Doce creyentes wusuraambyanos —nueve mujeres y tres hombres— caminaban gozosamente a través de las montañas en su regreso a casa desde la ciudad. Animadas por la conferencia de damas a la que acababan de asistir, las mujeres conversaban alegremente entre sí de todas las cosas que habían aprendido.
“Dios es un proveedor”, comentaban entre ellas, admirando las blusas coloridas meri que los creyentes de la ciudad les habían obsequiado a cada una de ellas.
Al comenzar su segundo día de camino, el grupo se dio cuenta de que aún les quedaban dos días más de viaje para llegar a casa.
A medida que los creyentes ascendían a un paso constante una de las cumbres escarpadas que los separaban de casa, permitieron que otra pareja que había estado caminando con ellos se fuera adelante del grupo. Cansada de su ajetreo con las compras en la ciudad, la pareja llevaba una bilum [bolsa tejida] llena de cosas que habían comprado en la ciudad.
“¡De repente escuchamos gritos!” comparte Daaslin, una de las creyentes. “Pensamos que la pareja se había hecho daño, entonces corrimos para alcanzarlos”. Pero el grupo no podía dar crédito a lo que veían sus ojos. Un grupo de bandidos que había capturado a la pareja y les había quitado muchas de sus posesiones ahora se dirigía hacia los creyentes.
“Los hombres enmascarados nos amenazaron con armas de fuego y machetes”, informa Kena, la esposa de uno de los maestros bíblicos wusuraambyanos. “Yo estaba tan asustada que estreché contra mi cuerpo a mi bebé y comencé a temblar de la cabeza a los pies; ni siquiera era capaz de correr”.
Los aterrorizados creyentes empezaron a clamar a Dios; dos de las chicas se escaparon, mientras el resto se quedó inmóvil por el miedo. Una de las chicas se cayó y se golpeó al tratar de escapar. “Nosotros empezamos a orar en silencio, pidiendo a Dios que nos salvara”, confiesa Kena. “Algo hizo que todos nos miráramos al mismo tiempo; y de repente todos tuvimos la convicción de que Dios nos iba a librar”.
Obligados a entregar su dinero y sus teléfonos celulares, los creyentes fueron despojados de sus pertenencias uno a uno.
Mientras oraban para que ocurriera un milagro, vieron acercarse a un hombre que habla un dialecto cercano.
Viendo el peligro en que estaban, el hombre reprendió duramente a los bandidos. Reconociendo al hombre por encuentros anteriores, los bandidos huyeron alarmados, salvando al resto del grupo de ser robados.
Gracias a la intervención divina, los creyentes escaparon sin ningún daño físico. Más adelante, se reunieron en el camino para alabar a Dios por haber enviado un “ángel” para salvarlos.
“Gracias Dios” por salvarnos, todos hicieron eco de estas palabras en sus corazones. Verdaderamente había sido Él quien los había guardado a salvo; aun la otra pareja había quedado en libertad, aunque habían perdido la mayoría de las cosas que habían comprado.
Dos semanas después, Jesi, el acompañante masculino, regresó a dar parte de la pérdida de las pertenencias y pudo recuperar muchas de ellas, para agradecimiento de los creyentes. Mientras tanto, las mujeres se reunieron cada semana para orar juntas y recordar lo que Dios les había enseñado.
“¡Dios simplemente podía habernos salvado!” relatan los creyentes con gozo; “pero Él hizo más. También nos devolvió nuestro dinero. ¡Él conoce todas nuestras necesidades!”.