14 de diciembre, 2017
Es el último día del año; fuera con el año viejo y que empiece el nuevo. Pero no hay tiempo libre para las festividades aquí en la aldea; ¡en realidad todas las festividades contienen muchas oportunidades adicionales de eventos culturales nuevos para mí que hacen que las clases de adquisición de cultura e idioma sean excelentes y fascinantes! Hoy voy a observar la preparación de un delicioso plato tradicional de maíz, llamado Mambe.
Por favor, acompáñenme en un banco de madera en la cocina de mi amiga mientras su hermana, su madre y su tía trabajan juntas en este esfuerzo culinario. Sin embargo, en lugar de compartir notas del idioma y la cultura sobre “Cómo hacer Mambe”, me gustaría compartir de corazón una lección que Dios me enseñó a través de esta clase. Vamos a tener que recurrir a un poco de imaginación porque vamos a mirar este proceso desde la perspectiva del maíz.
La agonía del maíz
La mazorca de maíz se ralla primero; se frota con fuerza y con firmeza una y otra vez contra un rallador de metal áspero y afilado, con agujeros dentados que parece que hubieran sido hechos con clavos. De esta manera sus granos se rallan lenta y dolorosamente. Luego la mazorca de maíz, despojada de su bondad, se une a un montón de tusas que ya están en el suelo.
Mientras tanto, los granos de maíz rallados, que ya fueron sometidos a una completa tortura, reciben un descanso, ¿verdad? No, ¡no es así! Son arrojados bruscamente a un enorme mortero y son golpeados sin piedad con un palo pesado, son golpeados y machacados arriba y abajo, de lado a lado, dando vueltas y más vueltas. El maíz aplastado se tamiza luego; el fino polvo amarillo que cae a través de la malla se reserva, mientras que los fragmentos gruesos que quedan arriba se vuelven a arrojar al mortero y se golpean otra vez. Cada repetición del proceso pulveriza los granos de maíz un poco más, hasta que todo lo que queda es un fino polvo amarillo; el cual se mezcla con un poco de agua y puré de mandioca [yuca brava].
Luego viene el fuego; el Mambe se cuece sobre una pieza de cerámica plana y redonda, colocada apenas a unos centímetros sobre un fuego abrasador. La harina de maíz pierde toda su humedad por la acción del calor, lo que da como resultado un producto final parecido a la tortilla, que es duro, seco y crujiente.
Esta es solamente una de varias “recetas” que he observado durante la temporada del maíz, todas las cuales tratan el maíz de diferentes maneras para preparar diferentes comidas tradicionales. Las demás recetas no son más suaves para el maíz. En cualquier punto de la preparación de mambe o de manzuat o de ee o de algún otro alimento, puedo imaginar al maíz diciendo: “¡Alto! ¡Basta! ¡Eso duele mucho! ¡No aguanto más! ¿Cuántos sufrimientos más piensan que puedo soportar? ¿Por qué me está sucediendo esto a mí? ¿Cuándo terminará el dolor? ¿Cuál es el propósito?”
‘Tú eres el maíz’
¿Lo anterior te sonó parecido a algo que dijiste o pensaste alguna vez? A mí también.
Mientras estaba sentada en la cocina muy caliente en el último día del año, con el cuaderno, el lápiz y la cámara en la mano, el Espíritu Santo me habló al corazón con Su vocecita apacible: “Tú eres el maíz”. Esa simple analogía me llevó a reflexionar, a orar y a meditar mucho durante otros momentos más tranquilos, y a solas con Dios.
Básicamente la ilustración es esta. Cada uno de los que somos hijos de Dios somos mazorcas de maíz. Dios es el que tiene un plan y un propósito, una receta, si así se desea, para cada una de nuestras vidas. Estas son algunas de las verdades que Dios me mostró o me recordó con base en esa analogía:
- Dios tiene diferentes propósitos y planes para diferentes hijos, para diferentes siervos.
- El proceso, las circunstancias y las experiencias de vida que Él concede a cada uno se verán y se sentirán de manera diferente.
- El producto final también será diferente, así como el uso final al que Él destina cada una de nuestras vidas. Algunas serán las tortillas de maíz crujientes; otras serán el alimento básico de la cultura; pero otras serán una sopa de pescado picante.
- No se trata de “lo que soy”, “lo que quiero/elijo ser”, o “lo que puedo llegar a ser”—todas estas expresiones parecen eslóganes de nuestra cultura. De lo que se trata es de dejar que Dios haga de cada uno de nosotros lo que Él quiere que seamos, y que cooperemos con Él en el proceso, en vez de luchar o protestar por Su obra en nuestras vidas.
- El propósito de convertirnos en lo que Dios quiere que seamos no es para nuestro propio beneficio o nuestra propia satisfacción. Es para ser usados y consumidos (en sentido figurado) por otros, para su vida, salud y alimento espiritual. Paradójicamente descubrimos que al darnos a otros experimentamos la mayor bendición y satisfacción de todas.
