Lola vivía en la ladera de una colina de la Filipinas. Su casa era una vivienda improvisada con piso de tierra y paredes ensambladas con madera recuperada.
Durante su vida, esta mujer tuvo pocas bendiciones materiales. Lola era conocida por el gran número de nietos que reían y corrían jugando fuera de su destartalada casa de retales levantada ilegalmente en una propiedad ajena. Ella y su familia, junto con aproximadamente otras 500 personas, constituían un grupo de seres humanos terriblemente necesitados que subsistía en la ladera de la montaña, más allá del pueblo, atrapados allí en circunstancias de desesperanza e indigencia.
Lola fue una creyente animada en Jesús que fervientemente llevaba su tropa de nietos a la pequeña iglesia donde ella adoraba y gozaba de comunión. En incontables ocasiones ella caminó durante 25 minutos, ascendiendo dos colinas para llegar a una carretera, y luego otras dos colinas para asistir a los servicios de la iglesia. Y siempre venía con ella una alegre comitiva de nietos, deseosos de estar en la escuela dominical.
La suya era una vivienda típica del pequeño asentamiento andrajoso sobre la ladera de la montaña. Unos 60 m2 de chatarra ensamblada albergaban dos familias; en el caso de Lola, 11 de ellos eran niños.
Allí no hay acueducto y las condiciones de higiene son muy precarias; simplemente no hay comodidades de ningún tipo.
La cama improvisada de Lola fue fabricada con una vieja banca de madera cubierta con pedazos viejos de gomaespuma. Cerca de allí descansaba una de sus posesiones más apreciadas —su Biblia.
Ella yacía silenciosamente en medio del calor y la humedad intensos, sufriendo con cada respiración. Lola iba a morir pronto y hacía un tiempo que lo sabía.
En diciembre, los niños empezaron a ir solos a la escuela dominical, diciendo que la caminata era demasiado difícil para su abuela. El cáncer le había sido diagnosticado en enero.
Lola se despertó con el animado coro de saludos de su tribu de nietos. Este alegre recibimiento sólo podía significar una cosa, el misionero Kevin Stroud-Lusk y su esposa, Stella, habían hecho la larga caminata desde su casa hasta el sitio de Lola. Habían venido a visitar.
Kevin y Stella son misioneros cuyo ministerio principal es enseñar educación especial en un colegio cercano para hijos de misioneros. Pero, además de eso, en los últimos cuatro años han estado sirviendo juntamente con un pastor en su iglesia local. Esta congregación está compuesta mayormente por personas del pequeño asentamiento deprimido de invasores. Para su gozo, el ministerio específico de Kevin y Stella en esta iglesia ha sido enseñar la escuela dominical a 60-100 niños y jóvenes cada semana.
La pequeña iglesia tiene una enorme tarea ministerial. La intensidad y complejidad de las necesidades representadas en la congregación son abrumadoras. Están lejos de tener los recursos suficientes para pagar la comida de todos.
Gracias a los donativos del pueblo de Dios, hay ocasiones especiales en que la iglesia distribuye canastas con alimentos a las desvalidas familias del asentamiento. Todas las semanas hay refrigerios saludables para cada niño de la escuela dominical, al igual que una comida de arroz para todos los jóvenes que se queden después de la escuela dominical para participar en un estudio bíblico semanal.
Estos ministerios de compasión son un buen comienzo, pero para la gente indigente que vive en el pequeño asentamiento, la vida es supremamente difícil.
Por un tiempo, Kevin y Stella estuvieron enviando, con los nietos, frutas especiales de la casa para Lola. Pero con el paso del tiempo, su nieto les trajo la noticia de que ahora ella sólo estaba comiendo sabao —una sopa hecha con arroz y agua.
Ya no se podía hacer mucho por Lola. Hay poco o ningún dinero para médicos; la gente que vive en la invasión pasa su vida tratando de conseguir arroz suficiente para su familia todos los días. No hay un programa de asistencia médica; no tienen seguro. En dos ocasiones, la familia de Lola economizó y ahorró suficiente para llevarla a un médico. De esta manera le diagnosticaron el cáncer; y en la segunda visita los médicos les dijeron que la llevaran a casa porque no podían hacer nada por ella.
Kevin y Stella encontraron a Lola acostada en su desvencijada cama. Kevin comparte la escena, una escena casi enteramente desprovista de comodidades físicas, pero asombrosamente rica en comodidad espiritual. “Stella y yo pasamos un tiempo orando con Lola y su querida familia, tomando turnos para leerle su Biblia. Luego recurrimos a sus nietos mayores, quienes también aman al Señor, y ellos tomaron turnos para leer”.
Lola abría sus ojos para mirar los rostros de las personas reunidas a su alrededor mientras leían. Su frágil cuerpo no podía recibir alimento ni medicamentos; no había nada para su comodidad física. Pero, claramente, Lola hallaba gran consuelo y paz en oír la lectura de la Palabra de Dios. Cuando Kevin y Stella se marcharon, todos sus nietos prometieron tomar turnos para leerle en los días y noches que le quedaban; con la luz de las velas cuando fuera necesario.
“Salimos de la casa de Lola… sintiéndonos absolutamente incapaces de cambiar sus tristes vidas. En Mateo 26:11, Jesús dice que siempre tendremos pobres con nosotros… no siempre podemos cambiar mucho su casa terrenal”, comparte tristemente Kevin.
Pero a medida que caminaron hacia su casa, Kevin y Stella fueron consolados. El uno al otro se recordaron que para Lola y los miembros de su familia que son creyentes en Cristo, hay mansiones esperándoles.
Lola pasó a la presencia del Señor unos pocos días después. Kevin se enteró que sus nietos habían cumplido su promesa y le habían leído la Biblia hasta que partió al cielo. Su nieta compartió algunos de los pasajes que ella había escogido para que le leyeran: Salmo 29, Romanos 6, Salmo 23, Juan 3 —Escrituras que ella sabía que su abuela amaba; ella las había subrayado en su apreciada Biblia.
La pobreza abyecta sigue dictando el curso de la familia de Lola. “Su cuerpo descansa sellado en un féretro alquilado en el cuarto donde la visitamos… hasta que se recolecte suficiente dinero para que su familia la entierre”, informa Kevin.
Una gran tristeza invade los corazones de su familia, su iglesia y sus amigos, Kevin y Stella, por la pérdida de esta dama fiel y amorosa.
Pero también hay regocijo; ellos saben que Lola no está allí; que finalmente ella está más allá de todo dolor, tristeza y carencias.
Sin lugar a dudas, ellos saben que, como creyente en Jesús, Lola vive ahora en una gloria espléndida.