1 de agosto, 2017
Unas semanas antes de partir hacia Guinea Bissau en el pasado mes de junio, hice planes de viaje. Primero aseguré nuestros boletos de barco, conseguí un lugar para quedarnos unas cuantas noches, y luego, trabajando a través de varios contactos, pude asegurar un carro y un conductor desde el sur de Senegal hasta el sur de Guinea Bissau. Todo salió según lo planeado y el viaje no tuvo ningún contratiempo.
El viaje de regreso, sin embargo, fue casi lo opuesto. Los únicos planes que hice fueron “lo resolveremos cuando lleguemos allí”.
Nuestro viaje de ida a Guinea Bissau no tuvo ningún contratiempo, así que hice planes vagos de volver a llamar al mismo conductor con más detalles sobre cuándo y dónde podríamos encontrarnos para el viaje de regreso. En el día que pensaba llamarlo me atacó un virus malvado (eso creo); una fiebre muy alta y un malestar estomacal hicieron que la llamada a nuestro conductor fuera lo último en que pensara.
Al día siguiente, estando ya casi recuperado, llamé para hacer los planes para nuestro viaje de regreso al siguiente día. La primera llamada no funcionó. En la segunda la conexión era tan mala que no fue posible ninguna comunicación. (Nosotros estábamos bastante apartados de cualquier ruta principal). Finalmente me las arreglé para enviar un mensaje de texto… nunca recibí respuesta. Entonces supe que tendríamos que volar en la carretera, tratando de salir del país.
La primera etapa de nuestro viaje salió como estaba prevista, la pareja que estábamos visitando tenía un carro, y estaban planeando ir en la misma dirección ese día. Queríamos ir con ellos hasta que pudiéramos encontrar un auto, un taxi o un autobús que nos llevara de vuelta a Senegal. La primera aldea donde nos detuvimos tenía un taller; pero después de hablar con todas las personas que veíamos que tenían un carro, nos dimos cuenta de que ninguno quería ir. Aparentemente la semana anterior le habían incautado el auto a alguien en Senegal; nos dijeron que lo intentáramos en la próxima aldea.
Una vez allí nos detuvimos frente a una estación de policía donde unos pocos conductores se habían reunido en frente. Stacy llevó a los niños detrás de la estación para usar el inodoro al aire libre, mientras Ron (el misionero que estuvimos visitando) y yo procedíamos a intentarlo de nuevo. El resultado no parecía muy bueno; nos dijeron que nos dirigiéramos a la capital, la cual estaba fuera del camino, y eso nos impediría cruzar la frontera antes de que se cerrara.
Justo en ese momento otro hombre llegó en su carro, y los otros lo llamaron en broma, diciéndole que nos llevara.
Finalmente corrí detrás del edificio para decirle a Stacy y a los niños que debíamos darnos prisa y marcharnos. Cuando regresamos al frente, nos dijeron que yo no podía sentarme en el frente como estaba pensando.
En lugar de eso, nos embutieron a todos los seis en el asiento trasero de algo que se parecía a una pequeña Ford Explorer. Stacy y yo con las niñas más pequeñas en nuestros regazos, y las dos mayores se apretujaron en el medio. Otro hombre tomó mi lugar en el frente.
Después de avanzar unos pocos kilómetros, Stacy comenzó a tratar de hallarle sentido a todo. El carro en que veníamos era diferente a cualquier otro taxi, y ¿por qué el hombre que había tomado mi lugar en el frente tenía un uniforme de policía?
“¿Es esto un taxi?” Se inclinó y preguntó.
“No” respondí, “contratamos a la policía”.
Cuando esa frase salió de mi boca me di cuenta de que nuestra idea de lo que es normal había cambiado. Claro, contratar a la policía no es normal aquí tampoco… pero iniciar un viaje sin haber arreglado todo de antemano, sabiendo que puedes encontrar un autobús, un taxi, o simplemente puedes contratar a alguien que tenga un auto… puede ser muy normal; yo ni siquiera me había estresado.
Como resultado, contratar a la policía nos ahorró mucho tiempo; después de todo, ¿quién va a detener a la policía por conducir demasiado rápido? Mientras volábamos por el camino, le tocaba la bocina a cualquiera que pensara en acercarse a la carretera; todo el mundo le abría paso. Él no disminuía mucho la velocidad por los baches, sino que simplemente viraba y los pasaba. Fue durante este recorrido rápido y lleno de baches que Stacy y yo miramos a nuestras dos hijas menores, que estaban profundamente dormidas, y tuvimos que recordar que nuestras hijas también se habían estado ajustando bastante bien.
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