¿Sabes que tienes en común con los misioneros?
Esto mismo: Todos somos enviados.
No se dirigía Jesús solamente a sus discípulos cuando dijo: “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Juan 20:21). Ciertamente Pablo nos incluía a todos los creyentes cuando escribió: “somos embajadores en nombre de Cristo” (2 Corintios 5:20). ¿Por qué empleó Pablo la palabra ‘embajador’ en lugar de ‘representante’? Porque todos somos enviados.
Una diferencia entre el creyente común y corriente y el misionero es la preparación especializada que ha recibido éste para servir como enviado de Dios.
Entonces, he aquí unas cosas que saben los misioneros, cosas que serán de utilidad para ti en tu servicio para el Señor.
Conoce tu objetivo y mantenlo siempre presente: Tu objetivo como creyente enviado es “hacer discípulos adondequiera que vaya”. Tal vez eso suene como una paráfrasis pero es una forma bastante acertada de traducir Mateo 28:19. Esa es la meta de todo misionero y también es el objetivo que Dios te ha asignado como creyente enviado por Él, y siempre lo será.
Es posible que creas que tu objetivo en la vida es proveer por tu familia o mantener aseado el hogar. (O si tienes hijos, mantener tu hogar ordenado. O si son pequeñitos, vigilarlos para que no se lastimen y mantenerlos seguros hasta que crezcan y superen esa etapa). Cuando te metes en tu auto tal vez pienses que tu meta es llegar al trabajo o al almacén. ¿Estás de vacaciones? Relajarte pareciera ser tu único objetivo.
Pero estás equivocado. Siempre, adondequiera que vayas, tu objetivo es hacer discípulos. Eres un enviado. Vívelo. Conoce tu meta y no la olvides.
Recuerda que tu objetivo es relacionarte con otras personas: Es por medio de tu relación con Cristo que eres capaz de aprender, crecer y servir, y lo mismo se aplica a hacer discípulos. En tus propias fuerzas, no lo puedes hacer, pero Dios es poderoso para realizarlo por medio de ti. Por lo tanto, sigue fortaleciendo tu relación con Cristo. Ora. Lee y estudia Su Palabra. Presta atención y obedece. No basta con hacer solo algunas de estas cosas, hay que practicarlas todas.
Para hacer discípulos hay que entablar relaciones de amistad con otras personas. De alguna manera hay que superar las barreras. De la misma manera que los misioneros deben aprender otro idioma y entender otra cultura para establecer una comunicación eficaz, eso mismo debes hacer tú. Y lo puedes lograr por medio de las amistades que formes con otras personas.
Esa relación no termina una vez que uno haya introducido la persona a Jesús. Eso es apenas el comienzo. Tú serás su primer guía por el largo camino de descubrimiento del gozo que hay en la abundante vida eterna de seguir a Cristo.
Reconoce que el costo personal es total: Demasiados creyentes pasan por la vida pensando que algún día Dios podrá pedir de ellos que hagan algo bien difícil y que en ese momento, solamente tendrán que estar dispuestos a obedecer. Piensan que una vez que Dios vea que uno está dispuesto, pasará lo que pasó con Abraham cuando estuvo al punto de sacrificar a Isaac. Piensan que Dios solo quiere comprobar que uno está dispuesto, entonces Él mismo se encargará del asunto —Él proveerá el sacrificio como proveyó el carnero para Abraham— y al final, uno no tendrá que sacrificar nada.
¡Esto no es cierto!
Los misioneros están conscientes de que Jesús habló con total franqueza acerca del costo personal de seguirle: ¡Había que entregarle todo! Jesús enajenó a multitudes de seguidores potenciales con palabras como “toma tu cruz” y “quien quiera salvar su vida debe perderla”. Solo unos pocos siguieron con Él, los pocos que llegarían a conocerse como ‘apóstoles’, palabra que literalmente significa “los enviados.” Y la verdad es que les costó todo seguir al Señor.
No me malinterpretes, no me refiero solamente a que murieron por Él. Mucho antes de su muerte, vivieron por Él y solo para Él. Todo en su vida que no tenía que ver con su objetivo de hacer discípulos, lo desecharon.
Me imagino que hubo cosas que extrañaron. Supongo que hubo momentos en que Pedro pensaba que su vida hubiera sido más sencilla y menos compleja como pescador. Y Pablo pudo haber pensado con cierta nostalgia (solo momentáneamente) en aquellos tiempos cuando como Fariseo vivía por un sistema de reglamentos bien definidos y aceptados por la sociedad judía. Y quizás Mateo extrañaba a ratos algo de la prosperidad que gozaba como cobrador de impuestos.
Sin embargo, a pesar de las cosas que sacrificaron, las penurias que aguantaron y la oposición que enfrentaron, al final de cuentas estaban convencidos que valía la pena seguirle a Cristo. Estaban dispuestos a morir por Él, porque sabían cómo vivir por Él.
Y ¿qué de ti, enviado del Señor? ¿Mantendrás siempre en mente el objetivo? ¿Formarás las amistades que lleven al objetivo? ¿Le rendirás todo al Señor? Él se lo merece y vale la pena. Pero no solo te fíes en mi palabra, créele a Él.
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