores de discípulos
Al mirar hacia atrás a esos primeros días en el pueblo de Raya, Marcos y Juana recuerdan que estaban enfocados en los adultos; estaban convencidos de que serían los adultos los que se convertirían en la próxima generación de misioneros. Pero una vez más, Dios tenía otros planes —y Sus planes son siempre los mejores.
“Es interesante que después de que tuvimos que irnos por causa de la guerrilla”, dijo Juana, “el Señor hizo una obra en la generación más joven y levantó traductores, evangelistas y hacedores de discípulos de entre ellos”; y así sigue ocurriendo hoy.
“Sí”, admite ella, “al final resultó que los niños más pequeños de esa pequeña iglesia se convirtieron en los misioneros de hoy.
“¡Dios nos permitió participar en el bautismo de los primeros creyentes ‘de’ ‘nuestros’ misioneros guahibos! Dios ha abierto una nueva zona de la tribu en la llanura, donde nuestro compañero Alberto González y el misionero guahibo Jhon Jorge han empezado a evangelizar”.
“No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad” (3 Juan 4). ¡Así se sintieron Marcos y Juana cuando dos de los misioneros guahibos, Virgilio y Alexander, bautizaron a sus primeros convertidos!
El gozo continúa
Con el grupo étnico guahibo diseminado sobre una región tan vasta, el diverso equipo misionero guahibo se encuentra disperso por todo el país con diferentes roles.
Marcos y Juana están dedicados a traducir las Escrituras, y están viendo el fruto de trabajar junto a creyentes guahibos maduros en el proceso de traducción. El vocabulario espiritual ha sido perfeccionado y refinado para producir una traducción mucho más clara y exacta.
Alberto y Nancy González, junto con sus compañeros de ministerio guahibos, Jhon Jorge, Virgilio Pérez y su esposa Elsa, están llegando a aldeas guahibas no alcanzadas de las llanuras. Alberto también dirige la revisión de las lecciones bíblicas para que reflejen el vocabulario espiritual que ha sido clarificado y refinado en el proceso de traducción.
Y esos no son los únicos misioneros guahibos; José y Janet se están asociando con la iglesia colombiana de las llanuras del nororiente del país. Y luego están aquellos que hacen viajes misioneros por su cuenta, muchos de los cuales son discípulos de José.
El discipulado bien hecho ha evolucionado a una nueva generación de discipulado —y más allá.
“Al estar en la etapa de entregar la obra a los hermanos nativos, después de haber ministrado en Colombia durante cuarenta y cinco años, [nos da gozo] ver que Dios ha levantado diferentes misioneros guahibos y que Dios nos está permitiendo ver la expansión y la explosión de la iglesia guahibo a medida que salen y evangelizan a su propia gente. Nuestros corazones saltan de alegría, y podemos decir con seguridad: ‘Ha valido la pena todo’”.
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