31 de mayo, 2016
La gente de esta etnia piensa que soy ligeramente más duradero que una muñeca de porcelana y marginalmente más atlético que un malvavisco de tamaño jumbo. Personalmente siempre me había considerado como una persona atlética y amante de las actividades al aire libre, pero después de pasar estos últimos tres días haciendo excursiones en la selva, remando en los pantanos y visitando algunas aldeas de los iskis, no estoy del todo seguro de que sus conclusiones sean equivocadas.
La idea de que yo podría, de hecho, ser el ser más patético en todo el territorio de los iskis prevaleció para mí ayer en la tarde cuando regresábamos de una pequeña excursión que habíamos hecho en la selva.* Todos estábamos preparándonos para volver a entrar en la canoa después de arrastrarla sobre un terraplén fangoso, cuando pasó otra canoa con un adolescente y tres niños remando. Al pasar, fue obvio que estaban tratando de contener la risa al verme a mí, y no podía culparlos.
Yo estaba parado sobre un tronco que sobresalía del banco y llevaba puesto un sombrero de ala ancha, camisa de manga larga y pantalones largos (porque de lo contrario mi piel blanca se habría tostado con la parte de nuestro viaje de cuatro horas en canoa), estaba completamente empapado (porque habíamos sido atrapados bajo una tormenta torrencial), y estaba cubierto de barro hasta las rodillas (desde cuando habíamos arrastrado la canoa).
Me había resbalado y casi caigo en el agua en mi camino hacia el tronco (lo que confirmaba la creencia de mis amigos iskis de que si alguna vez me dejaban dependiendo de mis propios medios por más de 30 segundos, moriría), y por eso estaba allí, sosteniendo un remo como apoyo, con un hombre iski sujetando firmemente mi otro brazo, y un segundo hombre lavando el lodo de mis pies y mis piernas (a pesar de mis protestas), ambos de ellos instruyéndome sobre el siguiente proceso de levantar mi pierna y ponerla en la canoa, como si antes de este momento yo nunca hubiera intentado algo tan difícil como “dar un paso”; yo era la encarnación viva del término “mimado”.
Si esa hubiera sido la única vez que me vi obligado a hacer una demostración extremadamente lastimera de mí mismo en este viaje, entonces probablemente la hubiera ignorado, pero no era. Era simplemente el momento culminante de un flujo casi constante de ineptitud.
Más antes en el viaje, habíamos estado caminando con dificultad a través de un lodo que nos llegaba hasta las espinillas, con Andre y yo en un constante estado de desequilibrio, cuando llegamos a un pequeño arroyo donde un árbol caído era usado como puente. El pánico era evidente en los rostros de los hombres iskis por nosotros, ya que pensaban en el inevitable desastre que por seguro nos ocurriría si nos atrevíamos a intentar cruzar. Ellos trataron de convencernos de que nos desviáramos y siguiéramos otra ruta, pero Andre insistió en que no nos pasaría nada. Viendo que él estaba decidido a seguir adelante, empezaron a ajetrear —cortando ramas para que nosotros las usáramos como apoyo, ordenándonos que sostuviéramos sus manos, y dando instrucciones muy específicas en cuanto a donde debíamos poner cada pie y de cuáles ramas debíamos sostenernos.
Andre, en una muestra espeluznante de independencia, aturdió a las masas al irse adelante sin su “escuadrón de apoyo” y se arrastró a gatas sobre el tronco. La angustia en los rostros de nuestros amigos iskis era bastante histérica mientras al mismo tiempo lo exhortaban a esperar para que pudieran ayudarlo y le daban instrucciones a gritos para que no se fuera a caer. Fue especialmente cómico porque el agua solo tenía cerca de 1.2 m de profundidad, y no había corriente.
Cuando llegó mi turno para cruzar, no tomaron ningún riesgo. Pusieron un palo largo en mi mano para que me ayudara a dar equilibrio, agarraron con firmeza mi otro brazo y, con un constante flujo de expresiones de aliento, poco a poco me acompañaron hasta el otro lado, como si yo fuera una viejecita ciega.
Y este es el punto, no es que normalmente yo sea un completo tonto en este tipo de situaciones. En los Estados me siento como pez en el agua montando en canoa, o haciendo excursiones en los bosques, o viajando con solo una mochila, pero cuando estás en otra cultura, todo es lo suficientemente diferente para sacarte de tu rutina y volver tareas sencillas casi imposibles. Me encanta montar en canoa, pero cuando mi embarcación es un tronco redondo y hueco que parece comportarse más como un barril que como un bote, pierdo un poco mi agudeza. Caminar es divertido, pero cuando no hay tierra firme disponible, se vuelve un poco complicado. Y así, he aceptado que aunque puedo ser competente en mi cultura nacional, soy como un tonto en la tierra de los iskis; y eso está bien.
Dios puede usar tontos para comunicar Su mensaje, si así lo desea.
*Andre y yo habíamos ido a visitar una de las aldeas de los iskis en la que no habíamos puesto un pie desde que estamos aquí. Compartimos con ellos el progreso que ha hecho nuestro equipo para poner a disposición de ellos el Hablar de Dios en su lengua, y ¡ellos dejaron muy en claro que desean que este llegue a su aldea tan pronto como sea posible!
Deja un comentario