“Dios, por favor, cuídalo”, musitó Kena hace cuatro noches mientras miraba a su pequeño hijo, Josep, sufrir con una disentería severa. Las mejillas regordetas del pequeño de dos años y su alegre sonrisa desaparecieron mientras su figura se hacía más frágil y débil.
“La fiebre no lo dejaba y yo no podía bajarla. La disentería ya le había hecho perder mucho peso, y ahora la fiebre le estaba causando daño”, explica Kena, una creyente de la tribu wusaraambya; “me sentía muy impotente al verlo así”.
Esto sucedió después de la media noche, y no había ayuda médica cercana, entonces se puso de rodillas en el piso de su oscura choza y oró.
Gradualmente, Kena recobró la paz al darse cuenta de que Dios tenía el control.
Los minutos pasaron mientras Dios tranquilizaba su alma, recordándole Su fidelidad.
“Comencé a darme cuenta de que esta era simplemente otra prueba que Dios estaba pidiéndome enfrentar por amor de Su reino”, explica ella.
En las últimas semanas, Kena vio sufrir a su familia porque su pequeña hermana, Lucy, fue raptada de la escuela, y su esposo, Willis, fue golpeado por compartir el Evangelio. Después de muchas horas de oración, Kena vio cómo Dios le devolvió milagrosamente a su hermana Lucy sin ningún daño, y sanó las heridas de su esposo, Willis. Ahora ella oraba fervientemente por un milagro para su pequeño Josep.
Cuando terminó de orar, observó a su pequeño hijo y vio que ahora estaba durmiendo tranquilamente. Su fiebre había bajado y su rostro tenía un color más natural.
“Fue en ese momento que Dios me recordó que Él cuida a los que lo aman”, dice Kena con lágrimas en los ojos.
Al ver la fidelidad de Dios, ella empezó a darle gracias por responder sus oraciones.
Ahora, cuatro días después, la disentería de Josep se ha ido. Su alegre sonrisa ha regresado y sus ojos brillan mientras juega con su mamá y devora todas las batatas que ella le da. Una vez más, Kena da gracias a Dios porque Él es un hacedor de milagros.