14 de noviembre, 2017
Después de un mes ocupado con la enfermedad, expulsando un cálculo renal, y después de ser aliviado de este mal, ¡finalmente regresamos a la tierra de los iskis el otro día!
Después de haber estado lejos por tanto tiempo, estábamos listos para volvernos a meter en el ritmo normal de la vida. A pesar de que nuestra casa está en una selva pantanosa, de todas maneras es nuestro hogar, y ya lo estábamos extrañando. Y así, con corazones llenos de alegría bajamos del helicóptero, platicamos con los muchos hombres y mujeres iskis que se habían aglomerado a nuestro alrededor y nos dirigimos a nuestra casa. Cuarenta y cinco minutos más tarde, y con mucha menos alegría, yo estaba de vuelta en el helicóptero, salpicado de sangre y preguntándome qué probabilidad había de conservar el uso de todos los dedos de mi mano izquierda.
Entonces esta es la historia. Ese día habíamos volado a la selva con dos técnicos para instalar nuestro sistema de internet satelital; habíamos estado esperando este acontecimiento transcendental durante más de un año, por lo cual estábamos muy emocionados de por fin poder poner las cosas en marcha. El piloto del helicóptero de la Misión incluso había hecho arreglos para poder pasar la noche en tierra con nosotros con el fin de que los técnicos tuvieran más tiempo para trabajar, sin aumentar los costos de nuestro vuelo (sí, nuestros pilotos son geniales).
Un mes antes, habíamos anclado en tierra un gran poste de metal, antes de salir de la aldea, así que después de pasar unos minutos descargando nuestras cosas, estábamos listos para comenzar la instalación del plato satelital de dos metros de diámetro. El primer paso de todo el proceso era muy básico: nuestro poste de metal era demasiado largo, entonces debíamos cortarle como un metro de la parte superior. Yo ya sabía esto, por lo tanto, había pedido prestada una amoladora [pulidora] angular* en el taller de uno de nuestros centros misioneros para hacer este trabajo.
Mientras preparaba la amoladora, uno de los otros compañeros mencionó que el disco de 4 pulgadas de diámetro que habíamos traído era un poco grueso, lo cual causaría mucha más fricción y haría que el trabajo se demorara más que si usáramos uno más delgado. Lo que él decía parecía tener sentido, y por casualidad yo tenía otro tipo de disco de corte a la mano, así que procedí a cambiarlo.
[NOTA: A partir de aquí, es probable que gran parte de mi escrito les suene como el epítome de la estupidez y la negligencia. En algunos puntos, es de esperar que ustedes piensen: “Eres la persona más tonta que conozco”. No voy a discutir eso, excepto para decir: “Parecía una buena idea en el momento”].**
Por lo tanto, reemplacé el disco original de 1/2 pulgada de grosor y 4 pulgadas de diámetro por uno de 1/8 de pulgada de grosor y 10 pulgadas de diámetro. Ahora se me presentaba la extraña situación de un disco de corte que excedía la longitud de la empuñadura de la máquina, en posición paralela, aproximadamente 1/2 pulgada más abajo de donde estaba agarrando la herramienta [ver ilustración: Normal Size “Tamaño Normal”; Modified Size “Tamaño Modificado”; Side view of where my hand was “Vista lateral de donde tenía mi mano”], la consideré una probabilidad aceptable de peligro, la cual iba a compensar “siendo cuidadoso”.
Como ya estaba usando mis gafas formuladas para protegerme los ojos [aquí no creo que merezca comentarios], me puse protectores en los oídos, me subí en un tambor de metal cortado por la mitad que estaba usando como plataforma y me preparé para encender la máquina. Le dije a la multitud de aldeanos que se había reunido alrededor que se mantuviera alejada, por si acaso algo salía mal,*** y luego encendí la amoladora y me paré frente al poste, directamente al nivel de mi cara.
Permítanme hacer una pausa aquí para ilustrar un poco lo absurdo de esta situación:
- Estaba parado en la mitad de un tambor y sosteniendo una herramienta eléctrica con la que casi no tengo experiencia.
- Estaba a punto de comenzar a cortar un tubo grande de acero con un disco frágil que giraba a una velocidad demencial directamente en frente de mi cara, y la única protección corporal que tenía era el par de gafas formuladas de $15 dólares de China.
- Debido al cambio del disco, había apenas 1/2 pulgada de espacio entre una de mis manos y la placa giratoria debajo de ella.
- Debido a que el disco que estaba usando era dos veces y media más ancho que el disco original, eso significaba que la velocidad de rotación del borde exterior era dos veces y media más rápida que aquella para la que había sido diseñado.
- Añada a todos esos factores la realidad tardíamente reconocida de que el disco más delgado y más ancho que había instalado, estaba diseñado para funcionar a 2.000 revoluciones por minuto (RPM) y que la máquina que estaba usando giraba a 6.000 RPM, y tenemos la fórmula perfecta para el desastre inminente.
