Su casa necesitaba renovación, explica la misionera Nadia Hattingh. Edificada con materiales del lugar, como ladrillos y adobes de barro, su techo necesitaba el reemplazo de las hojas de palma de cinco años. “Y el baño no habría resistido otra temporada de lluvias”, observa Nadia.
Pero al comienzo, Nadia y su esposo, Francois, no tenían idea de cuán grande iba a ser el trabajo.
Ellos decidieron que su familia pasaría la Navidad con amigos en la ciudad. Después de una semana, Francois planeó regresar a la aldea para supervisar el trabajo de su casa. El plan era terminar el proyecto antes que llegara la estación de lluvias.
“Y luego”, comenta Nadia, “empezó a llover… y llover”.
Las lluvias los tomaron desprevenidos —justo en la etapa cuando el techo de la casa había sido quitado. Su casa se inundó y los daños fueron bastante extensos.
Francois llamó con el informe deprimente. Él no pudo dormir bien. “Había cosas mojadas y malolientes en todas partes y un techo destapado con mosquitos y chinches; no había lugar para colgar mantas y cortinas húmedas”.
El trabajo estaba progresando a paso de tortuga, y para rematar, el camión que traía materiales de construcción se averió. Nadia, quien esperaba noticias en la ciudad, recibió el informe telefónico de Francois mientras ella sufría de un severo ataque de gripe estomacal y trataba en vano de hacer que su internet funcionara.
Todo parecía, humanamente hablando, insoportable.
Sin embargo, aunque las circunstancias eran bastante desalentadoras, Nadia y Francois fijaron su confianza en un Dios fiel. “Mientras los desafíos aumentaban, fui llevada a recordar que nuestro Padre es fiel y lleno de misericordia”, informa Nadia. “Él no sólo estaba al tanto de nuestra situación, sino tenía total control de ella”.
Las cosas empezaron a mejorar. Nadia logró hacer que el internet funcionara y compartió la situación de ellos con los compañeros de oración. Al día siguiente ella escribió: “¡Quiero darles gracias por sus oraciones! ¡Estamos viendo intervenir la poderosa mano del Señor en nuestras circunstancias!”.
“Desde que pudimos compartir la petición de oración por nuestra casa sin techo, no ha caído una sola gota de agua en nuestra región”.
Además, compartió ella, el camión que transportaba sus materiales de construcción ha sido reparado y llegó a la aldea donde ellos viven. Y sus constructores y ayudantes mwinikas, al igual que varios amigos y coobreros, expresaron su disposición para trabajar día y noche, a fin de poner el techo sobre la sección principal de su casa. Adicionalmente, la familia Hattingh ha recibido donativos para ayudar con las pérdidas.
La familia ha regresado a la aldea que llama hogar.
Durante el resto del trabajo de renovación, ellos están acampando en dos dormitorios y están usando una cocina al aire libre.
Hubo algunas pérdidas significativas. Tristemente, sus fotos se dañaron. “Eran únicas e irremplazables en su mayoría”, comenta Nadia. “Pero afortunadamente estas cosas son solamente tesoros terrenales”.
“Podría haber sido mucho peor”, sugiere Nadia con una sonrisa. “En realidad Dios está sacando bien de este caos. …Jesús aún es nuestro Emanuel —Dios con nosotros… durante este año muy difícil y al mismo tiempo muy bendecido”.
Ahora que las cosas se están secando y su casa lentamente está volviendo a ser habitable, Nadia y Francois se están enfocando en una verdad importante acerca de perder posesiones terrenales. Las pérdidas son insignificantes al compararlas con el gozo de llevar las buenas nuevas de Jesús a personas que lo necesitan a Él urgentemente.
“No hemos perdido nada de valor eterno”, comparte Nadia. “Juntos, como una familia en Cristo, estamos viendo obrar al Señor por medio de nosotros para hacer que sucedan milagros”.
Las comodidades terrenas palidecen a la luz de esa feliz realidad.