25 de noviembre
Es temprano en la mañana del lunes. Me levanto y voy a la radio a las 8 am para tratar de hablar con alguien en Hewa. Nadie aparece, lo cual es una buena señal (en la selva la ausencia de noticias es una buena noticia). Regreso caminando al pequeño apartamento que se ha convertido en nuestra casa temporal, ya con gotas de sudor formándose en mi frente … a las 8:15 de la mañana… cada gota de sudor me recuerda que ya no estoy en mi aldea; que no voy caminando hacia mi casa; que no estoy con mi gente.
Entro a ver a mi esposo que ya está frente a la computadora, trabajando duro para llamar la atención de los funcionarios del gobierno o la fuerza policial que escucharán nuestra petición de ayuda. Platica con un compañero misionero que está tratando de ayudar y con nuestro co-obrero que está en Estados Unidos. Trata de obtener la mayor cantidad de información de trasfondo de las personas y sus historias para darle a la policía el más preciso y detallado informe posible. Por supuesto, sus vidas y sus historias están tan enredadas como el espeso follaje de la selva bajo el que viven. Pasa todo el día clasificando personas, familiares, eventos pasados y presentes. Ambos ventilamos entre nosotros (y con cualquier otra persona que escuche) nuestras frustraciones con esta situación trágica y perversa.
El reloj marca las cuatro y el otro misionero que nos había estado ayudando le escribe a John Michael para decirle que recibió una llamada de una persona hewa en la ciudad. Esta persona informa que Wanapi (el homicida) ha matado a Kalefu, un hombre de nuestra aldea. Mi corazón se fue al suelo, aterrizó en mis pies, y por lo tanto no puede enviar sangre a mi cabeza ni a mis dedos. Mi cabeza desmaya, mis dedos están entumecidos, y mis pulmones parece que no pueden respirar con mi corazón tan lejos. Es un sentimiento que conozco demasiado bien; y como he tenido mucha práctica con él, al menos sé qué hacer esta vez. Rápidamente le digo a mi corazón que salga de mis pies y vuelva a donde pertenece. Hizo el lento ascenso hasta mi pecho y empezó a bombear sangre a mi cerebro otra vez, dejándome pensar racionalmente.
Detente. Acuéstate. Y rueda.
No, eso no es correcto. Espero un minuto más, luego tengo realmente los pensamientos racionales correctos:
Detente. No entres en pánico.
Quizá esto no sea cierto. Ya sabes cómo son las cosas en la selva. Escuchas muchas historias locas, luego descubres más tarde que son inexactas o exageradas. Espera hasta que oigas a alguien de la aldea en la radio esta noche.
Pensamiento racional en calma. Por desgracia, mi pensamiento racional también me recuerda que todos los “rumores” que hemos oído acerca de que alguien ha muerto han resultado ciertos. Pero aún así, esto no está confirmado, así que esperaré para estar triste o entrar en pánico. La hora de la radio es a las 6:40 pm; puedo esperar hasta entonces. ¿Qué hora es? 4:30 pm.
Nunca antes dos horas y diez minutos me parecieron tan largas.
Tengo que mantenerme ocupada. Lavo unos platos. Las sobras del almuerzo. Barro el piso. Miro el reloj.
4:50
Comienzo a preparar la cena. Pico cebollas y pimientos verdes. Salteo pollo y hago una crema agria. Pienso en las dos esposas y los ocho hijos de Kalefu. DETENTE. No vayas allí todavía. Miro el reloj.
5:30
Seco y guardo los platos del almuerzo. Lavo los platos de la preparación de la cena. Miro el reloj.
5:50
Les pido a mis hijos que entren a la casa, hago que se bañen, se vistan y siento envidia de su conversación inocente y despreocupada. Sonrío y asiento sobre historias de amigos, juegos, pájaros, y bichos raros. Estoy agradecida de que Dios haya creado cosas hermosas para que Sus hijos disfruten en un mundo tan oscuro y estropeado. Miro el reloj.
6:20
Mi esposo se da por vencido y simplemente baja a esperar los últimos veinte minutos al lado de la radio, “solo para estar seguro de que no se pase el tiempo de la radio”. Cómo sería su cerebro lo suficientemente misericordioso para dejarlo olvidar. Pongo los platos de la cena para mí y mis hijos y nos sentamos a comer. Permito que uno de ellos ore; dejo que mi corazón agradezca por las cosas que ellos agradecen y… sólo por un minuto… no hay preguntas. Miro el reloj.
6:50
¡No puedo creerlo! Diez minutos tarde. Bajo corriendo hasta la radio mientras mi esposo termina su conversación con Yanis (uno de nuestros líderes de la iglesia). Él dice que Kalefu está vivo y en la aldea. Yanis está totalmente confundido acerca de este rumor que oímos, pero nos asegura que Kalefu está allí y los atacantes no han llegado todavía.
El alivio y la alegría me inundan y alabo a Dios porque por primera vez desde que nos mudamos al territorio hewa la muerte era solo un rumor. Hice que mi esposo me contara cada parte de la conversación. Estoy agradecida, más allá de cualquier palabra o explicación. Camino de vuelta al apartamento; no veo más el reloj, y solamente me di cuenta de eso una hora después del tiempo normal de acostarse mis hijos (huy). Mi esposo y yo los acostamos y poco después yo también lo hice.
A pesar de que esto terminó con una nota alta, el día me ha agotado, así que me meto en la cama y medito en mi tiempo en la capacitación misionera. Repaso las memorias de mi tiempo de preparación para este trabajo y recuerdo que pensaba que mis labores, mi “trabajo” real sería la parte más difícil de esta vida. Tú sabes, el aprendizaje del idioma, educar a los niños en casa, impartir el discipulado, enseñar, traducir, esa clase de cosas; parecían tan difíciles. Y aún así lo son, pero no son la parte más difícil.
La parte más difícil es el amar, el cuidar, las amistades que tienes con personas que luchan todos los días para solo sobrevivir. La muerte es su sombra; y el dolor es su compañero inseparable. Y estar justo allí, junto a ellos, en medio de todo esto es la cosa más difícil que he tenido que hacer en mi vida.
Es cierto que hay veces que quiero darme por vencida y marcharme a casa. No… hay veces que quisiera regresar en el tiempo y nunca venir en primer lugar. Porque después de haber visto, oído, sentido, gustado, incluso olido su existencia, no puedo apartarlo de quien soy ahora. Su mundo, su vida cotidiana, sus mismas almas, han penetrado en mí tan profundamente que no hay lugar al que pueda correr y que no estén conmigo. Y será así desde ahora hasta el día en que muera. No importa cuándo o por qué Dios me saque físicamente de Hewa, estaremos unidos eternamente por el Espíritu Santo. Cuando ellos sufren, siento como si fuera mi propio cuerpo, como lo hago ahora. Y cuando se alegran, me alegro con ellos, ya sea que esté junto a ellos, sosteniendo sus manos, o si estoy a más de 14.000 kilómetros de distancia.
Y esa es la parte más difícil. La más difícil y más hermosa.