18 de septiembre, 2016
En cierto modo nos sorprendió escuchar que la gente de la etnia abelam de Papúa Nueva Guinea, entre quienes trabajamos en las décadas de 1980 y 1990, tiene una historia del diluvio; es algo semejante a esto:
“Vino una gran inundación, por lo que el niño y la niña se subieron a una palma de coco muy, muy alta, llevando a su perro con ellos. Tuvieron que quedarse allí arriba durante mucho tiempo, pero había muchos cocos para comer. Después de varias semanas, arrojaron un coco abajo para ver si las aguas se habían retirado. Escucharon un ‘plop’, por lo tanto, sabían que todavía había agua a su alrededor. Una semana después lanzaron otro coco y produjo un ruido sordo, entonces supieron que era seguro bajar”.
Eso me entristece porque yo sé que si la capacidad de leer y escribir se hubiera trasmitido a través de los siglos, ellos hubieran podido llevar la Palabra de Dios con ellos en donde sea que deambularan, y todas esas generaciones de nómadas habrían podido seguir a Dios. Sin embargo, resultó que solo empezaron a aprender a leer y escribir en el último par de décadas. Ahora, por fin, pueden leer la Palabra inmutable y han podido leer la historia real del diluvio y todas las otras historias de la Biblia; ¡y pueden conocer al Dios que la escribió!
Ahora yo (Janet) enseño a los aprendices de misioneros cómo enseñar a la gente a leer y escribir en su propia lengua. Es un trabajo difícil, ¡pero es factible y se está haciendo en todo el mundo! Me encanta ver a los estudiantes emocionarse al respecto y ver que pueden hacerlo —Y darse cuenta por sí mismos de lo supremamente importante que es que la gente pueda leer por sí misma— ¡para que puedan crecer en el Señor y puedan ayudar a la iglesia a multiplicarse!
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