6 de junio, 2016
Los sanapanás viven y mueren sin ningún testimonio claro del Evangelio en su propia lengua y cultura. Mientras visitábamos esta comunidad indígena, nuestros amigos nos llevaron a dar un paseo por la aldea. Al final de un camino estaba nuestro destino final, un hombre al que los misioneros llamaban “Abuelo”. Llevamos tereré fresco en caso de que él estuviera dispuesto a recibir una visita. A lo largo del camino encontramos a muchos que estaban ocupados realizando actividades normales como la horticultura, o trabajando cerca de sus casas; ¡fue muy divertido conocer a miembros de esta comunidad! Mientras caminábamos, no podíamos evitar darnos cuenta de que quizá cada persona que conocíamos estaba “perdida”. Las necesidades oprimían nuestros corazones mientras seguíamos nuestro camino de casa en casa.
Finalmente, llegamos al final del camino. Habíamos llegado a la casa del abuelo. Allí estaba sentado, un hombre viejo, abatido en una silla torcida de madera con una gorra en su cabeza inclinada. Tenía unas gafas gruesas tan rayadas que apenas se podía ver a través de ellas. Se había quedado ciego en los últimos años. Mi amigo John, quien habla el idioma sanapaná, le preguntó si le gustaría beber tereré; “hace demasiado frío”, respondió el abuelo. Tenía capas de abrigos y suéteres, y era un día frío con una temperatura de 15-200, si recuerdo bien; pero el sol era fuerte. “¿Te sentaste hoy bajo el sol para calentarte?” le preguntó John; el abuelo sonrió y dijo: Sí. Los dos hablaban y hablaban mientras yo escuchaba sentado los extraños sonidos y ruidos de una lengua que solamente los sanapanás mismos, cuatro hispanohablantes, y Dios entendían. Mientras estaba sentado no pude dejar de notar mi entorno, estaba rodeado de adversidad y tinieblas. Los pies del abuelo estaban agrietados y deformados, sus uñas tenían tierra debajo de ellas, su encorvada casa de madera tenía un plástico negro alrededor del frente y un pequeño fuego en la mitad para ayudar a concentrar el calor. Había perros flacos y desaliñados hechos un ovillo alrededor del fuego tratando de conservar el calor, las manchas de sangre y las moscas en sus cuerpos evidenciaban la lucha por la comida, y no era diferente para el abuelo mismo. Ha trabajado toda su vida bajo el sol ardiente del Chaco. John me contó que la horticultura solía ser una de las actividades favoritas de este hombre. Hacia el final de nuestra visita, el abuelo le dijo a John que me dijera: “Ese joven misionero necesita aprender nuestro idioma para que podamos hablar”. Él repitió esta frase varias veces a lo largo de toda la visita. Después de más o menos veinte minutos de visita, llegó la hora de partir. Nos pusimos de pie para salir y John se inclinó y tomó la mano de él para despedirse, y yo hice lo mismo; nuestro tiempo visitando al abuelo había llegado al final.
La vida ciertamente no ha sido “buena” para Abuelo, ni para el resto de la nación sanapaná. Imagina por un momento como sería quedar varado en una isla, lejos del resto de la civilización, lejos de las comodidades de un país desarrollado, y verse obligado a vivir separado del resto del mundo. Imagina que la búsqueda de alimentos fuera una lucha continua durante los 365 días del año, que la salud y la riqueza fueran casi imposibles de hallar, y aun peor, que no tuvieras el Evangelio, y ningún concepto de quien es Jesucristo. Claro, tal vez has oído algunas cosas, pero nada claro. Imagina que eres pragmático y te ves forzado a vivir una vida de animismo, que tomas a este “Jesús” y lo añades a tu lista de rituales. Que vives en tinieblas y sin esperanza.
Esta es una realidad cotidiana no solo para los sanapanás, sino para cada una de las etnias que viven en el Chaco (y en todo el mundo). Por supuesto, no estamos hablando de una isla literal, en realidad el Chaco es prácticamente un desierto, pero se podría argumentar que ellos viven en la isla del aislamiento. Esto se percibe por su situación geográfica, junto con su aislamiento lingüístico y cultural. Es aquí que personas como los sanapanás esperan; esperan recibir ayuda, esperan amor verdadero (el amor de Jesucristo), y sobre todo, esperan el mensaje dador de vida del Evangelio; ¿quién irá a hablarles?
¿Quién le dirá a Abuelo que Jesús ha pagado su pena de muerte?
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