12 de marzo, 2017
Durante un periodo de casi cincuenta años, desde la década de 1950 y hasta la del 2000, todos los hijos de misioneros que hubieran vivido allí, tanto los que residían en el plantel como los alumnos internados, pasaban bastante tiempo en la ribera del río. Para algunos, incluido el personal, ir a zambullirse en el río al final del día tomaba el lugar de una ducha tradicional, especialmente durante los primeros días de la presencia misionera allí. En la estación seca uno realmente podía nadar, pero durante la época de lluvias, cuando crecía el río, uno corría el riesgo de ser arrastrado si se adentraba más allá de donde el agua le daba en las rodillas. El sitio donde el banco besaba las aguas del río era conocido como ‘la roca’; era un lugar donde sucedía todo tipo de cosas importantes, de las cuales la natación y el baño, aunque muy importantes, eran apenas una.
Lo llamaban ‘la roca’ porque era una roca grande y plana que descendía hasta el río. En la temporada de crecida, las aguas la cubrían casi por completo, pero en la estación seca gran parte de su superficie sobresalía del agua. El río hace un giro de unos 90 grados allí, y ‘la roca’ se encuentra justo en la orilla exterior de la curva. En la temporada alta del río, la fuerza violenta de la corriente golpea directamente esa roca y se desvía rápidamente aguas abajo. No hace falta decir que durante esa época la corriente es muy rápida, muy potente y potencialmente peligrosa. Cuando el nivel de las aguas era extremadamente bajo el aspecto del lugar cambiaba totalmente; otras rocas del río quedaban expuestas y la corriente se volvía mucho más dócil, y se podía nadar tranquilamente sin ser arrastrado por la corriente.
La ‘cuatro pies’ era una roca grande [llamada así por su altura de 120 cms], de forma rectangular que estaba asentada sobre ‘la roca’. Durante la temporada de crecida quedaba completamente cubierta por las aguas, y cuando comenzaba a emerger, todo el mundo sabía que la estación seca y los buenos tiempos estaban llegando al río. Era una roca muy especial para las docenas y docenas de hijos de misioneros que durante muchos años se zambullían desde ella, jugaban a “la lleva” (perseguir y tocar) alrededor de ella y al “rey de la roca” hasta que en la cima de la estación de verano quedaba completamente seca sobre ‘la roca’. Una vez, un misionero bien intencionado sugirió que podía ser movida y quitada del camino con el fin de mejorar la experiencia natatoria. A juzgar por la reacción de los niños, podría haberse pensado que se hubiera propuesto remover uno de los antiguos monumentos bíblicos; ¡los muchachos no querían nada de eso! Para ellos, la ‘cuatro pies’ era la mejor parte de ‘la roca’ y querían que permaneciera donde estaba, y así fue.
Si ‘la roca’ hubiera podido hablar, ¡qué historias habría contado! Habría hablado de la crueldad y opresión de un dictador que gobernó esa zona de la selva desde 1913 hasta la década de 1920, luego hablaría del jefe cauchero que prácticamente esclavizó a los indígenas, obligándolos a cosechar el producto de la selva. Ese hombre había vivido precisamente allí; de hecho, los primeros misioneros compraron de su viuda su por entonces deteriorada casa en la orilla del río. Flora (Abuelita) Troxel, una misionera soltera en sus 60s, con una pierna protésica, vivió en esa desvencijada casa por un tiempo, más o menos en el año 1950. En esa época no había otros seres humanos en kilómetros y kilómetros a la redonda de ese lugar solitario, o al menos así parecía. Ella decía que los capibaras (o “chigüires”) vagaban alrededor de la casa. Ella había estado buscando hacer contacto con un grupo étnico en el río Ventuari pero sin éxito. Con el tiempo consiguió localizar a otro grupo río arriba de ‘la roca’ y se fue a vivir y a ministrar entre ellos hasta que la enfermedad la obligó a regresar a su país de origen, donde murió de cáncer poco tiempo después.
