Shatito tiene unos dieciséis años de edad, pero si tú lo vieras, probablemente dirías que tiene doce, informa la misionera Nadia Hattingh. Su padre murió hace unos años y su familia es “una de las más pobres entre los pobres”.
Shatito perteneció una vez a los malandros, un grupo de chicos revoltosos que causaban estragos en la comunidad mwinika.
A través de la intervención de Dios, quien cambió algunas circunstancias de su vida, Shatito se interesó en asistir a la enseñanza de la Biblia. Si fue por una sed espiritual de la verdad o por aburrimiento, Nadia no lo sabe.
Pero cuando comenzó la enseñanza bíblica cronológica, Shatito estuvo allí. Y, dice Nadia, “él siempre encontraba una manera para viajar en el camión que pasaba por allí. …Al final, él fue uno de los pocos jóvenes que permanecieron a lo largo de las lecciones bíblicas”.
Este hecho, comenta ella, es “bastante asombroso en sí mismo”.
Y la enseñanza de la Palabra de Dios inició un camino de transformación en Shatito; Nadia reconoció claramente el cambio en él. Después, los Hattingh dejaron de verlo por un tiempo y se preguntaban si aún estaría en la senda correcta.
La semana pasada, ella notó algo interesante mientras pasaba por la escuela local.
La situación usual de la escuela, explica Nadia, es triste. Los niños mwinikas están acostumbrados a escuelas que tienen techos con goteras, que carecen de sillas y mesas, que tienen paredes de barro que se desploman con frecuencia y maestros que carecen de preparación.
Tristemente, este año es aun peor de lo acostumbrado. De la estructura original de la escuela queda poco en pie. De hecho, tres paredes están completamente destruidas. Y lo peor de todo, no hay absolutamente ningún maestro.
Pero cuando Nadia dio una mirada al pequeño sitio debajo del techo de paja, vio unos pocos niños reunidos en el salón de clases. También había “algunos libros de texto viejos y uno o dos lápices sin punta y bastante usados”.
Al mirar más de cerca, vio a Shatito. Estaba inclinado y mirando atentamente un libro, enseñando a los chicos de menos edad.
Nadia quedó sorprendida. “¿Por qué estaba él haciendo esto?” No estaba recibiendo ninguna paga. Para ella fue muy extraño ver esta manifestación de bondad y desinterés en la cultura mwinika donde, según ella, “¡nadie hace nada gratuitamente!”.
¿Está cambiando vidas Dios?
Piensa en aquel pillo revoltoso y destructivo —aquel que Dios transformó en un maestro preocupado y voluntario.
Y pregúntate cómo puede Él usarte para llevar la transformación divina a personas que caminan en tinieblas y necesitan la esperanza del Evangelio.