8 de febrero, 2017
Aferrándose a las Escrituras como un arma de protección
Un día, no hace mucho tiempo, un agricultor boliviano estaba cultivando su sembrado de sandías con un arma de fuego colgada sobre su hombro. Después de un rato, recostó el arma sobre un árbol. A medida que seguía trabajando, se alejaba más y más del arma. Cuando los hombres ayorés, que estaban observando desde la selva, vieron que el hombre se había separado lo suficiente para hacer que el arma fuera inútil, se abalanzaron —matando al agricultor y tomando su cosecha de sandías y el arma.
Este relato, transmitido por uno de los primeros creyentes ayorés en la década de 1950, describe una antigua práctica común —la búsqueda de alimentos valiéndose de cualquier medio necesario. Pero ahora se ha convertido en una lección de enseñanza para la fe de su tribu.
“Quiero estar seguro de tener mi protección, la Palabra de Dios, y de no ser separado de la obediencia a ella”, explicó Jusei, un líder actual de la iglesia. Rodeado por una docena de los vecinos de su pueblo, citó el Salmo 119:11: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”.
Jochacai, uno de los líderes de más edad de la iglesia del pueblo, expresó una devoción parecida a las Escrituras.
“Cuando empecé a escuchar la enseñanza de la Palabra de Dios, esta se hacía más y más dulce a medida que la oía”, dijo él mientras bebía tereré bajo un árbol. “Hasta el día de hoy es la cosa más dulce para mí”.
Durante los últimos setenta y cinco años este grupo étnico ha llegado a aceptar la Palabra de Dios y la obra salvadora de Jesucristo. La iglesia ayoré sigue creciendo en su fe, fortaleciendo sus comunidades y ahora está enviando a sus propios misioneros.
“Es llevando la Palabra de Dios y haciéndola nuestra”, dijo Jochacai, “que hemos llegado a experimentar el gozo que da ser obedientes a ella. Ahora estamos enseñando a aquellos que tienen el deseo de andar en obediencia al Señor y quieren crecer en su amor a Él”.
Las reuniones se han convertido en una pieza clave de este esfuerzo. Los creyentes celebran reuniones frecuentes en sus pueblos para cultivar la fe de unos y otros, y también organizan conferencias casi todos los meses, alternando entre más de una docena de comunidades de creyentes en el sudeste de Bolivia y el noroeste de Paraguay. En estas reuniones, los asistentes vienen de múltiples pueblos para animarse unos a otros, enseñar la Palabra de Dios y adorar juntos.
“Las reuniones no son vacías. Nos detenemos y escuchamos; hablamos. Esto produce sinceridad en nuestros corazones”, dijo Jochacai. “Deseamos la verdad; queremos vivirla. El resultado ha sido una paz dentro de nosotros. Ese es uno de los factores que contribuyen a que sigamos creciendo”.
De las ochenta y cinco familias del pueblo, se estima que aproximadamente el 90 por ciento actualmente profesa tener fe en Cristo.
Jochacai dijo que los primeros cristianos ayorés aprendieron a dirigir por el ejemplo, y sus hijos y nietos están siguiendo sus pasos. “Antes de que se fueran los misioneros extranjeros, le enseñaron a nuestra gente cómo hacer esto, y nosotros nos ayudamos unos a otros ahora”.
Pasando la fe a la siguiente generación, como llevando fuego
En la selva, [cuando se trasladaban], los ayorés siempre llevaban fuego con ellos para ahorrar tiempo y esfuerzo. A veces lo abanicaban hasta convertirlo en una gran llama; en otras ocasiones usaban las brasas incandescentes; pero en todo caso no dejaban apagar el fuego durante el día.
“He visto el mismo principio en mi vida cristiana. Si no estoy cerca de otros cristianos fervientes, cristianos ardientes, mi fuego corre el peligro de enfriarse y enfriarse hasta que finalmente tendrá que ser avivado”, dijo Ajnocai, uno de los creyentes ayorés de más edad en Garai, un pueblo de unas 190 familias.
“Al parar y tomar tiempo para estar con otros cristianos, mi fuego se aviva nuevamente, y colectivamente nuestro fuego se reaviva también para que podamos seguir viviendo y experimentando ese calor que Dios quiere en nuestra relación con Él”.
Ajnocai se sentó en una silla verde, cerca de la bomba de agua de la familia, mientras su nieta jugaba cerca. Después de enseñar la Palabra de Dios durante más de cuarenta y cinco años, él apenas puede pararse y confía en que los creyentes más jóvenes lleven la antorcha.
Ejoadi y Rolly han aceptado esta responsabilidad. Estos hombres terminaron una capacitación en una escuela bíblica local, donde percibieron el llamado de Dios a hacer discípulos en sus propias comunidades.
“Me di cuenta de que las misiones también están funcionando en mi propio grupo étnico”, dijo Rolly. “Había una necesidad real de que un misionero ayoré estuviera evangelizando a las comunidades de ayorés”.
