Pete Hypki convirtió lo que podría haber sido una interrupción en una oportunidad para aprender más de la cultura y el idioma de la gente nahuatl.
Pete y Liesl Hypki y sus coobreros están seguros de que, por la gracia de Dios, las experiencias que han vivido hasta el momento en la aldea con sus amigos nahuatles —buscando champiñones, limpiando maizales y sacando las vacas de los huertos— harán que sus amistades crezcan y se hagan más profundas y sirvan como una base firme para el día que Dios tiene planeado que ellos compartan a Cristo con la etnia.
Ya que estas experiencias son importantes, Pete no vaciló cuando su ayudante de idioma, Juan, vino a decirle que no podía enseñarle idioma ese día porque lo necesitaban para ayudar a plantar árboles.
“No queriendo perder un evento cultural, y deseando tener más tiempo de exposición al idioma, le pregunté si podía acompañarlo”, informó Pete.
De este modo la siembra de árboles se convirtió en el tema de estudio y de discusión de ese día.
“Recientemente”, continúa Pete, “se ha creado un fondo para un proyecto de conservación en las montañas —pagando a los líderes de la aldea local para que asistan a cursos sobre cosas como erosión, deforestación, exceso de ganados y prevención de incendios forestales. La actividad de sembrar árboles era parte de ese programa. Cada adulto de la aldea recibió cuarenta pinos jóvenes para sembrarlos y se le dijo que se remuneraría su trabajo después de ser inspeccionado”.
Pete salió con Juan y la esposa de éste, la cual llevaba cargado en su espalda su bebé de cuatro meses. Cada uno de ellos había recibido sus cuarenta plántulas, por lo tanto, se dirigieron, junto con muchas otras personas de su aldea, a las montañas cercanas.
Pete describe una escena vívida y pintoresca de centenares de nahuatles, vestidos con sus tradicionales colores intensos, esparciéndose en el bosque. Como la esposa de Juan tenía su bebé en la espalda, Pete ofreció plantar los árboles de ella.
Los árboles venían con instrucciones muy específicas y un tanto confusas, pero Juan y Pete hicieron el trabajo, y cuando terminaron de sembrar, se sentaron todos juntos bajo un gigantesco árbol y conversaron.
Pete ve este día en que plantó árboles en las montañas como uno de los muchos tiempos valiosos que ha pasado, invirtiendo su vida en las vidas de los nahuatles.
Él dice que él y Liesl y sus coobreros “se sienten honrados de que la gente nahuatl nos haya incluido y que compartan sus vidas con nosotros”.
Luego añade la verdad y el punto de vista que hace que el estudio de la cultura y el idioma con la gente tribal sea tan valioso:
“Anhelamos”, comenta Pete, “que llegue el día en que podamos compartir con la gente nahuatl, en su propia lengua, la vida que tenemos en Cristo”.