6 de diciembre, 2018
Catalina y yo estábamos a mitad de nuestra capacitación misionera cuando recibimos una llamada urgente del subdirector de New Tribes Mission; nos pedía que dejáramos la capacitación antes, nos trasladáramos a Colombia y reemplazáramos a uno de los líderes del campo.
¡Eso era una locura! Un imposible; pero yo respondí: “Sí, iremos”.
Yo tenía 28 años, y Catalina solo 20. Habiendo crecido en Brasil con padres misioneros, yo hablaba algo de portugués pero no español; no teníamos ni un centavo a nuestro nombre; no teníamos dinero para combustible, para conducir nuestra furgoneta Volkswagen roja hasta Wisconsin, o para solicitar pasaportes, visas, y para pagar el envío de nuestras pertenencias y los boletos aéreos; también debíamos la matrícula en el centro de capacitación, y solo contábamos con la promesa de un apoyo económico de $50 dólares al mes.
Era imposible; había demasiados obstáculos. No obstante, Catalina y yo tomamos la decisión de salir del país dentro de cuatro días. Confiábamos que si esa era la voluntad de Dios, él se haría cargo de nosotros. Sin embargo, dar ese primer paso de fe fue abrumador.
Nunca olvidaremos ese martes por la mañana que estábamos listos para partir. No teníamos dinero para el combustible; el carro estaba lleno, nuestro apartamento vacío. Catalina y yo nos quedamos en silencio, mirándonos el uno al otro.
Un golpe en la puerta nos sacó de nuestros pensamientos. Uno de nuestros instructores y su esposa se despidieron, oraron por nosotros y nos desearon un buen viaje. Cuando salieron, dejaron un dinero sobre la silla que estaba cerca de la puerta.
Uno por uno nuestros increíbles compañeros de estudio y los instructores vinieron a desearnos lo mejor, a despedirse, y en silencio dejaron dinero sobre la silla al salir. Yo sabía que para algunos era todo el dinero que tenían; sin embargo, amablemente lo compartieron con nosotros. Nosotros nos quedamos sin palabras.
Yo tomé una bolsa de papel y metí los billetes y las monedas en ella. Unos momentos después nuestro pequeño Volkswagen rojo estaba subiendo la colina hasta la estación de servicio más cercana. Día a día veíamos a Dios obrar; un donante anónimo pagó nuestra deuda de la matrícula; otro envió un donativo lo suficientemente grande para pagar nuestro viaje a Colombia.
Tres semanas más tarde estábamos instalados en un apartamento en Bogotá.
¿Qué tan impresionante es eso?
En muchas ocasiones, desde ese primer año como misioneros, nos hemos encontrado en situaciones imposibles. Muchas veces Catalina y yo hemos vuelto a mirar atrás a ese hito del martes por la mañana, y luego hemos dado otro paso de fe, confiando en Dios en cuanto a algo mucho más grande de lo que podíamos manejar.
Ovidio says
Maravilloso y de mucho ánimo. Como dice el salmista. Las naciones y los hombres no son más que nada. Solo Él merece ser Alabado.