Unos años más tarde, cuando comenzaron a llegar más misioneros para trabajar entre los pueblos de esa vasta extensión de selva verde, se decidió que ‘la roca’ serviría como un buen sitio desde el cual se trabajaría. Se construyeron varias casas muy rústicas de estilo selvático. Unos años más tarde se inició allí una escuela para los hijos de los misioneros. Durante años se dictaron clases en esas casas muy rústicas, hasta que se pudieron construir mejores instalaciones. Sin saberlo los misioneros, exploradores de un grupo de más o menos veinte indígenas habían estado observándolos secretamente durante algún tiempo. Estos indígenas habían huido de la crueldad del jefe cauchero veinte años antes. Los exploradores informaron a su gente que el cruel cauchero se había ido y que otras personas muy diferentes habían llegado y construido casas. El grupo aprovechó la oportunidad y salió de la selva; los misioneros, por supuesto, los acogieron y los ayudaron.
El conocido explorador alemán Alexander Von Humboldt habría pasado ‘la roca’ en su camino río arriba durante la temporada alta del río en 1799. De hecho, bien podría haber pasado la noche allí porque ese era uno de los únicos lugares donde habría tierra seca en esa época del año. Había estado subiendo por los ríos Orinoco, Atabapo y Casiquiare, explorando, haciendo mediciones y recolectando muestras. Sus informes científicos confirmaban la existencia del río Casiquiare que conectaba al Orinoco con el Amazonas. Sus ayudantes indígenas hablaban de traficantes de esclavos portugueses que frecuentaban la zona; también hablaban de comer carne humana.
Sin lugar a dudas, durante siglos habían surgido y desaparecido asentamientos en la colina que estaba directamente detrás de ‘la roca’. Era un sitio ideal con la superficie plana, pareja y limpia conectada directamente a la colina; por eso los misioneros decidieron construir sus hogares selváticos allí, después de derrumbarse la casa de la abuelita Troxel. Se podía llegar al agua sin embarrarse los pies, sacar agua para llevar a la casa, y lavar ropa a la orilla del río. Las canoas (‘curiaras’ o ‘bongos’) también podían atracar y uno los podía cargar o descargar en la aguas quietas protegidas de la corriente por la roca. Uno podía bañarse o nadar, entrando o saliendo del agua sobre una superficie limpia y firme.
Todo el mundo, fuera indígena, criollo o misionero extranjero, que viviera a lo largo de las riberas del laberinto de ríos de la selva poseía una canoa; era literalmente indispensable para la vida allí; un día de estos quiero escribir un post acerca de los muchos, muchos usos de la canoa. Además, si no tuvieras la suerte de tener una roca plana en tu puerto, tendrías que lavar tu ropa sentado en una canoa, y es posible que tendrías que bañarte deslizándote por el lado de tu embarcación o sentándote en ella y sacando agua del río con un cubo [o una “totuma”] y derramándola sobre tu cabeza. Si no hubiera una roca que bajara hasta el borde del río, tendrías que labrar escalones en la orilla para poder bajar hasta las aguas; las orillas del río tienden a ser empinadas. En cada temporada de lluvias, cuando el nivel de las aguas se eleva, la corriente se come los escalones y luego, cuando el agua se retira, tienes que rehacerlos. Era mucho, mucho mejor tener una buena roca por puerto.
Personalmente conocí ‘la roca’ hace casi sesenta años. Desde 1958, cuando era un hijo de misioneros con dieciséis años de edad, viví allí con mis padres, trabajé desde allí como misionero soltero o ministré en la escuela con mi propia familia, durante cuarenta y cinco años. A veces nuestra familia ministró en otras zonas, pero de ida y de vuelta casi siempre nos deteníamos allí debido a la ubicación estratégica de ‘la roca’ como centro de transporte.
Cuando la escuela estaba en funcionamiento, después de clases y después de las tareas, uno de los eventos ‘obligados’ del día para los chicos era el tiempo diario de natación en ‘la roca’. Todos los niños esperaban que llegara su tiempo de natación; para algunos era lo más destacado de su día. Es necesario recordar que el clima allí es muy cálido y húmedo, y los insectos mordedores [el ‘jején’ o mosca negra] casi siempre estaban presentes con toda su fuerza. El entusiasmo de los chicos ni siquiera era afectado por las picaduras de los tábanos verdes. Estas criaturas indeseables eran atraídas por la gran salpicadura de agua, y su dolorosa e irritante picadura producía una roncha enorme y duradera. Uno de los supervisores favoritos del tiempo de natación de los niños tenía una forma particular de saber cuándo se acababa el tiempo de natación a las 4:30 p.m. Le encantaba estar allí en el agua con los niños y podía decir por las arrugas de sus dedos cuándo se había acabado el tiempo.
