Es el tiempo del año, informa Lynne Castelijn; después del congreso misionero anual que se celebra en este tiempo del año, es tiempo de regresar a la tribu.
Ellos intentan un primer vuelo de regreso, pero el cielo se llena rápidamente con densos nubarrones y lluvia, haciendo que el cruce de la cordillera sea imposible para una avioneta.
Entonces dan la vuelta y regresan.
“Eso está bien”, informa Lynne; “nada anormal en este tiempo del año”.
Los retrasos significan costos adicionales de vuelo, pero eso también es normal, comenta Lynne. “Con el paso de los años hemos aprendido que Dios siempre tiene un propósito y una providencia; para Él es normal”.
Lynne y su esposo, Albert, están agradecidos por tener pilotos altamente entrenados y muy habilidosos que saben discernir cuáles intentos son demasiado arriesgados en un vuelo. “Ellos están dispuestos a llamar para avisar que regresan, a pesar de que nosotros estamos anhelando llegar a casa”.
Y Lynne añade: “Tener pilotos inusualmente excelentes es normal para nosotros”.
Resignarse a esperar también es normal. De hecho, Lynne llama a la vida misionera “una vida temporal”.
Ellos esperan por horas en el hangar a que el clima mejore, se dedican a jugar juegos de mesa, a escuchar el sonido de la lluvia en el techo. El cielo no aclara —lo cual es normal; al final del día, regresan a la casa de huéspedes a dormir. A las 4:30 a.m., se levantan para intentarlo de nuevo.
Finalmente, hace un clima hermoso, resultando en un vuelo exitoso de vuelta a la aldea.
Al cruzar la cordillera, ven algo que no es normal. Es el resultado del tifón decembrino. Tristemente observan deslizamientos de tierra, árboles caídos y un paisaje diezmado.
A su regreso a la tribu, los Castelijn encuentran todo normal. Su casa tiene moho por haber estado sola durante un mes en plena estación de lluvias. Las cosas están húmedas y huelen a moho. Los hoyos de las ratas deben ser sellados y el estiércol eliminado.
No hay agua en la casa —cierto, hay un tubo roto. Y Albert lo repara rápidamente; todo es normal, dice Lynne.
Albert arranca a toda marcha al regresar, y Lynne necesita unos días para reajustarse a la humedad, a la cultura y al gentío reunido en el porche de la casa; pero es absolutamente normal.
Los chicos ayudan a desatornillar las contraventanas y ayudan a mezclar cemento para reparar las gradas que el agua destruyó; rutinas normales en la temporada de lluvias, explica Lynne.
Otras rutinas de esta estación son grandes aguaceros tropicales, inundaciones, deslizamientos de tierra, y más oración intensa por la seguridad de los indígenas que viven en labranzas o en las selvas de las zonas apartadas.
Sin embargo, la gracia y la bondad de Dios son evidentes en todas partes. Éstas son, dice Lynne con agradecimiento, normales para Él.