21 de abril, 2016
Mis pies me dolían por caminar durante todo el día, y estaban agrietados y sangrando por causa de la tierra seca. Mientras caminaba a través del polvo en el camino de regreso de la cacería, pensé en lo que dirían los niños cuando llegara a casa con las manos vacías otra vez; llorarían. Han llorado mucho últimamente. Efectivamente, todo el mundo salió a mi encuentro cuando llegué a casa y les dije que no había visto nada. Cuando lloraron, les dije que pararan o de lo contrario los leones vendrían y se los comerían. Tendrían que aprender a lidiar con el hambre. Siempre teníamos hambre; esto era lo que significaba ser un manjúi. Esta época del año estaba seca y no se encontraban muchos animales. No obstante, tenía temor de que no pudiéramos sobrevivir mucho más tiempo en esta sequía.
Mi hijo menor llegó de jugar y había matado un par de pájaros con su honda, entonces eso tendría que servir de comida para esta noche. Luego pensé en mi hija. No era recién nacida, pero podría caber en mi bolsa, estaba muy delgada; había estado enferma durante mucho tiempo. Tendría que cantar conjuros sobre ella otra vez, me sentía muy triste por ella. Un espíritu muy fuerte tenía su espíritu y parecía que yo no podía recuperarla; es por eso que estaba tan enferma. Se podría pensar que yo podría recuperarla pues mi espíritu ayudador era uno de los más fuertes por allí. Todos me tenían miedo porque yo tenía el espíritu ayudador más poderoso; tenían miedo de lo que podría hacerles.
Sin embargo, sentía tristeza por muchas personas, por eso yo ayudaba a sanarlas. Yo invocaba a mi espíritu ayudador para que hiciera regresar el espíritu de los enfermos, eso los mejoraba. Muchas veces podía mejorarlos. Ellos tenían que darme lo que les pidiera en pago pues tenían miedo de mí. Yo tenía que pedirles cualquier cosa que quisiera mi espíritu ayudador o él se enojaría conmigo. A pesar de que yo era un sanador tan poderoso, tenía mucho temor de mi espíritu ayudador.
Nunca olvidaré esa noche en que trabajé sobre mi hija enferma. Canté conjuros con tanta fuerza que casi no podía hablar. Finalmente mi espíritu ayudador me dijo que la pusiera bajo el agua para tratar de ahogar el espíritu malo; eso no sirvió. Arrojamos su cuerpo fuera, bajo un viejo árbol botella. No tuvimos que preocuparnos por quemar su cuerpo porque no tenía suficiente edad como para volver y hacernos daño.
Aunque no pude sanar a mi hija, todavía era poderoso. La gente todavía me temía. Nadie me impedía nunca cualquier cosa que quisiera hacer. No querían enojarme nunca. Poco después de la muerte de mi hija, llegaron los pieles blancas. Contaron muchas de las historias que ya conocíamos de nuestro pasado. Sin embargo, no las tenían todas correctas. Dijeron que un Dios nos creó a todos. Todos sabemos que vinimos de los loros. Es obvio que provinimos de los loros; es el único animal que sabe hablar.
Durante un tiempo escuché la enseñanza de los pieles blancas, pero después de un rato mi espíritu ayudador me dijo que debía dejar de hacerlo. Todavía escuchaba a veces, pero eso hizo que mi espíritu ayudador se molestara conmigo. Después de escuchar lo que los pieles blancas llamaban las “palabras de Dios”, me tomaba mucho tiempo poder invocar a mi espíritu ayudador. En realidad él no quería que yo escuchara las palabras de Dios. En ese tiempo muchos individuos de mi pueblo empezaron a abandonar a sus espíritus ayudadores, pero no yo, todavía era fuerte.
En aquellos días los pieles blancas hablaban mucho acerca de Dios y de lo que Él había hecho por nosotros. Si alguna vez mencionaba esto a mi espíritu ayudador, se estremecía y luego se apartaba de mí durante mucho tiempo. No estoy seguro por qué tenía miedo ya que era el espíritu ayudador más fuerte de los alrededores. Me sentía muy débil cuando mi espíritu ayudador se apartaba de mí; no sabía qué hacer. Ninguno de mi pueblo se atrevía a hablar conmigo acerca de mi espíritu ayudador porque me tenían miedo. Bien, es decir, nadie excepto mi hijo. Nunca olvidaré el día en que mi hijo se me plantó. Nunca nadie me había hecho frente antes; todos sabían lo que les haría si me afrontaban. Simplemente nunca ocurrió; a excepción de ese día en que mi hijo se me plantó. Dijo que yo estaba equivocado y que iría a un lugar muy malo llamado Infierno si no creía lo que decían las palabras de Dios.
Mí espíritu ayudador estaba muy enojado de que mi hijo me hubiera afrontado; me rogaba que no lo abandonara. También me decía que debía juzgar a mi hijo por lo que había hecho; lo habría hecho pero mi esposa no me dejaba. Empecé a escuchar más la enseñanza de los pieles blancas porque no quería perder prestigio. Le decía a la gente que lo hacía porque quería, no porque mi hijo me hubiera dicho que lo hiciera. En realidad estaba escuchando la enseñanza porque tenía miedo. Temía que mi espíritu ayudador se estuviera debilitando. Muchas personas de mi pueblo ya no me temían; en realidad yo era uno de los pocos que todavía tenían miedo de todo.
Finalmente llegó el día en que renuncié a mi espíritu para siempre; hacía mucho tiempo que no lo había visto. Escuché lo que dijo el hombre blanco acerca de Dios, y lo que dijo acerca del ser humano en el sentido de no ser lo suficientemente bueno para ir al lugar de Dios porque Dios es perfecto. Quería ir al lugar de Dios cuando muriera; tenía un miedo terrible de morir. Mi espíritu ayudador me dejó cuando entendí que el Hijo de Dios murió en mi lugar para que yo pudiera ir al lugar de Dios cuando muriera. Pensé que iba a tener miedo cuando mi espíritu me dejara, pero no fue así. Recibí otro Espíritu ese día. El Espíritu de Dios vino a vivir dentro de mí. No tenía miedo del Espíritu de Dios, al contrario de cómo me había sentido con mi viejo espíritu ayudador; solo era feliz. Mi estómago aún no estaba lleno de miel y sin embargo era feliz. Tal vez finalmente era feliz porque ya no tenía miedo. Era muy bueno no tener miedo.
-Estas son mis palabras. Mi nombre es La’enis. Ahora puedo decir mi nombre porque no tengo temor.
[Leyenda de la primera imagen: La’enis, foto de Jeff Hunt].
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