1 de junio, 2017
Caminé hasta la choza de Emo a orillas del río Yif el 13 de junio, y cuando llegué, Emo me mostró muy feliz su nueva casa y el huerto que su familia plantó en el valle del río.
“¿Por qué dejaste la casa de tu hermano en la cumbre para mudarte aquí?” le pregunté. “¿Alguno de tu familia vivió antes en esta zona?”
“¡Oh, no!” dijo él con una gran sonrisa, “ellos nunca habrían vivido tan cerca del río por temor a los espíritus”.
Cuando investigué al principio la cultura y las creencias de la gente tribal hewa, descubrí que nunca construían sus chozas en las partes bajas del río o incluso en una superficie plana que tuviera un arroyo o un pantano cercanos. Era sabido por todos que las tierras bajas y los lechos de los ríos eran los sitios donde acechaban los espíritus femeninos engañosos y malignos. Si alguien dejaba la seguridad de las cumbres para cazar en las planicies, nunca iba solo, sintiéndose menos vulnerable al reino de los espíritus cuando estaba en grupos. También se aseguraban de llevar un perro porque sentían que los perros podían percibir la presencia de espíritus y ladrarían para ahuyentarlos. Ellos siempre eran cautelosos, manteniendo sus arcos y flechas listos para un tiro rápido.
Había muchas historias de muertes inesperadas que confirmaban su temor de las tierras bajas. Los antepasados contaban cómo algunos hombres se habían topado con lo que parecían ser mujeres normales en ese tipo de lugares, solamente para ser devorados después de bajar la guardia. Incluso había historias de hombres que se habían encontrado con cerdos enormes, y luego quedaron embelesados por un hechizo cuando los cerdos se convirtieron en lo que ellos pensaron que eran mujeres bonitas. Si se quedaban a hablar, su perdición era segura. Nadie escapaba a ese tipo de espíritus.
“Entonces, ¿por qué dejaste la casa de tu hermano en la cumbre y te mudaste aquí abajo?” le pregunté, “¿no se llevan bien?”
Él dejó escapar una carcajada, llenando la tarde silenciosa con su voz estruendosa. “Oh, no, no es así en absoluto”, dijo, “es solo que desde que los chicos han estado enseñando la Biblia, me di cuenta de que mi familia ha tenido miedo de los espíritus malignos sin ninguna razón”. Él señaló con su brazo hacia la casa de su hermano. “Antes, mi padre y los antepasados solamente construían casas en las cumbres, convencidos de que los espíritus malignos acechaban en los valles. Pero ahora que ustedes nos han enseñado sobre el poder de Dios, me doy cuenta de que no hay nada de qué temer; ¿por qué temería ahora que estoy unido a Jesús?”
Disfruté de una preciosa comunión con Emo esa tarde, y más tarde caminé de vuelta a mi casa con renovado gozo. Cuando la gente tribal me dijo que ya no tenían miedo de los espíritus, eso fue una cosa, pero cuando verdaderamente hicieron cambios significativos en su estilo de vida, eso mostró que estaban convencidos de la verdad de la Palabra de Dios.
Al día siguiente, cuando estaba hablando con un amigo de la aldea sobre mi conversación con Emo, incluyó una información adicional que no conocía. “¿Sabías que hay una enorme roca de los espíritus cerca de la casa de Emo?” me preguntó él. “Nuestros antepasados no solamente tenían miedo de las tierras bajas, pero más que eso, ellos nunca caminaban más allá del lugar donde está la nueva casa de Emo por temor a los espíritus que ellos pensaban que vivían en la enorme roca blanca que está en medio del lecho del río”.
Con ese nuevo conocimiento, decidí caminar de vuelta al valle del río tan pronto tuviera la oportunidad. Más tarde, cuando vinieron amigos de la ciudad a visitar a mi co-obrero, John y yo decidimos caminar hasta allí con algunos creyentes de la aldea. Cuando llegamos a la orilla del río y vimos la enorme roca en el otro lado del agua, un joven llamado Fauwa estaba ansioso por contarnos la historia.
“Nosotros nunca veníamos a esta zona”, dijo. “Mi padre, Watofo, les decía a todos que evitaran este lugar por temor de nuestras vidas. Él decía que había muchos espíritus malignos femeninos que vivían dentro de la roca, y que saldrían por los agujeros y nos comerían si tuvieran la oportunidad”.
Mientras él hablaba, noté dos agujeros en un costado de la roca. La forma animada en que Fauwa contaba la historia hacía fácil imaginar a un padre hablando con su hijo en voz baja, advirtiéndole que evitara un final desastroso. Antes de la muerte del padre de Fauwa, Watofo era un hechicero temido, y sus palabras deben haber tenido un peso significativo.
“Si por alguna razón teníamos que cruzar este valle”, continuó Fauwa, “mi padre decía que sostuviera mi arco con una flecha lista para disparar, así”. Él puso una flecha en la cuerda de bambú de su arco y la tensó hasta la mitad del recorrido, y luego, hablando en voz baja, se agachó como si estuviera deslizándose a través de la maleza alta del lecho del río, inspeccionando todo con sus ojos para detectar una catástrofe oculta. “Cuando mi padre decía cosas como esas me asustaba, y decidí no bajar jamás aquí”.
Pero luego la actitud de Fauwa cambió repentinamente. “Ya no tengo miedo, y te lo voy a mostrar”, dijo mientras descargaba su arco y sus flechas y se daba la vuelta para saltar al agua. La corriente era fuerte y el agua profunda, pero él se abrió paso y se subió a la orilla del lado opuesto. Rápidamente saltó sobre una roca grande y agitó sus brazos con emoción; “ya no tengo miedo”.
Gracias, Señor, por la forma en que estás rescatando a esta gente preciosa de su temor al enemigo y sus mentiras. Gracias por acercarlos a ti y establecerlos con seguridad en el sólido fundamento de tu verdad.
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