Voces emocionadas de niños impregnaban la atmósfera mientras Jenilaa y Daaslin los apremiaban a entrar al nuevo sitio de la escuela dominical. La pequeña casa construida directamente detrás de la edificación de la iglesia wusuraambya es un lugar donde suceden cosas asombrosas.
El techo de paja y las paredes de bambú a duras penas pueden contener las voces estruendosas que alaban a Dios mientras Daaslin toca la guitarra y Jenilaa dirige a los niños en el canto.
Estas dos chicas, miembros de la tribu wusuraambya, la cual está enclavada en lo profundo de las montañas de Papúa Nueva Guinea, nunca hubieran sido vistas en el aula de la escuela dominical hace apenas siete años.
“Yo participaba en juegos de azar y asistía a discotecas”, confiesa Jenilaa mientras prepara sus lecciones para la escuela dominical conforme al patrón propuesto por el programa de enseñanza bíblica de Fundamentos Firmes. “Cuando llegué a la adolescencia, todavía recuerdo cómo peleaba con mi mamá y gritaba durante horas cuando no me dejaba hacer lo que quería”.
Pero su vida fue cambiada, junto con la vida de su mejor amiga Daaslin, cuando los creyentes de la vecina tribu aziana vinieron a compartir el Evangelio con ella y su amiga. Cuando dos de las chicas azianas se quedaron con Daaslin y su familia durante la conferencia de una semana que ellos estaban dirigiendo en Wusuraambya, Jenilaa y Daaslin vieron que el gozo de ellas era contagioso.
“En esa semana aprendí mucho acerca de lo que significa ser verdaderamente feliz”, comenta Daaslin.
“Antes, yo pensaba que las cosas del mundo me iban a hacer sentir realizada”, continúa ella. “Pero ahora, me doy cuenta que sólo Dios puede hacer eso”.
Después de observar el gozo de los creyentes azianas, Daaslin y Jenilaa decidieron que ellas también querían tenerlo. Fielmente asistieron al primer curso de Fundamentos Firmes enseñado por Andrew Goud en el idioma wusuraambya y desde entonces han estado animando a sus amigos a asistir a cada una de las enseñanzas posteriores. Ahora, siete años después, ellas forman parte de una iglesia wusuraambya donde todos funcionan, con un promedio de 150 creyentes. Ellas están emocionadas al ver que el Evangelio se está difundiendo por medio del último esfuerzo de evangelización que se está llevando a cabo en otra aldea wusuraambya.
En esta mañana, no hay indicios de ira en la voz de Jenilaa mientras ayuda pacientemente a los chicos de la escuela dominical a memorizar versículos de la Biblia y mientras les relata historias bíblicas desde la Creación hasta Cristo. Cuando los niños empiezan a hacer bromas y a reír, ella les recuerda tiernamente que cada uno debe guardar silencio para que todos puedan escuchar las historias acerca de Jesús.
“Mi vida ha sido grandemente cambiada por Dios”, dice Jenilaa, sonriendo a su mejor amiga Daaslin. “Lo único que quiero ver es que otros experimenten la misma transformación que Dios ha hecho en mí”.