- Glorificamos a Dios al consumir nuestras vidas a favor de otros, llevando vida y alimento espiritual a donde habría habido muerte o hambruna (y ¡qué privilegio y honor que Dios nos use en un tiempo y un lugar determinados para la vida de las personas que nos rodean! Después de todo, Jesús es lo único que ellos necesitan realmente; sin embargo, Dios nos permite participar en la tarea de llevar la vida de Jesús a otros, y de esa manera nos hacemos partícipes de Su obra vivificadora).
- Ningún tipo de “alimento de maíz” es categóricamente mejor o peor que otro; todos son nutritivos y deliciosos, pero diferentes. De igual modo, ningún siervo ni su forma de servicio es mejor o peor, superior o inferior. Así como todos los alimentos verdaderos nutren y sustentan, todos los que verdaderamente sirven a Dios son usados para alimentar a Sus corderos y edificar Su iglesia de una forma u otra.
- La preparación para hacernos útiles para los propósitos de Dios a veces podrá parecer despiadada, carente de sentido, inútil, dilapidadora e indeciblemente dolorosa. Para nosotros puede parecer tribulación, prueba, sufrimiento, angustia y aflicción. El sufrimiento y la angustia pueden prolongarse interminablemente –desde nuestra perspectiva.
- La preparación del maíz parece durar una eternidad. Sin embargo, el que lo está preparando tiene una meta a la vista y sabe que estará listo después de cierto número de pasos, debidamente realizados. El maíz no tiene manera de saber esto. El trabajo de preparación en nuestras vidas puede parecer interminable. Sin embargo, Dios, el que nos está preparando para Su propósito supremo, tiene una meta final a la vista y sabe que estaremos listos después de cierto número de pasos, cuidadosamente planificados y ejecutados por Él. No tenemos una forma de saber cuántos pasos requerirá Su trabajo o cuándo estaremos verdaderamente preparados.
Prepárate para la mano de Dios
Amigo, si eres un siervo de Dios, no te sorprendas si “la vida te golpea” a veces, como el maíz que es golpeado en un mortero con un palo pesado. Pero pregúntate esto: “¿Es realmente la vida, o es Dios?” Una actitud que se expresa comúnmente en la iglesia y en el campo misionero es “Dios permitió esta prueba en mi vida”. A veces eso es cierto; ese pensamiento es a menudo mi primera reacción ante el sufrimiento. Pero Dios me ha desafiado a pensar en cuanto al sufrimiento de una manera radicalmente distinta. Sospecho que asumir que la mayor parte de nuestro dolor y sufrimiento es “permitido por Dios” es una perspectiva cristiana apoltronada, floja, y propia de esta generación de las soluciones instantáneas. Hay veces (muchas más de las que nos gustaría admitir, creo) en que Dios es en realidad la Mano Invisible que causa u orquesta lo que sentimos como sufrimiento.
Mientras escribo esto, admito que siento un ligero escalofrío. No me gusta el sufrimiento. Ese doble golpe de una infección por estafilococos del año pasado fue doloroso. Duele estar lejos de mis sobrinos y sobrinas y perderme de las etapas importantes de su desarrollo. Los dolores de estómago, las migrañas y el dolor de espalda son frustrantes, sobre todo porque lentifican mi progreso en el aprendizaje del idioma.
Así que tengo un poco de miedo de cuál pueda ser el siguiente paso de la preparación de Dios en mi vida. Es interesante que Dios me haya puesto a considerar esta ilustración en el último día del año pasado, de cara al próximo. ¿Para qué podría estar preparándome?
El resultado de la receta de Dios es excelente
No debería tener miedo. Dios sabe lo que está haciendo. Él tiene una “receta” bien planeada, y el resultado final será increíblemente bueno. En el momento en que vea Su obra terminada, todas las demoras y sufrimientos tendrán sentido y repentinamente parecerán mínimos, en comparación con la gloria de lo que Dios tiene reservado. El deseo de mi corazón es que todo lo que Él está haciendo en mí, redunde para la vida, el crecimiento y la nutrición espiritual del grupo étnico neno al que Dios me ha enviado. Y honestamente, en el fondo, aunque mi carne palidece ante tal pensamiento, si se requiere de sufrimientos más intensos para lograr este propósito o cualquier otro propósito desconocido que Dios pueda tener, estoy de acuerdo con eso.
Por favor, ¿pueden orar por mí? Oren para que Dios haga lo que sea necesario para hacer de mí lo que debo ser, a fin de ser útil para el pueblo neno y para todos Sus propósitos. Oren para que acepte con gozo cualquier sufrimiento o prueba que implique esto. Oren para que discierna correctamente tales cosas, no como ataques del enemigo o como “lo que Dios permitió”, sino como Su propio plan. Oren para que Dios convierta mis temores en valentía y mis instintos de auto-preservación en una entrega desinteresada a Su mano.
Oren también por ustedes mismos. Solamente ustedes y Dios saben en qué manera estas verdades se aplican a su propia vida, su corazón y su situación.
“De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” Juan 12:24.
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