Katie Moore tenía una pila de mazorcas en la mesa.
Su ayudante de traducción, Andrea, comentó: “Alguien te regaló maíz, ¿verdad? El nuestro aún no está listo porque no ha sido bendecido”.
Luego, informa Katie, Andrea comenzó a mencionar una lista de todos los peligros de comer maíz que no ha sido bendecido.
Cuando Katie le preguntó quién podría bendecir el maíz, Andrea respondió que debía ser alguien que supiera hablar con Dios.
“Aparentemente”, observa Katie, “no hay muchas personas con esta capacidad aquí”.
Como la mayoría de las personas a las que Andrea considera calificadas viven a cierta distancia de la aldea, mencionó que podría pedirle a uno de los misioneros que lo hiciera.
Katie quería entender bien el asunto. Le preguntó a Andrea qué dirían estas personas cuando hablaran con Dios.
“¿Quién sabe?” respondió impasible Andrea. “No sé qué pasa cuando ellos hablan con Dios”.
Katie se preguntaba qué debía decir en una situación como esta. Ella sabía que había estado hablando con Dios desde que era pequeña.
“Si le digo a Andrea que yo puedo hablar con Dios”, pensaba Katie, “es muy probable que no entienda”.
Katie explica que, debido a sus creencias culturales, Andrea podría sacar una conclusión equivocada.
Ella podría ver a Katie como una persona muy sabia o podría pensar que estaba mintiendo. También podría concluir que Katie podía ser contratada en el futuro para sacar el “mal” de los campos de la gente a fin de no enfermarse. O podría formarse la idea de que Katie habla con un dios de los blancos –de todos modos, un dios que no podría ayudar mucho a los nahuatles con sus problemas.
“Sin embargo”, insiste Katie, “yo sé hablar con Dios. Si la gente me llega a pedir que bendiga su maíz, ¿debo hacerlo?”.
Katie luchó con las implicaciones y las conclusiones. Se angustió ante la posibilidad de generar una confusión. “¿Qué hay de malo con agradecer públicamente a Dios por el maíz que Él hizo, por las lluvias que Él envió, por la salud que Él provee?” se preguntaba Katie a sí misma.
Luego pensó más. Si lo hiciera, para los nahuatles esto podría tener la apariencia de estar sacando el mal de un maíz que era considerado como habiendo sido regado por la lluvia enviada por sus antepasados –lluvias que, según ellos, habían sido motivadas por la comida dejada en las tumbas de los antepasados.
Si Katie pedía una bendición sobre el maíz, se daba cuenta de que podía ser vista como una hechicera. ¿Y supóngase, pensaba ella, que alguno se llegue a enfermar más tarde por alguna otra razón? Es casi seguro que le daría la oportunidad a Satanás, el gran engañador, de llevar a la gente a ignorar al Dios y el mensaje que el corazón de Katie tanto anhela compartir con sus amigos nahuatles.
No había una solución sencilla.
Pero Katie hizo lo que sabía que no debía dejar de hacer; habló con Dios. Le pidió sabiduría y confesó abiertamente que no era suficientemente sabia para saber por sí misma la respuesta al dilema.
La necesidad de que la gente nahuatl conozca a Dios es urgente, comenta Katie. “La necesidad de claridad acerca del Dios verdadero y de cómo obra Él y qué pide es apremiante”.
Katie comparte: “Humildemente pido que cuando ustedes hablen con Dios, le pidan que guíe a nuestro equipo. Debemos confiar en la sabiduría del Padre mientras nos movemos en medio de obstáculos culturales… Oren para que el Espíritu nos dé las palabras precisas, aun cuando nuestras mentes se sientan confundidas. No podemos ver los resultados finales… pero servimos a Aquel que puede, por eso le pedimos que nos lleve adelante en el camino correcto”.
Hay algo que ustedes pueden pedir a Dios a favor del equipo de misioneros que están viviendo entre la gente nahuatl y fomentando amistades con ellos, con la esperanza de compartir pronto las gloriosas noticias del Evangelio y cómo, por medio de Jesús, se limpia el camino de obstáculos para tener una relación de comunión con Dios.
Por eso Katie hace una última petición:
“Cuando ustedes hablen con Dios, pídanle, por favor, que nos ayude –porque lo necesitamos urgentemente”.