24 de septiembre, 2018
Sentarse en una clase de alfabetización con cuatro o cinco abuelas es una forma interesante de aprender sobre la vida de la aldea. Por alguna razón, el arduo trabajo que hacen con sus sílabas les afloja la lengua y cuando termina la clase por lo general tienen muchas ganas de hablar. Ellas colorean sus cuadernos y charlan; son conversaciones extremadamente rápidas, mientras al mismo tiempo hacen comentarios. Me siento muy bien conmigo misma cuando puedo seguir el hilo de un tema antes de que cambie hacia otro tema sin aparente aviso (para mí).
La sesión de plática de ayer incluyó una gran queja sobre la situación actual de los jóvenes nahuatlenses. No respetan a sus ancianos; no escuchan consejos; no se casan, solo llevan una vida promiscua y esperan que los mayores les críen sus hijos extramatrimoniales. Los hombres no proveen para las mujeres, y se están quedando en casa más y más tiempo, esperando a que sus madres continúen preparando su comida y lavando su ropa.
Las damas se alteraron bastante, genuinamente preocupadas por el destino de esta generación. Ellas dijeron que Dios los castigará —y ya lo hizo— por no seguir el comportamiento prescrito por “los que vinieron antes”.
En este punto Andrea, una de los nuevos creyentes, tomó la palabra. Ella había estado muy callada durante la conversación, pero ahora intervino. “En realidad, aquí hay una nueva enseñanza ahora”, dijo, “una enseñanza que no es lo que los de antes decían, porque ellos no sabían; ellos no conocían la verdad, pero ahora está siendo enseñada aquí… acerca de Dios y de lo que él dice que es correcto… y que un hombre se debe quedar con una mujer para siempre y cómo vivir y hacer lo que es bueno”.
Me impresionó la audacia de Andrea, defendiendo la verdad y alineándose con ella. Por supuesto, todos saben que ella es una de los que asisten a las reuniones, pero ella hace parte de una cultura a la que le gusta minimizar las diferencias, no destacarlas; y desde luego, no ir en contra del status quo, poniendo en tela de juicio las ideas de los antepasados. Pero Andrea hace parte de otra cultura ahora; y esa cultura está llamada a ser una luz en las tinieblas y a hablar la verdad en medio de la confusión y la duda; y eso es lo que hizo ella.
La conversación se acabó y las mujeres salieron de la edificación, todavía charlando entre ellas. Mientras las veía irse, mi corazón estaba lleno de gratitud por la obra que Dios está haciendo aquí —por la guía, la santificación, la ayuda y la sabiduría que él provee para sus hijos—, y porque un puñado de personas de Las Moras ahora son contadas en ese grupo.
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