25 de febrero
La semana pasada, en algún momento entre el lunes en la noche y la mañana del martes, se hizo muy real para mí que estaba en un avión con destino a África Occidental y sin boleto de vuelta. Durante años habíamos orado y planeado mudarnos al extranjero para compartir la esperanza que tenemos en Jesús. Sin embargo, allí estaba yo, aun antes de poner un pie en suelo extranjero, llena de ansiedad y completamente asustada.
En el avión no había nadie que me animara, ninguna iglesia que me apoyara, y ninguna imagen idealizada de un ministerio exitoso. Me encontraba en un vuelo abarrotado y claramente la cultura ya había cambiado. Los hombres a mi lado hacían sonar sus rosarios, los pasillos estaban llenos de personas que esperaban usar el cuarto de baño, y fuertes voces se saludaban en la lengua wolof. El resto de mi familia estaba durmiendo, y sentía como si hubiera un foco de luz apuntando a todas mis inseguridades.
¿Por qué estaba allí?
A pesar de lo sola que pude haberme sentido en ese momento, el sentimiento era absurdo. Dios había dejado muy en claro que solo Él era el que estaba guiándonos y proveyendo para que fuéramos a África Occidental… ¿Por qué, entonces, me abandonaría ahora? No lo había hecho.
No pasó mucho tiempo sin que los testimonios de santos que habían sido antes de mí inundaran mis pensamientos. Recordé la obra de los apóstoles Hudson Tailor y Amy Carmichael, y las noticias que todavía recibimos de la iglesia plantada en Nueva Guinea por los padres de Stacy y sus compañeros de trabajo.
Luego, las Escrituras comenzaron a reforzar esos testimonios: en 2 Cor. 2:14, me acordé que es Cristo quien nos lleva en triunfo; en Romanos 1:16, que no debo avergonzarme del Evangelio; en Col. 2:10, que incluso en medio de mis inseguridades estoy completa en Él; y en Hebreos 13:5, que mi confianza debe descansar en el hecho de que Jesús nunca me dejará ni me desamparará.
Mi alma comenzó a calmarse, y yo también me dormí.
Ha transcurrido un poco más de una semana desde aquel vuelo, y aunque me gustaría decir que mi fe ha permanecido constante… la verdad es que ha fluctuado. La verdad mayor, sin embargo, es que la fidelidad de Cristo no puede desistir. Abundantemente Él ha provisto y cuidado de nosotros; abundantemente nos ha amado; y nos guía bondadosamente, aunque estamos rodeados por todos lados por lo desconocido. Muchas veces es lo desconocido (como el llamado a la oración, o los mendigos de la calle) lo que nos recuerda por qué estamos aquí.
(Publicado por Mike 2/25/16)
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