Lo primero que alertó mis sentidos adormecidos fue el olor, ese inconfundible olor de cuerpos no bañados y aliento de bocas que nunca han usado un cepillo dental o dentífrico.
El olor fue seguido por la percepción del aliento cálido de niños pequeños que estaban soplando y jadeando con todas sus fuerzas en un fuerte intento por soplar y apartar la cortina corrida de la ventana de nuestro dormitorio. Su éxito para apartar la cortina y mirar dentro de nuestro dormitorio se hizo evidente cuando escuché sus risitas.
Los madrugadores observadores decían: “¡La estoy viendo! La estoy viendo (soplidos, soplidos). Es la mujer blanca que está durmiendo en la cama” (soplidos, soplidos)”. Esta es la historia verdadera de cómo fui despertada en mi primera mañana como misionera en una aldea indígena de Paraguay.
Catorce años después, puedo decir honestamente que aunque estoy acostumbrada a esto, todavía estoy aprendiendo a mejorar y responder apropiadamente a la completa falta de privacidad que experimentamos al vivir en el ambiente de una aldea. Todavía me pregunto si los niños pueden decir cuán artificial es mi sonrisa cuando ellos pegan sus preciosos rostros sonrientes contra las mallas de nuestras ventanas para observar el “reality” de nuestras vidas y dejan diseños tan variados como las nubes cuando frotan sus narices mocosas contras las mallas.
Todavía me pregunto “¿qué haría Jesús?” cuando estoy usando el retrete exterior y veo a un niño espiando a través de una rendija de las tablas. Cada palabra hablada, cada regalo dado o recibido, cada comida compartida, cada compra, cada acción y cada reacción están todas siendo observadas, recordadas y recontadas por jóvenes y viejos por igual, en la aldea y más allá; casi siempre alguien está observándonos.
Ser constantemente observado puede aburrir e incluso irritar. ¡Uy! ¿Ustedes pensaban que los misioneros disfrutaban cada faceta de su ministerio? Bien, nosotros disfrutamos casicada aspecto, pero vivir en una pecera no será contada como una de las ventajas del trabajo.
Desde un punto de vista positivo, sin embargo, reconocemos que tener a alguien que siempre está observándolo a uno es una oportunidad para ser un testigo incesante de Cristo. Nuestra oración es que mientras nuestras vidas están siendo observadas, la paz, el gozo, el amor y el contentamiento de Dios irradien de los vasos agrietados, defectuosos (e incluso a veces irritados) de nuestras vidas.
Nuestra oración es que un día podamos decir a nuestros observadores lo que el apóstol Pablo les dijo a sus observadores: “Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros” (Filipenses 4:9).
Nuestros amigos de la tribu no son los únicos que está observándonos. Den gracias a Dios con nosotros por las muchas maneras en que Él revela Sus constantes cuidados de nosotros. En el ministerio continuamos avanzando en la adquisición de la cultura y el idioma de los nivacles y somos bendecidos con relaciones maravillosas con nuestros amigos tribales, ambos son regalos de Dios.
Por favor, oren por Jamie y Char Hunt mientras desarrollan amistades y ministran entre la gente nivacle. Ellos regresarán pronto a Estados Unidos para tomar un año sabático.