Era una escena que Jack Housley no iba a olvidar pronto.
Allí, enseguida de él, estaba sentado en la edificación selvática de la iglesia el hombre con el que Jack había caminado a lo largo del río durante la mayor parte de la mañana. El área del río era el hogar de este hombre y de las otras 300 personas que estaban sentadas esperando su turno para tomar el pan y el jugo.
Jack notó que las manos del hombre ceñían fuertemente la pequeña copa negra de madera que contenía el jugo que representaba la sangre de Jesús que lo había librado del pecado y de la muerte. Y las palabras de Jesús llegaron a su mente con poder: “Haced esto en memoria de mí”.
Jack pensó en estas palabras que Jesús les había dicho primero a Sus doce discípulos —los discípulos con quienes Él había caminado y hablado durante tres años. Estas palabras conocidas, ahora estaban siendo pronunciadas una vez más en una pequeña iglesia selvática de Papúa Nueva Guinea. Ellas adquirieron un nuevo significado mientras él recordaba el sacrificio que Jesús hizo por él y por este grupo de creyentes con el que estaba expresando la comunión.
En virtud de ese sacrificio, comenta Jack, el Evangelio ha sido presentado y ha sido recibido por estos hermanos y hermanas. Él ha cambiado vidas poderosamente, llevando personas de las tinieblas a la luz.
Sentado allí, y mientras llegaba su turno para tomar la Cena, Jack meditaba en el significado de las palabras de Jesús: “Haced esto en memoria de mí”.
Y observando al hombre que se hallaba sentado al lado de él, mientras éste estrechaba la copa de jugo, Jack llegó a la siguiente conclusión: “He predicado y he partido el pan en iglesias desde el norte de Canadá hasta el sur de Tasmania. Pero al mirar esas manos sosteniendo esa vieja copa, me doy cuenta de que esta ha sido la mejor celebración”.