La salsa de la pizza fue la gota que colmó el vaso. Había sido un largo día en medio de una larga semana que cayó durante un largo y ocupado mes.
Después de una reunión de equipo en la mañana, y una tarde en frente de la computadora, terminando dos evaluaciones de idioma escritas y haciendo arreglos para un viaje a la embajada de la ciudad grande para renovar un pasaporte, mi mente comenzó a enviarme advertencias de que yo podría estar abarcando más de lo que podía manejar.
Un clic equivocado mientras hacía mi cita en la embajada hizo el proceso mucho más complicado de lo que debía ser. La computadora insistía en que el cuarto de dos camas del hotel que yo pretendía, sólo podía acomodar dos adultos sin niños. Observé que el monitor de la computadora se ponía borroso mientras una lágrima caía por mi mejilla.
¿Por qué no puede esto ser sencillo? ¿No puedo hacer nada bien?
Cuando Shad regresó a casa unos minutos después, me dio un consejo sabio: “Sarah, nadie (especialmente Dios) espera que tú hagas todo”. Con gracia, él también señaló que el hecho de pensar que yo podía hacer todo estaba arraigado en el orgullo; aunque eso dolió, tenía sentido.
Sin embargo, por ahora, yo tenía que seguir trabajando duro. Si no hacía la cena, ¿quién la haría?
Mezclé la masa de la pizza, y mientras ésta crecía, comencé a preparar la salsa para la pizza. Por un momento, olvidé mis desventuras con la comunicación en internet y empecé a sentirme capaz otra vez.
Y luego revolví la salsa. Una salpicadura hirviente de queso parmesano y tomate quemó la palma de mi mano, dejando sitios rojos en mi piel. Enfadada y derrotada nuevamente, me dirigí a la planta de sábila de la entrada de la casa.
Mientras esparcía el gel de la sábila en mi herida, Dios me recordó las sabias palabras que Shad había dicho más antes ese día.
Y después recordé la verdad de la Palabra de Dios: “Separados de mí, nada podéis hacer”.
Es extraño con qué facilidad dependo de mi fuerza, capacidad, inteligencia, habilidad, aptitud, tiempo, energías o experiencia. Mi carne está dispuesta de esa manera; es natural. Pero como hija del Rey, he recibido un camino mucho mejor.
No hay nada malo en pedir ayuda a Dios —¡se necesita! Sin conectarme a la fuente de mi fuerza y aprovechar el pozo de Sus inagotables recursos, yo no puedo hacer absolutamente nada.
Las cosas que yo hago en mi propia fuerza pueden tener la apariencia de ser algo, pero no son realmente nada cuando son producto de mis recursos insuficientes y egoístas. Cuando no estoy conectada a Él, no se logra nada de valor —no, ni siquiera reservaciones en internet o pizza.
Cuando Cristo es la fuente de mi fuerza, ya no se trata de lo que yo quiero llevar a cabo. Él es la Vid, la Fuente de todo el “bien” que brota de mi vida. Es una buena lección —una de la cual estoy segura que voy a tener que recordar una y otra vez en los días y semanas venideros.
La búsqueda que hace el Espíritu Santo de mi corazón produce el fruto de la vid —Él es conocido aun por usar la internet y salsa para pizza…
“Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”. Juan 15:5