En el pequeño pueblo nahuatl donde Peter y Liesl Hypki han vivido y ministrado por dos años, la llegada del otoño señala una división entre las dos estaciones de allí: la estación de lluvias, shupanta, y la estación seca, tonalko.
Peter dice que las lluvias comienzan a disminuir y luego se detienen, y poco tiempo después, los “sembradores de maíz se convierten en cosechadores de maíz”. En las tradiciones de la gente nahuatl, con una danza y una vigilia ritual que duran toda la noche y que denominan como shuravet, ellos ofrecen a sus antepasados una purificación y una acción de gracias por otra cosecha.
Para los misioneros, esta estación señala algo muy diferente. Se termina la temporada de estudios intensivos del idioma, facilitados por las lluvias constantes, y se da lugar a otras actividades de la vida, como cargar agua que ha sido recogida del techo. (Los misioneros tienen muchas esperanzas de que el proyecto de excavar un pozo, el cual comenzó en la estación seca pasada, se reanudará pronto y tendrá éxito, eliminando así la necesidad de recoger agua de sus techos, o la necesidad de llenar barriles de 55 galones y transportarlos en camión hasta sus casas).
“Para Liesl y para mí”, comparte Peter, “este otoño marcará dos años completos aquí en el pueblo. Hemos vivido con la gente nahuatl por dos años. En ese tiempo nos hemos sentado con ellos y hemos aprendido y hemos llorado. Hemos caminado con ellos a través del bosque y las montañas. Nos hemos sentado alrededor de sus fogatas mientras ellos cocinan tortillas”.
Y en el proceso, comenta Peter, han aprendido mucha cultura e idioma mientras desarrollan amistades. Suficiente, dice él, “para intentar encajar ahora, aunque sabemos que en algunos aspectos nunca podremos”.
Hay otras cosas que ellos han aprendido también. “Hemos aprendido que uno no puede ser el mismo que fue el día anterior. Hemos aprendido que es imposible ver las necesidades de nuestro alrededor y no amar —pero también hemos aprendido que es imposible amar a menos que estemos dependiendo de Aquel que nos ama. También hemos aprendido que el único constante es nuestro fiel Dios, y que entre más nos veamos en Él, más nos daremos cuenta del cambiante mundo a nuestro alrededor”.
En cada otoño, con el cambio de estaciones, los misioneros a los nahuatles celebran una fiesta anual del equipo. Ellos se reúnen para comer maíz dulce y calabacín del huerto y hacen pumpkin spice lattes caseros [un café especial de Starbucks] y afirman su gratitud por algo que nunca cambia.
“Nos sentaremos alrededor de una fogata y daremos gracias a Dios por otro año aquí”, expresa Peter. “Porque Dios está obrando y cambiándonos a Su imagen, haciéndonos siervos más útiles para mostrar Su amor a la gente nahuatl —y le daremos gracias a Él porque en todos los cambios de la vida, Él y Su gran amor nunca cambian”.