Sin duda alguna en su vida hay aventuras, comenta el misionero Lourens Laureti.
Los viajes de evangelización hasta aldeas apartadas pueden ser exigentes, por decir lo menos, y regularmente él visita las aldeas de los alrededores que están a cierta distancia de la aldea mengen, a la cual él y su familia llaman hogar.
¿Qué tan lejos están estas otras aldeas? La mayoría de ellas están como mínimo a nueve horas de camino. “Nosotros respiramos el aire bochornoso y húmedo y no paramos de sudar”, informa Lourens.
Entonces, ¿es esto muy parecido a mochilear? “Yo siempre digo que es una historia fangosa y desagradable. No hay senderos hermosos ni sitios para hacer picnics, ni miradores para contemplar el paisaje”.
últimamente, Lourens ha estado caminando “descalzo, debido a que dejé olvidados mis zapatos para caminatas la última vez que visitamos nuestro centro de apoyo”. Así que sus pies están peores para el calzado después de andar sin zapatos durante nueve horas en terreno selvático fangoso.
Pero todas las adversidades de la caminata se olvidan cuando él llega a su destino y es recibido con una calurosa hospitalidad y una bienvenida entusiasta. La tribu dirige a Lourens a una choza para que se quede unos días.
Al llegar, él pasa un tiempito haciendo la choza un poco más habitable; relativamente hablando. “El calor y la humedad son mucho peores en las chozas que no tienen ventanas, y las ratas y las hojas húmedas producen un olor que no puedo describir”, explica Lourens. “En realidad es bueno que la choza es oscura y así no puedo ver todo lo que hay en ella”.
Pero la choza en sí misma no importa. Lourens está allí para visitar a la gente. “Allí están estas personas que vine a visitar y que he llegado a amar mucho a través de los años”, informa él. Los habitantes de la aldea son claramente el propósito y la esencia de la visita de Lourens.
“No crean”, añade Lourens, “que yo tengo esa choza para mí solo; ni pensarlo. Siempre que llego hay un gran número de aldeanos que no me dan espacio; el concepto de privacidad no existe para ellos. Ellos fuerzan la puerta y se meten o se colan por debajo de las paredes”.
Lourens viaja con poco peso en estas caminatas de evangelización. Una bolsa de dormir, una cámara, un bolígrafo y un cuaderno; y, por supuesto, un cepillo dental y dentífrico. “A ellos les encanta probar todo lo que yo tengo”, comenta sonriendo Lourens, “y de este modo varias veces he compartido mi cepillo dental”.
Los aldeanos encienden un fuego en el centro de la choza —el sitio tradicional para reunirse y visitar— y para contar historias. En lugar de sentarse y charlar alrededor de unas tazas de café, ellos mastican una mezcla de nuez koi.
“Nosotros pasamos tiempo juntos alrededor del fuego y contamos historias y masticamos en esa cabaña húmeda, hedionda y calurosa”, agrega él.
Al poco tiempo los hombres empiezan a anunciar a gritos que es tiempo de comer. “Eso significa”, comparte Lourens, “batatas asadas al fuego y quizás un pedazo de carne y de grasa de cerdo del día anterior y algunos caracoles de agua dulce”.
Después de la cena, se hace una nueva reunión alrededor del fuego. Lourens explica: “Y ése es el momento cuando hablamos de asuntos profundos… hablamos acerca quién es el Dios verdadero y cómo es Él y si debemos temerle. Hablamos acerca de si Él está lejos o cerca y si está enojado o nos ama. Hablamos sobre cómo podemos estar en paz con Él y llegar a conocerlo… y ellos preguntan por qué es que los relatos de sus antepasados no tienen sentido y preguntan cuál es la verdad. …Podemos hablar y hablar hasta el alba, a veces”.
Al amanecer del día siguiente, los aldeanos le dicen con insistencia: “Ven, Lourens, vamos a pescar y hablemos más”; pero Lourens a estas alturas está agotado.
“Yo me niego y les digo que me den un tiempo para dormir”, comenta él.
Es que Lourens puede estar seguro de una cosa; la noche que viene será otra noche de largas visitas y de relatos de historias.
Entonces él se retira agradecido y cansado a su choza calurosa y húmeda que huele a ratas y moho. No es que él esté muy encariñado con la choza de esa aldea, sino que su corazón se inflama de amor por la gente de la aldea.
Y Lourens está seguro de algo en cuanto a estas visitas de evangelización a la aldea, y él comparte esta certeza con gozo y convicción:
“Yo sé”, comenta Lourens, “que estamos sembrando semillas que germinarán para la eternidad”.