Sam y Kari Bruce habían pasado una semana completa en la región del Pacífico Asiático cuando escribieron su primera carta con noticias del ministerio. Y a esas alturas ya tenían bien clara una cosa: la vida iba a ser diferente en su nuevo hogar.
Ellos habían tenido la experiencia de usar un tipo de transporte público totalmente diferente. Habían aprendido a esperar el canto de los gallos en las mañanas y en las tardes.
Sam y Kari se han familiarizado rápidamente con los mercados abarrotados y han comido nasi bakar, arroz envuelto en hojas de plátano, cocido al aire libre. Ya se han ido acostumbrando a escuchar el canto del “llamado a la oración” que suena fuerte cada pocas horas. Y una noche memorable, incluso experimentaron los sonidos de una banda que desfilaba y a su paso estremeció la calle a las 3 a.m.
“Nada es fácil aquí”, informa Sam. Aun la compra de artículos para el hogar.
“Si uno quiere hacer compras, no hay almacenes tipo Target donde uno puede comprar todo en un solo lugar. Para hacer compras, uno debe ir a una tienda, luego a otra y luego a otra, y después cruzar toda la ciudad para ir a un mercado diferente”, añade él.
“Ni siquiera es fácil hacer café”, explica Sam. “El primer día demoré aproximadamente media hora preparándome una taza”.
Los vecinos son muy amigables, comenta Sam, y pacientes y comprensivos con las dificultades del idioma. Sam comparte que recientemente se dio cuenta que le dijo equivocadamente a su amigable nuevo vecino: “Yo nunca he estado en la región del Pacífico Asiático en el futuro”.
Sam y Kari apreciarían tus oraciones mientras ellos se ajustan a su nuevo hogar y preparan sus corazones para el ministerio que Dios ha preparado para ellos allí.
Mientras descansan, desempacan y se acomodan, les resulta muy claro que la vida va a ser muy diferente a veces, y que normalmente los ajustes serán difíciles.
Pero, en general, ha sido una primera semana estupenda para los Bruce. Y es evidente que ellos ya se metieron en el estudio de la cultura y el idioma.