Además, Rolly y Ejoadi se sienten específicamente preparados para ministrar a los niños.
Ejoadi explicó: “Cuando comencé a aprender más, me di cuenta de que Dios me había dado el don de comunicarme con los niños. Siempre me ha gustado estar con los niños, para enseñarles cosas y hablar con ellos”
“Esta es una etapa muy importante de su vida para inculcarles estos principios y verdades en sus corazones”, comentó Rolly.
Lamentablemente, una trayectoria muy común para los jóvenes de estas comunidades es perder sus vidas en las drogas, el alcohol y la prostitución en las ciudades. Estos hombres reconocen la oportunidad crucial que tienen de señalar el camino a la verdadera vida con Cristo.
Ejoadi ha hecho ocho viajes misioneros para ministrar a los niños ayorés de Paraguay y está animado por lo que Dios está haciendo en la generación más joven.
“Algunos de aquellos con los que yo empecé ahora son adolescentes, y están influyendo en sus hermanos menores y se están asociando con creyentes más maduros”, dijo él. “Estoy viendo una parte del fruto de lo que he invertido”.
Del mismo modo, Rolly está preparando a los jóvenes para que confíen en el Señor en medio de sus circunstancias. Él se dio cuenta de que el apóstol Pablo llevaba con él a otros, por lo que identificó a un joven discípulo en el barrio Bolívar que ahora viaja con él, aprendiendo a enseñar. No siempre tienen suficiente comida u hospedaje, pero Rolly dijo que le recuerda al muchacho: “Es solamente en estas situaciones que podemos ver lo que hemos aprendido —que Dios provee para lo que Él quiere hacer”.
La adoración a Dios revuelve los corazones como una olla de comida
Los ayorés todavía cocinan al aire libre sobre fogones, poniendo en ellos grandes ollas de arroz, frijoles y yuca. Ellos revuelven los alimentos a menudo para que se cocinen adecuadamente.
Patricia, una líder de música de la iglesia, usó esta práctica como un ejemplo de cómo la adoración ayuda a la gente a mantenerse sensible a la voz de Dios.
“A veces llegamos a las reuniones sintiéndonos más o menos, y las canciones nos animan; ellas preparan nuestras mentes y emociones”, comentó ella. “Después que nuestros corazones son revueltos, como una olla de comida, estamos listos para sentarnos y cocinarnos un poco más”.
Ella tarareó algunos compases de sus dos canciones de adoración favoritas y explicó que su deseo de ayudar con la música de la iglesia empezó cuando era niña.
“Cuando crecí, comencé a tratar de cantar acompañada y de aprender las palabras, y con el tiempo creo que Dios me dio entendimiento”, dijo ella.
Los ayorés ahora escriben sus propias canciones, y Patricia dijo que a las diferentes comunidades les gusta reunirse e intercambiar melodías.
“Nos encanta conseguir música grabada de otros campamentos ayorés, aprender sus canciones y ser alentados por ellos al contarnos cómo desarrollaron la canción y las historias que hay detrás de la elección de las palabras”, dijo ella.
Al igual que muchos de los otros líderes de la iglesia, Patricia también está transmitiendo su rol a sus hijos. “Ahora estoy diciéndoles a mis hijas: ‘Quiero que aprendan a cantar bien para que puedan relevarme cuando yo ya no tenga voz’”.
Creciendo en Cristo como las raíces de un árbol de cacha
“Nos damos cuenta de que nuestras vidas son un ejemplo, y queremos que este ejemplo sea bueno, como en la ilustración del árbol de cacha, que nuestras raíces y la fe en Dios sean profundas y fuertes”, dijo Ajnocai desde su silla verde en Garai.
En solo unas generaciones, la iglesia ayoré se ha afianzado en Cristo. Dios usó a los primeros misioneros para plantar las semillas, otros han venido a regarlas y cuidarlas y la cosecha ahora se está multiplicando.
Durasei, uno de los primeros maestros ayorés de la escuela, ayudó a explicar varias ideas que tiene la iglesia para el futuro, como traducir materiales y videos bíblicos, construir un edificio para sus conferencias, e incluso, desarrollar una aplicación para los teléfonos móviles con sermones y música. Ellos no pueden seguir adelante con estos proyectos todavía, pero los creyentes han visto a Dios hacer maravillas entre ellos antes, y saben que Él puede hacerlo otra vez.
Cuando se le preguntó si había visto a Dios proveer para los ayorés en el pasado, Durasei hizo una pausa, sonrió y asintió con la cabeza.
“Constantemente reconocemos y agradecemos a Dios por los misioneros que nos sacaron del árido desierto y nos trajeron a esta tierra”, dijo él. “A menudo pienso que es parecido a lo que sucedió con los hijos de Israel. Dios había hecho promesas, Él les cumplió estas promesas y nos las ha cumplido a nosotros”.
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