Hubo una respuesta unánime en la pequeña aldea donde los maestros bíblicos dinangats presentaron el Evangelio.
Dios ha hecho otra gran obra entre el pueblo dinangat, comparten Jeremiah y April Markley.
La tercera aldea dinangat ha escuchado el Evangelio, y respondió con corazones abiertos a las buenas nuevas de Jesús. Y en esta ocasión son los creyentes dinangats los que están compartiendo la Palabra de Dios.
Después de dieciséis semanas de enseñanza acerca de la creación de Dios, la caída del hombre, la entrega de la ley, los intentos fallidos del hombre por salvarse a sí mismo y todas las historias de la Biblia que predecían la venida de Cristo, en los últimos días las personas de esta aldea han aprendido acerca del nacimiento virginal de Cristo, Su vida sin pecado y Su amor por la gente.
“La gente ha estado oyendo esto y creyéndolo en cada paso del recorrido”, informa Jeremiah.
Algunos, dice él, ya estaban respondiendo con cosas como: “¡Yo necesito ser salvo!”. “¡Yo he quebrantado cada uno de los mandamientos de Dios!”. “Yo sé que soy pecador y estoy separado de Dios —¿qué puedo hacer?”.
Y ahora era tiempo de enseñar sobre la crucifixión y la resurrección de Jesús. Los maestros bíblicos dinangats pasaron horas haciendo cuidadosos preparativos.
“Durante incontables generaciones”, comparte Jeremiah, “la cultura dinangat ha sido una cultura oral. …Debido a esto, su estilo de aprendizaje es mucho más centrado en historias y visualmente orientado que nuestras costumbres occidentales”.
Los maestros bíblicos dinangats conocen muy bien esta diferencia, así que era muy importante para ellos esmerarse al máximo con recursos didácticos visuales y que fueran perfectos. “Ellos sacaron la corteza de ciertos árboles, le dieron forma y recortaron trajes… y luego, en el día de la presentación del Evangelio, se levantaron a las 3 a.m. para hacer los preparativos finales”, informa Jeremiah.
Después de ver y oír que Dios no escatimó a Su propio Hijo, sino que lo ofreció como el sacrificio por todo el pecado, la tercera aldea dinangat tuvo una respuesta unánime e irresistible.
“¡Gracias!”, gritaron todos.
Una y otra vez, la gente de la aldea hablaba de estas palabras. No cesaban de maravillarse de que Dios hubiera sacrificado a Su Hijo para alcanzarlos a ellos.
“El alivio y la gratitud lo manifestaban”, comenta Jeremiah. “Jesús es su Kidaak Aamna (el Hombre que salva). ¡Alaben al Señor y regocíjense con nosotros! ¡Que empiece el discipulado en esta encantadora aldea!”.
Jeremiah exhorta: “Su fe es nueva, y en muchas maneras ellos son muy vulnerables, así que, por favor, continúen orando por fortaleza y un entendimiento más profundo a medida que continúa la enseñanza sobre lo que realmente significa su identidad en Cristo”.
Y no olviden, añade Jeremiah, celebrar la bondad de Dios con alabanzas a Él. “Sobre todo, ¡exalten el nombre del Padre con nosotros, porque Él ha hecho grandes cosas y ha manifestado Su gloria!”.
Dios no escatimó a Su propio Hijo –y esa verdad hace una total diferencia en todas las tribus y gentes del mundo. Entonces ¿qué sacrificio puede ser demasiado grande con tal que uno pueda compartir estas noticias maravillosas con personas que nunca las han oído?