22 de mayo, 2016
La fiebre malaria se apoderó de la mujer vieja y mentalmente endeble en la tarde del domingo 15 de mayo, enviando ondas de choque con una sensación de congelación sobre su frágil cuerpo. Le dolían todas las articulaciones. Sentía como si las cuencas de sus ojos fueran a estallar. Sus dientes castañeaban sin control y su único pensamiento era calentarse para detener los escalofríos.
Tuvo que emplear cada gota de energía de su cuerpo para echar unos trozos de leña al fogón de la choza de su hijo. Se sentó temblando en el suelo, tan cerca del fuego como podía, su mente nublada no estaba lo suficientemente alerta como para notar cuando las llamas estallaron hacia arriba, alcanzando la parte inferior del estante de la leña.
En menos de un minuto las chispas que flotaban alcanzaron el techo de hojas, y las llamas se extendieron instantáneamente por todo el techo como si las hojas estuvieran empapadas en gasolina. Comenzaron a caer fragmentos ardientes sobre las mantas y otras pertenencias esparcidas por el piso de corteza de árbol, pero Kolumpi estaba abatida con las oleadas de escalofríos que recorrían su cuerpo y no se dio cuenta del infierno que se estaba creando.
Samuel, el hijo de Kolumpi, había salido de la choza en busca de leña, y sus nietos y el otro hombre que vivía en la casa tampoco habían estado durante todo el día. La esposa de Samuel y su madre, Foswan, estaban en el huerto, recogiendo batatas y verduras para la cena. Foswan fue la primera en notar la columna de llamas que ascendía hacia el cielo y gritó mientras corría hacia la choza, su nieta recién nacida fue sacada bruscamente de su sueño en la bolsa tejida que Foswan llevaba en su espalda.
Foswan no paró de gritar hasta que llegó a la puerta, y se inclinó hacia adelante, intentando mirar a través de las nubes de humo caliente que lastimaban su cara. La pequeña que colgaba en su espalda ahora estaba llorando y Foswan no se atrevió a entrar en la estructura llameante. Se dio cuenta que había unas cuantas mantas y piezas de ropa dentro de la puerta, entonces las arrojó al patio, pero en el pánico del momento no se dio cuenta que la anciana Kolumpi aún estaba en la choza.
Fue entonces que Jelemaiya llegó corriendo por el sendero. Venía regresando a la aldea después de una larga caminata y no había notado las llamas o el humo a través de la densa selva, pero fue alertado por los gritos de Foswan. Unos diez años antes su choza se había quemado accidentalmente, y la idea de que un niño pudiera estar atrapado dentro lo llevó a atravesar la puerta en medio del intenso calor.
Se dejó caer sobre sus manos y sus rodillas, arrastrándose frenéticamente hacia adelante, buscando a través del humo, cuando notó que Kolumpi todavía estaba sentada con su cabeza en el borde del fogón. Jelemaiya se arrastró hasta su lado y le pidió que se levantara, pero ella no se movió. La tomó por el brazo y tiró de ella en dirección de la puerta, sabiendo que no podía levantarla y correr el riesgo de acercarse más al horno abrasador que había encima de ellos.
Ella estaba aturdida pero lo seguía y medio tropezaba, medio se arrastraba hacia la puerta. Ambos respiraban con dificultad y tosían fuertemente mientras atravesaban el patio de tierra hasta el borde del huerto. Se dieron vuelta a tiempo para ver caer el techo incinerado, el cual envió una enorme bola de fuego hacia el cielo.
John y Jessi George, y Susan y yo nos reunimos con el resto de los aldeanos para estar al lado de Samuel y su familia mientras llegaban y veían sus posesiones reducidas a cenizas y humo. Ellos lo perdieron todo; todo, excepto unos pequeños bultos de ropa y mantas. Ollas de cocina, herramientas para la horticultura, arco y flechas, y aun sus biblias y las notas de estudio bíblico se perdieron.
Mientras veíamos caer las paredes y extinguirse el fuego, escuché a Foswan lamentándose por la pérdida de su mascota casuario, y a Samuel hablando de su arco y su provisión de flechas que le había tomado toda una vida manufacturar. Samuel y la mayoría de los miembros de su familia son creyentes, y su hijo mayor incluso forma parte del equipo que enseña la Biblia en nuestra aldea, pero yo los oía que hablaban, preocupados de que su fe pudiera ser sacudida.
Luego las conversaciones cambiaron hacia el agradecimiento. Todos comenzaron a hablar de lo felices que estaban porque la anciana Kolumpi y los niños pequeños estaban a salvo, y porque, después de todo, sus posesiones no eran tan importantes. Me animó oírlos hablar de su confianza en el Señor y de Sus propósitos para sus vidas.
Por favor, sigue orando por los hewas; sus vidas están llenas de adversidades y desalientos, pero los creyentes siguen creciendo en la fe. Ellos están absorbiendo la enseñanza de Tito y están deseosos de ayudarnos a John y a mí mientras continuamos con la traducción de la Biblia y la preparación de lecciones. Ora para que nada mengüe su fe, sino que sigan siendo apasionados por crecer en una relación de amistad con su Creador.
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