“Dios merece toda la gloria por mi trabajo”, alegre y humildemente le dijo Marg Jank al grupo de admiradores que viajó desde lugares tan distantes como California para apretujarse en la Iglesia Bautista South End de Owen Sound, Ontario, Canadá, a finales del año pasado.
Estos hombres y mujeres habían venido para unirse a Marg en la celebración del quincuagésimo aniversario del peregrinaje de Marg y Wally Jank en la remota tribu yanomami de Sudamérica.
En 1962, Marg y Wally hicieron el largo viaje hasta Sudamérica con sus dos hijos, Lynne y Bobby. Durante su tiempo en las tierras sudamericanas tuvieron otros dos hijos, Janice y Davey.
Después de muchos años de fiel servicio, Wally pasó a la presencia del Señor en 1984, dejando sola a Marg para continuar el trabajo de traducir las Escrituras. Marg comparte que cuando conoció a la gente yanomami, no tenían lenguaje escrito.
“Por la gracia de Dios, pude poner por escrito el idioma yanomami por primera vez, y luego enseñé a la gente a leer y escribir su propia lengua”, comparte Marg. “Más tarde, mi hijo Bobby y varios yanomamis recién salvados se unieron a mí en el trabajo de traducir la Biblia al difícil idioma yanomami”.
La tarde se abrió con una oración en la que Dios recibió el crédito por permitir que Marg alcanzara almas perdidas. Luego varios oradores compartieron cómo Marg los ha bendecido a través de sus años de fiel servicio a ellos, a Dios, y al pueblo yanomami. Luego siguió un tiempo de canto, resaltado por una canción escrita por Marg, usando palabras de Isaías 25.
La tarde culminó con el obsequio de una carta de felicitaciones para Marg y un certificado del gobierno de Ontario firmado por el miembro del Parlamento Provincial Bill Walker, y un certificado del gobierno canadiense presentado por Janice Ritchie, la hija de Marg, ante la ausencia del miembro del Parlamento Larry Miller.
Finalmente, Audrey Donley, de parte del señor Miller, subió a la plataforma y le entregó a Margaret Grace Jank la Medalla de Aniversario de Diamante de la Reina. Cuando ella recibió la medalla, la concurrencia se puso de pie y aplaudió. Las lágrimas de muchos de los asistentes coincidieron con las lágrimas de gratitud de Marg.
Cuando Marg miró hacia el cielo, muchos en la audiencia no pudieron evitar pensar que este día era apenas una sombra de uno mejor en que Margaret recibirá su corona en el cielo. Esa corona le será concedida por el Señor mismo, mientras Él susurrará en el oído de Margaret: “¡Bien, buen siervo y fiel!“.