A gran altura sobre la tierra, Le’enis avanzaba lentamente, sus nudosos y experimentados pies guiándole sobre la rama. El recolector de miel dio un buen golpe al panal de miel con un palo largo, pero en el mismo momento perdió el equilibrio y cayó por las ramas y quedó tendido al pie del enorme árbol.
En la cultura de los manjúi de Paraguay, ser fuerte y capaz se valora mucho. Por lo tanto, cuando una persona que está enferma o herida cree que se va a morir o convertirse en un minusválido que no puede proveer para su familia, se resigna a su destino y rehúsa comer o beber… y finalmente fallece. Este gravemente herido recolector de miel comenzó a seguir las antiguas costumbres de su pueblo.
Pero, Le’enis también forma parte de una nueva cultura ya que es creyente y seguidor de Jesús, y el nieto de 21 años no quería que su abuelo lo olvidara. Éste se sentó en una estera y con cuidado apoyó la cabeza del abuelo en su regazo. Mientras acariciaba el cabello del anciano con ternura, le recordó que es el Dios de la Biblia y no el destino que determina la calidad y duración de la vida.
Le recordó de la provisión de Dios, de Su bondad, Su soberanía y Su plan – Su plan perfecto para su vida. Sobre todo, le recordó a su abuelo que la dulzura de la vida no viene de la miel que había hallado en la copa del árbol, sino del amoroso Dios quien suplía esa miel.
Y el viejo y debilitado recolector de miel escuchó esa verdad… ¡y vivió!
A veces los golpes de la vida nos sacuden de tal manera que nos hacen olvidar la verdad, y en nuestro estado debilitado y vulnerable, somos susceptibles a los engaños. Si la familia de Le’enis se hubiera resignado a que el abuelo se diera por vencido, esta historia habría terminado muy diferente. Pero uno de los nietos asumió la responsabilidad de hablarle la verdad a su abuelo… y ¡eso hizo la diferencia entre la muerte y la vida!
“Antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado.” (Hebreos 3:13).
Hay millares de cosas de las cuales podríamos hablar, pero no hay nada que nos inspira, o nos anima, o que nos levanta el ánimo como lo hace la verdad. ¿Qué clase de conversaciones estamos entablando? Que nuestras palabras siempre comuniquen la verdad — ¡la verdad que da vida!
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