En el transcurso de los años, probablemente cada niño que alguna vez nadó allí, se resbaló y cayó por lo menos una vez mientras jugaba y nadaba. Varios resultaron heridos pero no fue motivo para que nadie dejara de jugar y de nadar. Varias generaciones de niños aprendieron a nadar allí y muchos más se convirtieron en fuertes nadadores como resultado de su lucha diaria contra la corriente durante la crecida del río.
Las señoras indígenas bajaban a ‘la roca’ a lavar la ropa de la familia. Ésta estaba hecha a la medida, era plana y relativamente lisa. La ropa de la familia podía ser sumergida en el río, jabonada con el famoso ‘jabón azul’, luego golpeada con un palo fuerte para aflojar la suciedad y las prendas podían ser extendidas allí mismo para secarlas al sol.
‘La roca’ también era el lugar para limpiar el pescado: enormes bagres, pavones, pirañas o lo que sea que se hubiera pescado ese día. Y ¿quién podría saber cuánta caza silvestre, animales y aves, ha sido procesada allí? Los indígenas dependían de los peces del río y de los animales y aves de la selva para su fuente de proteínas. La lista de animales habrá incluido monos aulladores, monos araña, cerdos salvajes [‘jabalíes’], pacas [‘lapas’], capibaras [‘chigüires’], tapires [‘dantas’] y la lista podría continuar. Había cuatro variedades de lo que llamamos pavos silvestres, todos buenos para comer. Las partes no comestibles de las entrañas eran arrojadas al río. Quizás te estás preguntando en cuanto a la contaminación del río con todas esas cosas. Bueno, las pirañas se encargaban del aseo ambiental, así que por eso no había que preocuparse.
En este punto se podría poner en duda la cordura de permitir que los niños nadaran con pirañas. En todos esos años en que los niños se bañaron allí no recuerdo haber oído de una sola mordedura de piraña, aunque podría haberme perdido de alguna. Personalmente fui mordido solamente una vez, pero sucedió mientras sacaba una del anzuelo. Difícilmente se podría culpar a esa pequeña criatura por estar malhumorada ese día.
“La roca’ miraba al oriente y el sol ascendía directamente sobre el río. Los servicios del amanecer del Domingo de Pascua se celebraban allí y muchos hijos de misioneros recordarán el día que fueron bautizados en el río que tanto amaban. Yo fui bautizado en el mismo sitio que fueron bautizados nuestros tres hijos.
Hoy en día ningún misionero extranjero vive allí y la escuela para hijos de misioneros fue cerrada hace mucho tiempo. El personal de la escuela para niños indígenas está compuesto por maestros locales capacitados en la ciudad; algunos, o posiblemente todos estos maestros, son cristianos. Cuando se ordenó que los misioneros evacuaran la zona, las casas y los edificios fueron entregados a la gente indígena; muchos de ellos son cristianos.
Pues bien, si ‘la roca’ fuera una roca parlante, los sucesos que contaría de su historia reciente serían muy diferentes de aquella historia que acaeció antes de que llegaran los misioneros extrajeros. La última parte de la historia estaría llena de luz, esperanza y liberación espiritual. Seguramente un tema principal sería la disponibilidad de la Palabra de Dios en los idiomas de los tres grupos étnicos de esa zona. Los relatos de abuso físico serían reemplazados con la historia del amor y el cuidado que los misioneros llevaron.
Cualquier hijo de misioneros que alguna vez haya tenido la experiencia de estar en LA ROCA EN LA RIBERA DEL RÍO, sin importar cuántos años atrás haya sido, si escucha con el oído de la nostalgia los alegres sonidos de los gritos y las risas de aquellos viejos recuerdos, una vez más su alma será agraciada y llevada de vuelta a un tiempo y un lugar que nunca podrán ser olvidados. ¡Amén!
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