Los detalles son un poco confusos porque todo sucedió en una fracción de segundo, pero estoy bastante seguro de que fue algo así: Cuando los átomos externos del disco de amolar hicieron contacto con los átomos externos del tubo de acero, se unieron en un cacofónico y poderoso, aunque breve, sonido de “¡CRAC!” e instantáneamente explotaron en unas 500.000 partículas de metralla voladora.
Fue como ver un truco de magia: Estaba viendo un disco de 10 pulgadas, y luego, en una nube de humo y polvo, desapareció en un segundo. Mientras estaba allí, tratando de entender lo que acababa de pasar, me di cuenta de otra ilusión óptica: donde apenas dos segundos antes había estado el dorso de mi mano izquierda, ahora había una enorme ventana sangrienta que dejaba ver el funcionamiento interno de la anatomía de mi mano. Mientras trataba de asimilar lo que estaba viendo, moví mis dedos y quedé parcialmente hipnotizado cuando vi que como 7 cm de uno de mis tendones se deslizaban hacia adelante y hacia atrás sobre mis nudillos recién expuestos.
“¡Caramba!”, dije; “¡esto tiene que ser una broma!” Pero cuando me di la vuelta y vi la cara de asombro de todos los hombres y mujeres iskis que había a mi alrededor, se hizo evidente que no era ninguna broma; ellos estaban viendo lo mismo que yo.
Pasamos los siguientes minutos vendando mi mano estropeada y evaluando la situación. Era muy evidente que no podíamos tratar en la selva una herida como esta, por lo que Rochelle me empacó rápidamente una bolsa, y Mike levantó el helicóptero y se fue de nuevo. De todos modos Mike tendría que regresar al día siguiente para recoger a los dos técnicos, así que nos imaginamos que me suturarían rápidamente en la clínica de nuestra misión y regresaría por la mañana, o que Rochelle y los niños saldrían y se unirían a mí en el centro misionero si yo tuviera que quedarme un rato. Resultó que tuvimos que optar por la última opción.
Les contaré la segunda parte de la historia en otra ocasión, pero antes de hacerlo, realmente creo que es importante tener en cuenta un par de cosas de ese día que siguen destacándose para mí. Después de la batalla todos somos generales, y continuamente me asombro por las muchas acciones tan estúpidas que pude hacer en tan poco tiempo, y sin darme cuenta. Y sin embargo, en medio de toda la idiotez y el flagrante desprecio por la seguridad, el único resultado de esto fue una mano estropeada.
He recreado la escena en mi mente cientos de veces, y podría haber sido mucho peor; en verdad debería haberlo sido. Yo estaba parado a menos de medio metro del estallido, y la metralla voló en todas las direcciones a mi alrededor. Obviamente había suficiente fuerza para diezmar tejidos blandos, y yo estaba completamente expuesto. Pude haber recibido un impacto en la cara; pude haber perdido los ojos; podría haberme cortado el cuello; pude haber perdido mis dedos. Pero ninguna de estas cosas pasó; incluso la herida de mi mano fue relativamente superficial. Todas las partes importantes quedaron intactas, solamente un tendón pequeño y algo dispensable fue cortado, y una de mis articulaciones se pinchó ligeramente –ambas cosas fácilmente reparables en Australia.
Todas nuestras comunicaciones estuvieron completamente caídas durante los últimos dos días. Sin radio, sin mensajes de texto ni llamadas, y sin internet satelital (obviamente). Si el helicóptero no hubiera estado aquí ese día, entonces habríamos tenido que esperar, completamente desconectados del mundo exterior, hasta el siguiente vuelo programado para la mañana siguiente. Y en cualquier otro día del helicóptero, nuestro piloto habría despegado inmediatamente después de dejarnos. Este ha sido el único día en los dos años que hemos vivido en nuestra aldea que el helicóptero ha sido programado para pernoctar en nuestro sitio.
Voy a ser honesto, estoy supremamente impresionado por la gracia que Dios me mostró ese día. Ni siquiera he podido considerar la idea de quejarme por lo que pasó. Básicamente hice lo que pude para matarme sin querer, y Dios obró para que todo terminara en un “rasponazo”.
Por favor, aparta un momento para dar gracias a Dios conmigo por Su asombrosa provisión para mí y nuestra familia ese día (y en los días siguientes); realmente no podemos agradecerle lo suficiente.
* Es una herramienta que hace girar muy rápido un disco abrasivo, y se utiliza para pulir superficies o cortar metal.
**Y aunque voy a tomar una buena parte del crédito para mí, vale la pena mencionar que había otros cuatro hombres occidentales junto a mí, y no recibí muchas críticas constructivas de ellos al respecto. Sólo digo.
*** Estoy bastante seguro de que esta es la única parte de la historia que puedo recordar y decir “Esa fue una buena decisión”.
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