Lisa Kappeler escribe entusiasmadamente desde la pequeña aldea uriay en la selva que ella considera como su hogar. Ella está feliz de haber regresado después de una ausencia prolongada, y está tan emocionada de estar allí que dice: “es difícil saber qué debo contarles primero”.
Para empezar, está el asunto de la canoa sobrecargada en que hicieron el viaje de regreso, llevando todos sus enseres de vuelta a la aldea. “Estaba cargada de proa a popa. …No nos movimos mucho, ¡seguro! —incluso cuando vimos un gran cocodrilo en la ribera”.
Lisa y los coobreros que se están uniendo a ella temporalmente en la aldea, fueron recibidos con calidez y entusiasmo por los amigos uriays. Ella tomó un minuto para disfrutar del placer de estar en casa y luego se puso a trabajar. Ella sabía cuánto había por hacer.
Hay una gran necesidad de enseñar e impartir el discipulado en la tribu. Un día después de llegar, Lisa pasó tiempo con varios maestros bíblicos uriays, animándolos mientras estudiaban diferentes pasajes de la Biblia y se preparaban para enseñar.
“Estos hombres son creyentes muy jóvenes… aún necesitan ayuda y dirección”, explica Lisa.
Además de enseñar a los maestros, está la tarea monumental de seguir trabajando en la traducción. Lisa está animada con la buena disposición de sus ayudantes de traducción de la aldea. “Casi tuve que decirles que disminuyeran el ritmo. …Es muy bueno verlos… hacer planes para estar preparados para ayudar”.
Lisa sacó muy poco tiempo para lo que ella llama “un caso suave de malaria. Incluso podía ir a la enseñanza de las lecciones bíblicas”, explica ella.
No hay mucho tiempo libre en el horario, y en su corazón tiene un deseo profundo e incitante de mantenerse ocupada y concentrada en la tarea del ministerio al que Dios la ha llamado para compartir claramente el Evangelio con la gente uriay.
“No puedo expresar qué bueno es estar nuevamente en mi casa —a pesar del calor y las ratas, y de toda la locura que implica vivir en la selva. Es muy divertido platicar con las diferentes damas y hombres uriays, y dejar que sus niños me mimen y viceversa”, comenta Lisa.
Y luego agrega en forma pensativa: “Pero hay que reconocer que siempre es bueno estar en casa, ¿verdad? No importa dónde esté el hogar, siempre es mejor estar allí que en cualquier otro lugar del mundo”.
Lisa llama hogar a esta aldea selvática para poder invertir su vida haciendo lo que a ella más le gusta. Ella usa sus días y horas para compartir el Evangelio, el cual hará toda la diferencia en la eternidad para la gente uriay.