Esta fue la respuesta de Anka a la presentación del Evangelio en Oguru (nuestra aldea). Es difícil decir qué edad tiene Anka, ya que la mayoría de los habitantes de Papúa Nueva Guinea no conocen su verdadera fecha de nacimiento. Sin embargo, Anka recuerda que era un niño pequeño durante la Segunda Guerra Mundial y que corría en busca de seguridad mientras los aviones de combate japoneses y estadounidenses luchaban en el cielo; entonces debe tener al menos 80 años.
Anka creció bajo la enseñanza de sus líderes religiosos locales, los cuales decían que las personas tenían que ganarse su camino al cielo, y sus padres le enseñaban que también debía seguir adorando y apaciguando a los espíritus.
En el año 2014, cuando nos trasladamos a Oguru, su familia lo envió a nuestra aldea para que viviera con nosotros y pudiera escuchar las buenas nuevas lo antes posible. Anka era un buen amigo y regularmente me sentaba con él durante mi tiempo de estudio del idioma iski, en el cual no paraba de hablar sobre el miedo a los espíritus y su temor abrumador de la muerte. Nuestro equipo empezó a orar por la salud de personas como Anka, para que Dios los sustentara hasta que pudieran oír la totalidad de la enseñanza de la Creación hasta Cristo.
Cuando comenzó la enseñanza, Anka era uno de los primeros en estar allí cada mañana para asegurarse de conseguir un buen lugar en el frente. Después de esos cuatro meses de enseñanza, Anka venía a nuestra casa una y otra vez, expresando su gozo y diciendo cosas como: “Ahora sé que Jesús pagó por MIS pecados y soy un hijo de Dios. Ya no le temo a la muerte; moriré y estaré con Dios“.
Poco después de regresar a la tribu, después de nuestro tiempo en Estados Unidos, la condición de Anka empeoró y apenas podía hablar, pero continuó haciendo todo lo posible para venir a la enseñanza. Una tarde recibimos la noticia de que había fallecido; la primera muerte de un creyente en la iglesia iski. Su hija (también creyente) dijo: “Esto no es triste, sé que él está con Dios ahora”.
Después de una muerte, tradicionalmente los iskis permanecen despiertos durante toda la noche y la mañana por miedo a que si no muestran un nivel de tristeza lo suficientemente profundo, el espíritu tomará represalias contra ellos. Esa noche los creyentes vinieron a mí y me dijeron que era el momento de alabar a Dios por haber salvado a Anka y que más bien pensaban permanecer despiertos y cantar canciones de alabanza.
Durante la noche y el día siguiente, los creyentes se sentaron alrededor y recordaron lo que solían pensar acerca de la muerte. “Jason, nosotros acostumbrábamos pensar que el espíritu del hombre muerto vagaba alrededor de su aldea durante tres días, y al final de esos tres días íbamos al río a lavar nuestras manos para echarlo. Ahora sabemos que cuando alguien muere, su espíritu abandona inmediatamente el cuerpo y va directamente al cielo o al infierno”.
Ellos también creían que el espíritu del muerto podía decirles de qué manera había muerto y quién lo había envenenado. Por consiguiente, cargaban el ataúd y el espíritu del difunto los dirigía al hombre que supuestamente lo había envenado. Al respecto ellos dijeron: “¡Ahora vemos que esta costumbre no tenía sentido! Nuestra mente o los espíritus nos engañaban para hacernos creer que eso era cierto”.
En el entierro de Anka, incluso sus parientes no creyentes que vinieron desde muy lejos pudieron ver que este funeral era diferente, y también expresaron su alegría de saber que su abuelo había escuchado y creído el mensaje del Hombre Salvador.
Alabamos al Señor por la paz que está dando a Sus hijos en Iski. Esto es algo que ellos nunca habían experimentado, y nos gozamos por ellos a medida que permiten que la Verdad cale en su cosmovisión y comience a cambiarla.
¡Gracias por sus continuas oraciones a favor de la joven iglesia de Iski!
Jason, Nisae, Kadynn, Judah & Eden
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