Bryan y Shara Moritz, cuyo ministerio consiste en apoyar a los misioneros que sirven en las tribus, decidieron que su propio ministerio mejoraría grandemente si podían experimentar por un tiempo la vida de los misioneros tribales.
Una visita prolongada a una aldea indígena no sólo abriría su entendimiento sobre el idioma y la cultura, también serviría, explica Shara, “para recordarnos por qué estamos aquí”.
La experiencia tribal de la familia Moritz les ha enseñado mucho. Tienen nuevos conocimientos acerca de viajar en carreteras secundarias pavimentadas que tienen baches. Han ampliado su entendimiento acerca de las realidades cotidianas de agua, baterías y sistemas de energía solar. Tienen nuevas y significativas percepciones acerca de cuán esenciales son los misioneros de apoyo para los ministerios tribales.
Y lo más importante, había una multitud de personas nuevas con las que podían relacionarse y a las que podían llegar a amar.
“Nuestro tiempo con la gente fue invaluable”, comenta Shara. “Podíamos salir de la casa y encontrar personas y hablar con ellas. Era muy fácil hablar con la gente y estaban muy emocionados de tenernos allí”.
“Los chicos y yo empezamos nuestro tiempo fuera con todos los mangi o niños indígenas”, continúa ella. “Nuestros hijos realmente se esforzaron por salir con nosotros; en esta cultura es difícil que la familia haga cosas unida ya que los adultos y los niños no juegan juntos ni pasan mucho tiempo unos con otros. Estuvimos muy orgullosos de nuestros hijos y su disposición para hacer largas caminatas y para tratar de jugar con los niños indígenas. …¡Se portaron fabulosamente!”.
No se necesitó de mucho tiempo para que Bryan y Shara comenzaran a ver que, a pesar de que Dios había usado el viaje para ampliar las perspectivas de su ministerio, en esas semanas en la selva Él aun tenía más cosas para que ellos las asimilaran, estaban allí no solamente para probar el idioma y la cultura de la tribu.
Progresivamente se fueron dando cuenta de que su vida en el ministerio se había convertido en una tarea penosa. “Habíamos estado tratando”, explica Shara, “de sobrevivir cada día con todas las tareas que estaban llegándonos. Aun nuestra familia se había convertido en una carga; Dios nos regaló este descanso en la tribu”.
En el sitio remoto de la tribu tuvieron más tiempo para estudiar la Palabra de Dios juntos. Como resultado, tuvieron muchas conversaciones y pláticas buenas. “Tuvimos tiempo para analizar juntos disputas y luchas”, informa Shara.
“Dios quería apartar a nuestra familia de todo lo que nos distraía. Quería ponernos en un ambiente más sencillo, con menos ‘cosas’… Quería que tuviéramos tiempo para recobrar el aliento y ser una familia”.
Hubo una noche, recuerda cariñosamente Shara, cuando su familia se sentó alrededor de la mesa del comedor “y reímos sin parar”.
Ella se sentó por un rato, cautivada por la belleza del momento, y luego le comentó feliz a su familia: “Huy —¡nuevamente estamos disfrutando la vida que Dios nos ha dado!”.