El piloto misionero Josh Dalton comparte acerca del gozo más grande del servicio misionero.
“Una de las cosas más difíciles que hemos hecho en la vida fue despedirnos de nuestros amigos y nuestras familias y mudarnos a otro país en el otro lado del mundo”, informa Josh Dalton. “Mientras luchábamos por aprender cómo relacionarnos con una nueva cultura y un nuevo idioma, a veces nos preguntamos: ‘¿En verdad vale la pena?’”.
Josh sirve a Cristo como piloto misionero. Él dice que la vida para él y su esposa, Candy, y sus hijos no siempre es la aventura glamorosa y emocionante con que a veces se representa la obra misionera.
“Ésta, consiste mayormente en duro trabajo y sudor mezclados con oración y algunas lágrimas, y sólo ocasionalmente es marcada con esas historias apasionantes que a todos nos encanta oír”, comparte Josh.
Pero recientemente apareció un mensaje de Skype en la pantalla de su computadora procedente de un coobrero suyo, el cual le recordaba profundamente que “cada lágrima, cada céntimo y cada gota de sudor realmente son el pequeño precio que hay que pagar por el tesoro eterno que estamos buscando”.
Este tesoro, según él, es la meta de presentar las buenas nuevas de Jesús a personas que nunca las han oído y ver sus vidas transformadas cuando depositan su fe en Cristo.
Josh y Candy se regocijaron al observar la historia de una familia palawana que había oído el Evangelio por primera vez. Todos los cinco integrantes de la familia dieron testimonio de cómo se habían apartado de la adoración de espíritus hacia un nuevo gozo y una nueva esperanza en Cristo.
La voz de Pilno estaba henchida de gozo mientras compartía: “¡Yo lo creo! ¡Jesús es el Salvador! Nuestros antepasados decían: “Esta cosa… o esa otra es el camino a Dios”. ¡Pero estaban equivocados! …Jesús pagó el precio por mi pecado; ¡está consumado!”.
“Si muero ahora”, añadió gozosamente Mulok, “iré directamente a estar con Dios. ¡Ya no tengo temor! …Antes estaba ahogándome en mi pecado, simplemente ahogándome. Ahora sé que Jesús pagó por mi pecado, e iré a estar con Él en el cielo”.
Josh casi no puede aguantar las ganas de volver a visitar a estos amigos indígenas, ahora que son creyentes. En años pasados, antes que estos palawanos vinieran a Cristo, él tuvo la oportunidad de sacar a algunos de ellos de la tribu para que recibieran atención médica. “Estoy emocionado de… pensar en volver a verlos por primera vez desde su conversión, cuando vuele a su aldea mañana” comenta Josh.
“Regocíjense con nosotros y con los ángeles”, continúa él, “de que estos nuevos creyentes hayan sido recibidos en el redil”.
Y luego añade alegremente: “¡Vale la pena!”.