26 de diciembre
La foto contrastaba marcadamente con las otras fotos de Navidad que inundaban las noticias de mi Facebook: fotos de niños con colores cuidadosamente combinados con un Santa Claus feliz, de árboles navideños muy iluminados y bellamente decorados, de paisajes serenos cubiertos de nieve, de niños sonrientes sosteniendo sus regalos favoritos, de coloridos surtidos de galletas navideñas y deliciosas golosinas. Era una foto negra con mensajes sombríos débilmente impresos en ella: “Así es la Navidad para 2000 grupos étnicos: Nada”. Sin luces, sin regalos, sin canciones de Navidad, sin expresiones de “¡Feliz Navidad!” y sin reuniones familiares. Simplemente un día más en su vida oscura y llena de temor y desesperanza.
La foto fue como una bofetada en la cara… después de todo, ¿quién quiere estar triste en Navidad o pensar en personas que están a miles de kilómetros? ¿Quién quiere cargar con el peso de las almas perdidas en “la época más feliz del año”? Pero, ¿no habremos perdido el verdadero significado de la Navidad si no sentimos ese peso? Si la Navidad gira solamente en torno a nosotros, se pierde el corazón de Dios que se interesa en los demás.
En esta Navidad, John y yo somos movidos a recordar por qué estamos haciendo lo que estamos haciendo y tenemos un nuevo sentimiento de urgencia de centrarnos en la tarea que tenemos por delante: desarrollar un grupo de cristianos que apoye en oración y financieramente nuestro ministerio a fin de que podamos IR en el año 2016.
En la mañana de Navidad, abrí el libro de devocionales “Manantiales en el Desierto” y leí esto que hacía eco de lo que ha estado en mi corazón en esta época de Navidad; espero que sea de bendición para ti también:
Hace unos años fue publicada una llamativa tarjeta navideña con el título: “Si Cristo no hubiera venido”. Estaba basada en las palabras de nuestro Salvador: “Si yo no hubiera venido”. La tarjeta representaba a un clérigo que se queda dormido por un momento en su estudio en la mañana de Navidad y sueña con un mundo en el que Jesús nunca ha venido.
En su sueño se hallaba mirando de un lado a otro en su casa, pero no había medias pequeñas en el rincón de la chimenea, no había campanas de Navidad ni guirnaldas de acebo, y no estaba Cristo para consolar, alegrar y salvar. Salió a la calle pública, pero no había ninguna iglesia con su torre apuntando al cielo. Regresó y se sentó en su biblioteca, pero todos los libros sobre el Salvador habían desaparecido.
Sonó el timbre de la puerta y un mensajero le pidió que visitara a una pobre madre moribunda. Se apresuró, con el niño llorando, y al llegar a la casa se sentó y dijo: “Aquí tengo algo que te consolará”. Abrió su Biblia para buscar una promesa conocida, pero el libro terminaba en Malaquías, y no había ningún evangelio ni ninguna promesa de esperanza y salvación, y solo pudo inclinar su cabeza y llorar con ella con amarga desesperación.
Dos días después estaba parado al lado de su ataúd y dirigió el funeral, pero no hubo ningún mensaje de consuelo, ninguna palabra de una resurrección gloriosa, ningún cielo abierto, sino solamente “el polvo al polvo, las cenizas a las cenizas”, y una larga despedida eterna. Al final se dio cuenta de que “Él no había venido”, y se echó a llorar con llanto amargo en su triste sueño.
De repente se despertó sobresaltado, y un gran grito de alegría y alabanza brotó de sus labios cuando oyó su coro cantando en su iglesia:
“Oh, venid, todos vosotros fieles, alegres y triunfantes,
Oh, venid, oh, venid a Belén;
Venid y vedlo, ha nacido el Rey de los ángeles,
Oh, venid y adorémoslo, Cristo, el Señor”.
Alegrémonos y regocijémonos hoy porque “Él ha venido”; y recordemos la anunciación del ángel: “No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor” (Lucas 2:10-11).
“Él viene para hacer fluir Su bendición, tan lejos como se encuentre la maldición”.
Que nuestros corazones se transporten hasta donde las gentes de las tierras paganas que no tienen un día bendecido de Navidad. “Id, comed grosuras, y bebed vino dulce, y ENVIAD PORCIONES A LOS QUE NO TIENEN NADA PREPARADO” (Neh. 8:10).