Era su cumpleaños número 35; y Josh* se encontraba a miles de kilómetros de su amada esposa, participando en reuniones de plantación de iglesias. Ella se había quedado en casa con las hijas, en Papúa Nueva Guinea.
A lo largo de su agitado y ocupado día, Josh estuvo considerando la gran bendición que es su esposa Emily*. No habría regalos románticos, ni lujosas cajas de chocolates, ni rosas rojas de tallo largo de la floristería. Ni siquiera podría haber una llamada telefónica —Emily no tenía acceso a un teléfono en la aldea remota donde ellos viven y ministran.
Para empeorar un poco las cosas, el disco duro de la computadora de Josh aparentemente estaba fallando y, por lo tanto, él no tenía la seguridad de que podría hacerle llegar un email a Emily, saludándola en su día especial.
En los cumpleaños habitualmente se reciben regalos, pero a medida que Josh meditaba en su vida a lo largo del día, se concentraba cada vez más en el gran regalo que Emily misma era para él.
Emily había dado gustosamente su vida para acompañarlo a él a un sitio distante, dedicando fervorosamente su vida al ministerio. Josh sabía que ella estaba consumiendo su vida —realmente invirtiéndola— en algo muy contrario al sueño americano.
El corazón de Emily no está cautivado con la expectativa de una casa grande y elegante, un auto nuevo, o las modas del momento. En vez de eso, ella está dedicada con gran entusiasmo a desarrollar un curso avanzado de alfabetización para la gente de una tribu, el cual les permitirá convertirse en mejores lectores y los habilitará para entender más plenamente la Palabra de Dios.
Difícilmente Emily emplea alguna parte de su tiempo en su apariencia personal o en su comodidad. Además de las horas que ella pasa en el ministerio, dedica su tiempo a cocinar para su familia enteramente con cosas básicas, planea los estudios diarios para tres grados diferentes y cuida un bebé que no duerme mucho.
Josh pensó aun más en la vida de Emily —una vida despreocupada de centros comerciales, hornos de microondas y noches en la ciudad, y frecuentemente llena de luchas con la humedad, el moho, las alergias y las infecciones. Una vida con propósito que no está sujeta a comodidades físicas o ascenso social, sino al valor eterno de dar a conocer a Cristo a un pueblo que no había oído claramente las buenas nuevas de Jesús hasta que Josh y Emily llegaron a enseñarles.
Sonriendo, Josh se sentó y escribió un mensaje de cumpleaños para Emily. Sería un mensaje tardío –él mismo lo entregaría dentro de pocos días, al regresar a la primitiva casa que comparten con sus hijos, la cual está asentada en lo profundo de las selvas de Papúa Nueva Guinea.
Te extraño, Emily. Me gustaría poder estar contigo hoy y celebrar tu cumpleaños. Me gustaría poder darte un regalo apropiado para mostrarte mi amor y mi aprecio. Pero tengo muchos deseos de expresarte mi agradecimiento por el ejemplo de Cristo que tú has sido para mí —y para la gente de la aldea donde vivimos— en cuanto a lo que puede lograr para Dios una mujer que se da totalmente a Él. ¡Tú eres el regalo de Dios para mí!
¡Feliz cumpleaños!
Con amor,
Josh
*Los nombres han sido cambiados para proteger su privacidad.