Los sitios remotos pueden implicar retos para los misioneros por muchas razones. Tomemos, por ejemplo, la aventura reciente de la familia Luse para visitar la aldea distante de sus coobreros.
El viaje empezó con varias horas en una camioneta. Después de eso, aparcaron su vehículo y la familia se fue dando tumbos en un pequeño bote de fibra de vidrio por dos horas. Finalmente llegaron a tierra seca —si se puede llamar tierra seca a una ciénaga— y caminaron durante seis horas a través de troncos, arroyos y cumbres, haciendo lenta su marcha hacia la aldea donde viven sus amigos y colegas misioneros.
“Nuestras hijas… volaron en el camino, esquivando cuidadosamente raíces de árboles, hoyos y otros obstáculos”, informa Aaron.
Cuando avistaron su destino final, las frías aguas del río al final del largo viaje “aliviaron agradablemente pies llagados, piernas cansadas y hombros doloridos”.
La familia Luse hizo este viaje para llevar ánimo a sus amigos misioneros, los Mitchell. El cual llegó no sólo en forma de compañerismo, sino con las cartillas de alfabetización que ellos llevaron. También pudieron compartir conocimientos en cuanto a cómo empezar la tarea de enseñar a la gente de su aldea a leer y escribir, y una guía acerca de la preparación de lecciones bíblicas.
Después que ambas familias fueron reanimadas por la comunión, llegó el momento para que la familia Luse se dirigiera a su casa.
El viaje de regreso hasta su camioneta fue mucho más fácil. Aaron y Lori y sus hijas pudieron ahorrarse la caminata de seis horas y el viaje de dos horas en bote a cambio de un vuelo de veinte minutos en helicóptero. El correo, los suministros y el combustible de los Mitchell es llevado en helicóptero cuatro veces al año, y la familia Luse estuvo allí en el día preciso para aprovechar un aventón rápido hasta su camioneta.
Ellos estaban teniendo un tiempo fabuloso en el viaje de regreso.
Una vez en el sitio de la camioneta, la familia subió para empezar la última parte de su viaje a casa. Habían estado viajando aproximadamente una hora cuando repentinamente un cerdo grande salió corriendo del costado de la carretera, directamente en frente de su camioneta.
El impacto sacudió la familia y mató al cerdo.
“Nuestra familia estaba bien, pero nuestra camioneta no”, explica Aaron. Cuando comenzó a caer la noche, él pudo determinar que lo que él había pensado inicialmente, que sólo el plástico del parachoques se había dañado, acabó siendo no solamente el parachoques, sino la rejilla, el radiador y el montaje del líquido refrigerante.
Después de compensar a los habitantes de la aldea local por la pérdida de su cerdo, la familia Luse abandonó la camioneta para que fuera reparada y empezó a dirigirse a casa.
Las restantes dos horas del viaje se convirtieron en dos días. Aaron dice que eso incluyó algunos asuntos difíciles de transporte como “seis horas en una minivan con 19 personas a bordo y sin aire acondicionado”, mareos y montar en un camión de plataforma.
Al final, la familia Luse llegó a casa a salvo —menos su camioneta, la cual permanece cerca de la escena del accidente, esperando piezas de recambio. Ellos están agradecidos de estar de nuevo en la aldea patpatar donde viven y ministran. Sus corazones están unidos en amor y comunión con los creyentes patpatares y oran fielmente por sus amigos, los Mitchell. “Ora por los Mitchell… ellos han tenido que manejar algunas dificultades”, pide Aaron.
El ministerio puede ser exigente y difícil, pero Aaron y Lori están enfocados en una meta que sobrepasa los desafíos. Al enseñar a la gente patpatar y verles crecer en Cristo, la familia Luse está invirtiendo en el ministerio para la gloria eterna de Dios.